Por Gustavo Endara

Un espectro antidemocrático recorre el planeta. Como una tormenta amenazante y persistente, quiere erosionar y destruir nuestros derechos, dejarnos en total desprotección y beneficiar en el proceso a quienes más poder tienen.

La antidemocracia se alimenta, precisamente, de la falta de confianza. De acuerdo con el último informe del Latinobarómetro (un estudio de opinión pública que entrevista anualmente a alrededor de 20 000 personas en 18 países de América Latina) publicado a inicios de 2021, un 73% de personas encuestadas en América Latina y el Caribe tiene la percepción de que la región está gobernada por unos cuantos grupos poderosos en su propio beneficio. 

3 de 4 personas en la región se preguntan ahora mismo ¿de qué nos sirve la democracia? Poco a poco, gracias a las extenuantes desigualdades que nos atraviesan hemos perdido también la ilusión por la política. ¿Para qué comprometerse y participar, si está todo inclinado hacia quienes más riqueza tienen, por ende poder e influencia? Asimismo, el Latinobarómetro muestra que, en 2020 en Ecuador, por primera vez, a más personas les da igual un régimen democrático que uno autoritario (43%), en vez de un régimen explícitamente democrático (38%), mientras que un 19% prefiere un gobierno explícitamente autoritario, con tendencia al alza.

Frente a esta desconfianza el informe afirma que: “Mientras la región no desmantele las desigualdades, resuelva su actitud hacia los pueblos originarios, la discriminación y respete la dignidad de todas las personas por igual, es difícil que la confianza pueda restituirse.”

Pero, ¿cómo restituimos la confianza cuando nos mienten una y otra y otra vez? ¿Se puede confiar cuando nos afirman que son solamente sus adversarios quienes roban y evaden impuestos?

Retomar la confianza en la democracia es una tarea ardua, lo sabemos. Hoy en día parecemos estar a merced de la política del “no tengo evidencias, pero no me quedan dudas”. Y así la democracia se va al barranco: primero la falta de evidencia, segundo la activación del miedo y del odio y tercero, el aplastar nuestros derechos. Para muestra, a continuación un par de los múltiples ejemplos.

En El Salvador hay un autodenominado “dictador más cool del mundo mundial” que gusta de afirmar que quien contradiga sus visiones está del lado de las pandillas y merece estar en la cárcel. El joven dictador de la people, a través de una Asamblea servil, reformó las penas para que incluso niños de 12 años ingresen a la cárcel, contraviniendo toda norma internacional. Catalogando como cool términos con bagajes tan dolorosos como la dictadura, miles de personas se activan alrededor de estas ideas con terribles consecuencias para los derechos humanos. Pero así se está imponiendo la antidemocracia en El Salvador, bajo el lema erróneo de que quien defiende a los derechos humanos defiende también a delincuentes. El paralelismo con la indiferencia de Ecuador, donde 320 personas fueron asesinadas en distintas cárceles del país en 2021, mientras el sistema penitenciario permanece fuera de control y las masacres continúan, es escalofriante.  

Al otro lado del planeta la situación es incluso más preocupante. La guerra entre Rusia y Ucrania, como todas, es absurda y se basa en la obsesión de un autócrata que, como muchos otros, prendió fuego a un odio latente. La llama del odio es muy efectiva, se activa con apenas un par de palabras para que, de pronto, las personas que viven al lado, o incluso nuestras familias, sean nuestras enemigas. Después vienen las bombas. En Rusia, el escribir esta columna acaso me llevaría a unos 15 años en la cárcel. De hecho, la institución para la que trabajo, la Friedrich-Ebert-Stiftung (FES) tuvo que cerrar sus operaciones en Rusia debido a que el Ministerio de Justicia ruso removió del registro de organizaciones no gubernamentales a varias instituciones que trabajamos a favor del diálogo y el entendimiento democrático. Eso refleja un claro deseo por romper cualquier intención que se tenga de diálogo.

