Por Rommel Aquieta Núñez

La mañana del martes 21 de abril, la familia de Vicente, el abuelo ‘Viche’, recibió una llamada desde La Casa de Lusita. Hogar del Adulto Mayor, un hogar de ancianos ubicado al sur de Quito, en las calles Maximiliano Rodríguez y Lauro Guerrero, en la ciudadela Atahualpa. La voz al otro lado del teléfono le informaba a Fausto, el hijo mayor de Vicente, que su padre había pasado una noche terrible, con una fiebre que superó los 38 grados. Trece días después, la prueba rápida para COVID-19 que compraron sus hijos por 54,65 dólares a los laboratorios Ecuamerican, dio positivo.

Varios centros geriátricos y hogares de ancianos quiteños han encendido sus alertas ante la emergencia sanitaria desde la llegada de la COVID-19. A mediados de abril, el centro geriátrico Casa Gratitud, ubicado en el valle quiteño de Tumbaco, registró 17 contagiados entre los 18 adultos mayores que residían ahí, además de su directora. El periodista Carlos Flores, de Ojo al Dato, narró el caso de la muerte de una de las pacientes de ese centro y registró la declaración de un médico quien, a pesar de contar con un informe de contagios por COVID-19, habría recibido una disposición del Ministerio de Salud de registrar los fallecimientos con causas distintas, como bronquitis, neumonía o “probable COVID”. Nunca COVID-19.

Las personas de la tercera edad representan el 13,2% del universo de contagios en Ecuador y corresponden al segmento más vulnerable al virus.

La Barra Espaciadora contactó, vía telefónica, a los voceros de tres centros geriátricos más, ubicados en valles de las afueras de Quito, para saber acerca de sus medidas de prevención y restricciones ante la pandemia. Los tres interlocutores pidieron mantener el nombre de los establecimientos y los suyos propios en anonimato. Entre las acciones inmediatas que estos empleados dicen haber tomado, están suspender por completo el contacto entre familiares e internos; ampliar el tiempo de turnos rotativos para que las personas que se encargan de atender y velar por la salud de estos pacientes mayores permanezcan entre 5 y 8 días internos, evitando así la exposición constante o prolongada al exterior; designar a alguien específico para salir a hacer compras o cualquier actividad fuera de los establecimientos bajo precisas medidas de seguridad, y limpiar y desinfectar constantemente los lugares de atención al adulto mayor. En algunos de estos sitios incluso se elaboran informes semanales para presentar novedades a los familiares y a las autoridades que así lo requieran, dada la emergencia y la necesidad. Pero no ha ocurrido lo mismo en La Casa de Lusita.

Hace cinco años que el abuelo ‘Viche’ está interno en este centro geriátrico que cuenta con un servicio de atención médica de la compañía de salud EMIECUADOR S.A. Una profesional médica es, además, parte del equipo interno para brindar atención psicogeriátrica y hacer revisiones periódicas a todos los huéspedes del lugar. “Hagamos que lo vengan a revisar y utilicemos el servicio de Emi”, sugirió Fausto a la persona al otro lado de la línea telefónica, ese 21 de abril.

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Al día siguiente, el miércoles 22, Vicente recibió la visita de sus dos hijos, Fausto y Andrés, en la habitación que comparte con otro huésped. Uno a la vez pasaron a ver al padre enfermo con Alzheimer. El mayor de los hermanos recibió todas las indicaciones del médico particular: «Paracetamol para bajar la fiebre y Pedialyte para hidratarlo». Además, el especialista dispuso que se le hiciera exámenes de sangre, heces y orina.

De vuelta en casa, el mayor de los hijos de Vicente recibió una nueva llamada de parte de quien se identificó como “la doctora Andrade”, del equipo médico de La Casa de Lusita. Le contó que habían hallado flema en los pulmones y en la garganta de Vicente y que era necesario practicar nebulizaciones para eliminarla. La nueva receta: “Mucosolvan, claritromicina, Analgan y mascarilla para nebulizaciones con solución salina o suero”. El diagnóstico: “congestión de vías respiratorias”. Los hijos de Vicente recorrieron varias farmacias para conseguir los medicamentos que, en tiempo de cuarentena, escasean. Desde entonces, las frecuentes llamadas al hogar de ancianos para saber de su padre se convirtieron en una fuente de incertidumbre. Nadie dispuso cuidado preventivo alguno para COVID-19, mientras los índices de contagios en el país llegaban a sus puntos más elevados.

