Por Gustavo Endara

Esto no da para más, pero pienso que eso usted ya lo sabrá. En los últimos meses, alguna persona cercana le habrá contado que perdió su trabajo, algo que le ha pasado, hasta agosto de este año, a más de un millón de personas en Ecuador. O tal vez, estará buscando fondos para ayudar a pagar facturas hospitalarias extremadamente altas para alguien más, o en el peor de los casos, llorando su muerte −algo que le ha sucedido a más de 35 000 familias en todo el país, en lo que va del año.

Mientras esto ocurre, la política no solo que carece de respuestas e ideas para apoyarnos, sino que acelera nuestra desdicha. En medio del camino al colapso, parece ser que el interés político y comunicacional en el país se centra, más bien, en figurarse quién es el menos corrupto. Sonrientes, inauguran una plaza cervecera cuando se necesitan hospitales y escuelas públicas de calidad. Se permiten renunciar a su cargo con incompetentes ínfulas de presidenciables y se van tranquilos aduciendo que la situación está estable, mientras el Estado se encuentra en mora por meses con empleados públicos (con salarios ya reducidos), proveedores y gobiernos locales. Divagan por universos cuánticos mientras Ecuador es el segundo país con el indicador de riesgo país más alto de la región. Por si fuera poco, dentro de las 16 candidaturas a la presidencia solo hay una mujer, mientras un candidato presume de tener vocación feminista cuando el gobierno del que fue parte atropelló el derecho de las mujeres a decidir sobre su cuerpo. Otro, también fiel detractor de dichos derechos, continúa insistiendo en llegar a la presidencia mientras sus coidearios ocupan altos cargos en el gobierno al que, tres años antes, acusaban de llegar al poder de manera fraudulenta. Y así podría continuar, pues la cultura política del país es decepcionante, por decir lo mínimo.   

Pero no he venido a contarle historias que usted ya conocerá hasta el hartazgo. Más bien, he aceptado la invitación a pensar y escribir en este espacio con el fin de que podamos sugerir alternativas y propuestas, pues la situación demuestra que sin creatividad, pensamiento crítico, unidad y puntos de encuentro que garanticen diálogos constructivos, difícilmente saldremos de esta.

Tampoco pretendo enseñarle a usted cómo y en qué pensar. Mi intención es la de construir una cultura política responsable, destacando saberes e ideas de las voces de varias personas con las que colaboro. Los distintos procesos que he podido acompañar, entre ellos con este medio digital, me han permitido abrir mis puntos de vista y abrazar la diversidad cultural y sociopolítica del país. Tengo la certeza de que allí yace la raíz de todas las soluciones que juntas y juntos podemos encontrar, lo cual deseo plasmar en esta columna.   

A lo mejor usted me refutará que eso es muy idealista y que estamos muy lejos de lograrlo. Y sí, es verdad, el panorama jamás fue tan incierto, y en ese sentido, ¿qué aportes puede tener lo que yo escriba? Permítame, sin embargo, insistir en que estoy convencido, firmemente, del poder de las palabras. Justamente por ello tenemos que aprender a usarlas.

Las palabras y el lenguaje son las herramientas más antiguas que poseemos. Para bien o para mal, fluyen y su uso trae consecuencias. Pueden servir para exaltar los valores en los que creemos, los ideales que tenemos, y de esta manera, nutrir la construcción de una sociedad democrática, libre y justa. Por otro lado, pueden elevar muros de odio e ignorancia y convertirse en una caja de reproducción de mentiras que erosionan la democracia, la libertad y la justicia.

Por eso, en mi primera columna deseo inspirarme en las palabras del recientemente fallecido defensor de los derechos humanos y político estadounidense John Lewis: “La democracia no es un estado. Es un acto, y cada generación tiene que hacer su parte para ayudar a construir lo que llamamos la Comunidad Amada, una nación y una sociedad mundial en paz consigo misma”.

A través de mis palabras aspiro a construir mi parte y acercar a quienes están y estamos lejos. Con lejanía me refiero no solamente a quienes están distantes geográficamente y buscan entender qué está pasando en Ecuador. Escribo también para tender puentes hacia quienes están lejos de comprender que al país le atraviesan problemas estructurales basados en el racismo, el machismo y el clasismo, agravados cada vez más debido al fanatismo religioso y a la xenofobia.

Pensar y escribir es primordial no solo para que nuestros ideales den fruto, sino para ofrecer respuestas a los desafíos estructurales del país contrarrestando la ignorancia, la intolerancia y la desesperanza. Por ello, quiero que mi columna sea un llamado para quienes estamos lejos de ver plasmados nuestros sueños de dignidad y justicia. ¿Acepta usted la invitación?


Gustavo Endara es coordinador de proyectos en las áreas de economía justa y democracia social de la Friedrich-Ebert-Stiftung (FES-ILDIS) Ecuador. Acompaña procesos que abordan alternativas al desarrollo, transformación social y ecológica, así como la profundización del diálogo democrático.