No es la primera vez que se nos persigue por buscar acercamientos y entendimientos democráticos. En 1974, la FES tuvo que salir de Chile y refugiarse en Ecuador, luego de que nuestras oficinas fueran allanadas y de que las condiciones para el trabajo se volvieran peligrosas en medio de una de las dictaduras más sangrientas y crueles que ha conocido el mundo.

La democracia, por supuesto, es perfectible, pero una vez que se esfuma no solo que se la extraña, sino que cuesta muchísimo retomar sus cauces. Por ello se debe evitar a toda costa que caigamos en una espiral antidemocrática.

¿Qué hacemos con la antidemocracia?

La única respuesta que encuentro para combatir esta tendencia es generar mayores compromisos democráticos, entendiendo que la democracia va más allá de las autoridades que resulten electas. En Ecuador y otros países de la región existe un déficit de democracia interna y los partidos lucen cada vez más debilitados. Para repararlo, es urgente que sean las bases de los partidos las que decidan sus representantes en vez de que un caudillo elija a las personas que mejor le parezcan, o a sí mismo. Esto requerirá un enorme nivel de compromiso, organización y participación activa.  

Se necesita también cambiar los liderazgos altamente concentradores, masculinistas y excluyentes por liderazgos plurales, que entiendan la diversidad y sean capaces de dialogar con ella, modernos y que promulguen ópticas de justicia social e inclusión. Sobre todo: que tengan un compromiso para defender y respetar los derechos de todas las personas y de la naturaleza.

Debemos estar al tanto, asimismo, de las herramientas a nuestro alcance para enfrentar liderazgos antidemocráticos. Una de las herramientas jurídicas más importantes con la que cuenta la región en este momento es el Acuerdo Regional sobre el Acceso a la Información, la Participación Pública y el Acceso a la Justicia en Asuntos Ambientales en América Latina y el Caribe, conocido también como el Acuerdo de Escazú. El documento determina que los estados tienen la obligación de proteger a defensoras y defensores del medio ambiente y los derechos humanos, exige que se transparente toda información que el Estado tenga sobre conflictos ambientales y obliga a que exista justicia para personas afectadas. Si bien faltan todavía los mecanismos para que este acuerdo se cumpla, la presión internacional siempre ha sido un antídoto para las tendencias antidemocráticas y el Acuerdo nutre de esperanza a una región atravesada por la violencia y la indiferencia, donde entre 2015 y 2020 se han asesinado a 1 323 defensoras y defensores de la naturaleza y los derechos humanos.

Sí, nuestras exigencias a la democracia son cada vez más amplias y complejas. Pero de nuestro compromiso dependerá también el revitalizar la idea de democracia como gobierno de la gente, participando de un debate activo, constructivo y que aporte a la coexistencia pacífica, diversidad, respeto y pluralismo. Si dejamos que se impongan el odio, el miedo, la falta de evidencia y todo lo contrario a lo que la democracia debería representar, la democracia perecerá. De mi parte, prefiero enfocarme en el aprecio y el respeto a los derechos humanos, la vida y la justicia, pilares fundamentales de la democracia. ¿Y usted?


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Al Oído Podcast es un proyecto de periodismo narrativo de la revista digital La Barra Espaciadora y Aural Desk, en colaboración con FES-Ildis Ecuador y FES Comunicación.

Al oído Podcast son crónicas y reportajes que recogen los relatos de ciudadanas y ciudadanos, pueblos, nacionalidades y colectivos que han sido víctimas de violaciones de sus derechos fundamentales y de sus libertades individuales, como un ejercicio de memoria colectiva.


El equipo de Al Oído podcast está integrado por Pepe German, en la dirección técnica, la producción y el diseño de sonido; Ana Cristina Alvarado y Jonathan Venegas, en la locución; Diego Cazar Baquero, en la dirección de contenidos y un amplio equipo de reporteros free lance.

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