Pero eso no fue lo único que quitó el sueño de los parientes del abuelo ´Viche´. La dueña del establecimiento, Victoria de Molina, “de un día para el otro desapareció”, cuenta uno de sus hijos. El contacto con ella se había reducido ya desde la tercera semana de abril, y “lo que se ha hecho desde entonces es hablar con las personas que están a cargo de ellos de manera directa y en el día a día”, aclara. La hija de la dueña –la “licenciada Carla Verdugo”– asumió la administración del lugar durante la cuarentena, y es ella con quien los hijos de Vicente se han comunicado, luego de que les contara que sus padres han sido ingresados en una clínica de la ciudad “por problemas de salud”.

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Foto: Rommel Aquieta Núñez.

El 25 de abril, una nueva llamada rompió el silencio en casa de la familia de Vicente. La voz al otro lado de la línea le informaba a Fausto de que la fiebre había regresado. Durante la noche entera, el paciente había sido auxiliado con una compresa fría. La preocupación se transformó de inmediato en la exigencia de que llamaran al servicio ambulatorio de emergencias que el geriátrico ofrece con EMIECUADOR S.A.. ¿Por qué no lo hicieron oportunamente?, se preguntaron.

El médico de Emi finalmente llegó y luego de oscultar al paciente escribió en una nota de evaluación que los exámenes requeridos arrojaron resultados “normales”.

«Se debe continuar con la medicación (claritromicina  y paracetamol)  ya suministrada con anterioridad, dieta blanda para la edad, cambiar de posición al paciente cada dos horas y una caminata diaria con apoyo».

Sin diagnóstico exacto, las especulaciones y sospechas de que algo no estaba bien con Vicente y con los demás internos del hogar de ancianos comenzaron a rondar. La nueva administradora de La Casa de Lusita se limitó a pedir “comprensión ante la situación” que ella misma atravesaba por la salud de sus padres. Las llamadas de los familiares de los pacientes se volvieron aún más insistentes, preocupados por la posibilidad de que sus padres, madres, abuelos o abuelas estuvieran contagiados. Las empleadas de turno respondían confundidas y, entre esas respuestas, un hijo de Vicente supo del rumor de que un par de pacientes habían muerto ya en La Casa de Lusita. No hubo detalles. Todo lo que  ocurría allí dentro se había vuelto un misterio, hasta que debido a la insistencia, personal del lugar confirmó la muerte de un paciente, supuestamente con bronquitis. Según informes de Emi, esa fue la causa del deceso. Otra paciente habría sido llevada por su propia hija fuera del hogar de ancianos, luego de haberse realizado una prueba a la cual también habría dado positivo para COVID-19.

Cuando estos casos se revelaron, el personal de La Casa de Lusita pidió a los familiares que retiraran a los pacientes de ahí. “Retírele por una colaboración, que va a cerrar Casa de Lusita durante 14 días que es lo que dura este confinamiento -le dijo la doctora del centro geriátrico al hijo de Vicente-, la sugerencia sería de pronto hacerle exámenes al papi, si él está aislado en un cuarto no va a contagiar a nadie, si le hace la prueba y está sin síntomas va a estar los 14 días que dura este proceso y ya está, eso escucho yo en la televisión, ojo”. 

La noche del jueves 28 de abril la fiebre volvió. La atención ambulatoria de EMI esta vez tardó mucho más. Romina, una de las nietas del abuelo ‘Viche’, marcó el 911 y luego el 171. Diez, quince, veinte minutos. Media hora. Dos horas y nada. Horas después, el personal médico que se dirigía al sitio le pedía paciencia porque “las emergencias son muchas en la ciudad, hacemos lo humanamente posible”. Cinco horas más tarde, la ambulancia por fin llegó. Pero los médicos de turno no pudieron entrar al lugar, pues comprobaron que no contaba con las medidas de control sanitarias adecuadas. “Era como imaginar una película de esas de virus apocalípticos y fin del mundo”, cuenta ahora Romina.

