Por Gustavo Endara

A casi de dos meses del aluvión en La Gasca la lluvia persiste. De hecho, mientras escribo esta columna cae un aguacero torrencial. El clima en Quito es así, frío, lluvioso y húmedo, sin embargo, los escenarios de que Quito y la sierra ecuatoriana se verían mayormente afectadas a consecuencia de las intensas lluvias debido a la crisis climática a nivel planetario, se están cumpliendo y sintiendo cada vez más.

Actualmente, en la ciudad se aprecia una desazón que, para ser sincero, pocas veces la he sentido. Los días están fríos y las caras de muchas personas están largas, como si quisieran vivir en cualquier otro lado, menos en Quito. De mi parte, no pienso irme, y quiero, como imagino miles de personas más, que encontremos soluciones a las crisis que atraviesan a la ciudad.

La situación de partida es desalentadora. El aire en Quito está muy contaminado y tal vez tengamos que usar mascarilla mucho después de que la pandemia pase. Las alrededor de 2 300 toneladas de basura que se producen a diario en algún momento cercano ya no podrán ser enterradas en el relleno sanitario de la ciudad que está a punto de colapsar. El tráfico es cada vez más intenso, como lo es la furia de algunas personas que conducen sus vehículos, muchas tocan la bocina sin cesar como si eso acelerara el trancón.

Varios de los problemas de Quito radican en su extenuante desigualdad. Quito tiene un coeficiente de Gini -un índice para medir la desigualdad- de alrededor del 62,69. Mientras más se acerca a 100, mayor la desigualdad (esta cifra es de 2017 y solo en lo que respecta a la distribución de la riqueza del sector inmobiliario). En términos concretos, esto significa que mientras existen unas pocas personas que pueden, entre otras cosas, comprarse una casa de medio millón de dólares al contado, y que por generaciones no tendrán preocupaciones materiales, miles de otras personas tienen que elegir entre comer o pagar el pasaje del bus y viven en la incertidumbre sobre qué pasará al siguiente día, también por generaciones.

La desigualdad es un egoísmo del cual se desprenden otros problemas, sin que podamos entenderlos adecuadamente para buscar soluciones. Eso nos ha convertido en una ciudad estancada. Me preocupan además los niveles de racismo y xenofobia. En ciertas zonas nadie arrienda departamentos a personas con acentos extranjeros, y recientemente autoridades quisieron indagar si la nacionalidad de ciertas personas puede incrementar la inseguridad. La desigualdad también conduce a que se constituya una ciudad machista en la que importa más que las paredes estén sin consignas a que las mujeres tengan justicia y reparación frente a la violencia machista.

¿Dónde quedaron los sueños, los debates y proyectos discutidos y presentados al mundo entero en la Nueva Agenda Urbana promulgada en la conferencia Habitat III de la que Quito fue sede hace apenas 5 años? Sí, yo sé que estamos hasta el hartazgo de administraciones que han respondido, principalmente, a los intereses de quienes tienen más recursos, profundizando la desigualdad. Pienso también que, dentro de un año, el riesgo de que gobierne una derecha más extrema y racista que la que ha gobernado desde 2014, es real.

Precisamente por eso, en esta columna no me quiero enfocar en todos los problemas que tiene Quito, si no, verla como una ciudad de posibilidades, donde sea viable llevar a cabo alternativas y propuestas integrales, algunas de ellas, incluso las podemos poner ya en marcha. A riesgo de simplificar el panorama, y debido a que este es el tema que más conozco, en esta columna me enfocaré en algunos temas ambientales.

Quito

Como mencioné antes, las toneladas de basura que se producen a diario solamente pueden ser enfrentadas con un plan de gestión de residuos que los recoja y maneje de forma diferenciada. Como tal plan es inexistente, clasifiquemos ya nuestros residuos para facilitar el trabajo a cientos de recicladoras. De ser posible, composte sus residuos orgánicos, pues, en serio, esto no da para más y, recuérdelo cada vez que abra su tacho de basura, si seguimos así me temo que en un par de años la situación colapsa.

Para evitar el colapso hay que cuidar la naturaleza. Quito tiene una magnífica reserva de la biósfera, el Chocó Andino, de casi 287 mil hectáreas (85% de la superficie del Distrito Metropolitano) y gracias a esto, se puede sofocar, en parte, la baja calidad del aire que mencionaba antes. Sin embargo, está en peligro debido a la minería. Prohibir la minería en este ecosistema valioso debería ser un tema innegociable para la ciudad. Es más importante el aire limpio, el agua y otros innumerables e invalorables servicios ambientales que produce, que los minerales que pueda contener. Por eso, únase a la campaña de recolección de firmas y sensibilícese sobre la importancia de la consulta popular para defender a la ciudad del riesgo minero. Lo más probable es que esta consulta se realice junto con las elecciones locales de inicios del próximo año.

Quito necesita un sistema integral de gestión del transporte, una tarjeta única que permita usar el transporte público junto con un sistema masivo de bicicleta pública. Este último ha demostrado ser una alternativa ecológica que permite que la ciudadanía se apropie del espacio público. Mientras Cuenca implementó un sistema exitoso de bici pública, Quito lo desmanteló y la tarea por recomponerlo será muy compleja, pero posible. No podemos privar a Quito de soluciones de transporte innovadoras y que mejoran la calidad de vida de las personas que lo usan. El sistema que fue implementado en Ciudad de México fue diseñado como una respuesta integral a las múltiples crisis -ambiental, social, económica y de salud- de la urbe; lleva ya 12 años funcionando, cuenta con 480 cicloestaciones, 6 800 bicicletas y más de 170 000 personas registradas. 

Finalmente, al ser una ciudad cercada por riesgos de distinta índole, y que, con certeza, las catástrofes naturales se incrementarán, coincido en que es necesario construir y recuperar una institucionalidad adecuada, así como mecanismos de monitoreo y control, regeneración de bosques y generar la mayor cantidad de áreas verdes que podamos.

Sé que hay muchísimas propuestas más y que las cosas pequeñas suman. Quito es todavía una ciudad viva y dinámica, donde ha resistido la red de mercados populares que cubre casi el 75% de la provisión de alimentos de la ciudad, allí trabajan personas generosas que dan la yapita a pesar de que deben asumir costos de insumos y transporte cada vez más elevados. En palabras de la autora Gabriela Alemán: Quito es “la ciudad de las vistas que deslumbran”. No dejemos que la ciudad se apague debido a lógicas más extremas y antidemocráticas que las que ya gobiernan. Hagamos de Quito una ciudad donde el respeto a su diversidad sea posible y vivir en dignidad sea innegociable.


Gustavo Endara es coordinador de proyectos en las áreas de economía justa y democracia social de la Friedrich-Ebert-Stiftung (FES-ILDIS) Ecuador. Acompaña procesos que abordan alternativas al desarrollo, transformación social y ecológica, así como la profundización del diálogo democrático.

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