La médico general Ruth Vizcaíno escribió en el informe de esa visita: “Vicente de 84 años, infección respiratoria aguda, neumonía leve. NOTA: exámenes de laboratorio dentro de valores normales. Se indica a familia de paciente que se le puede trasladar a casa de salud de mayor complejidad, los cuales no desean el traslado”. La receta: Analgan, una tableta cada ocho horas por tres días.

Indignados, los hijos de Vicente aclararon que su negativa para que su padre sea trasladado se debió a que el personal de la empresa fue muy claro al eximirse de su responsabilidad sobre el paciente. Tan solo ofrecían hacerse cargo del traslado, pero no de las consecuencias que pudiera tener ese traslado en Vicente.

El 2 de mayo -por gestión de los familiares de los internos de La Casa de Lusita- una brigada médica visitó el hogar de ancianos. La encargada del lugar e hija de los propietarios, Carla Verdugo, escribió un mensaje de Whatsapp para los familiares al día siguiente: 

Fue horas después de este mensaje que la prueba rápida determinó que Vicente Edmundo Núñez Góngora, el 3 de mayo, a las 14:00, se había contagiado con COVID–19. Fausto lo sospechaba. Ese mismo 2 de mayo -cuenta-, pudo hablar por teléfono con una de las doctoras que formó parte de la brigada médica del Ministerio de Salud, y dice que la especialista le confesó que, dada la dificultad para adquirir las pruebas para COVID-19 “sería mejor retirar a los pacientes que se encuentran enfermos y llevarlos a realizar exámenes más precisos”. 

El paciente cero en La Casa de Lusita parece difícil de rastrear. La familia del abuelo ‘Viche’ también podría haberse contagiado y pudo haber contagiado al resto de su familia.

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El abuelo ‘Viche’. Foto: Rommel Aquieta Núñez.

La Casa de Lusita improvisó: ha dividido su espacio físico en dos. De un lado están los pacientes “estables”, como los han llamado, y del otro se encuentran los enfermos, posibles contagiados y contagiados. Todos esperan atención profesional que les dé certezas. Las pruebas no llegan. En este hogar de ancianos, el silencio es la sala de una espera que parece eterna. Nadie grita ni reclama. No hay fuerzas.

Una llamada que los familiares de Vicente hicieron a La Casa de Lusita, luego de conocer los resultados de la muestra, les revela a la distancia lo que sienten como una escena de terror: «Antes de ayer falleció el otrito… Ahorita la otra señora está bien malita, pero parece que ya va a fallecer… Falleció, ha pasado enseguida y yo ni he sabido porque yo estoy con los abuelitos aquí, dando de comer… recién nomás ha fallecido… están separados, los que están buenitos están al lado de acá, y los que estan más malitos están al lado de atrás«, dice la voz quebrada de una mujer que solloza de temor. Es una de las empleadas -tambien expuestas al contagio- que atienden a los pacientes que aún sobreviven, que respiran y se alimentan con dificultad y que no pueden hablar sobre el infierno que ahora tienen que vivir.


3 COMENTARIOS

  1. A mi me ha hecho llorar, es increíble como aun se descuidan a los centros de atención prioritaria en el país. Los abuelitos son un grupo vulnerable y que decir de los que viven en estos centros de cuidado, del personal que labora ahí.

  2. Acabo de leer con mucha indignación, la falta de responsabilidad de ese centro de adultos mayores , escribe un sobrino de mi Tío Viche que esta ahí, a todos mis primos y familiares solo les puedo decir que hagan todo lo posible para que el tío Vicente se recupere , Dios les de valor y fuerza para enfrentar este virus , un fuerte abrazo Tio VICHE … 💪🇪🇨♥️

  3. El último lugar en que se debería pensar para que un ser querido pase sus últimos años es un asilo de ancianos. Qué lugares tan descuidados, cuánta deshumanización, el único interés es el dinero, si no hay dinero los abandonan a su suerte. Aparte de que tienen a los ancianos muriendo de hambre ya que únicamente les dan de comer tres veces al día y, dicho sea de paso, comida en estado de descomposición.

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