Por Jetssael Orozco

Todo el trayecto narrado a continuación evoca los sonidos y las voces de sus protagonistas. La voz de Fernando Montenegro, miembro de la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas y Encontradas sin vida en Ecuador (Asfadec), será la guía.

A las 05:00 del lunes 28 de marzo, nos reunimos en las instalaciones de la Fundación Regional de Asesoría en Derechos Humanos (Inredh), en Quito. El bus que nos que nos llevará ya está en el sitio. Entre familiares, voluntarios y periodistas colocamos las pancartas distintivas. Se escuchan algunas indicaciones generales, se lanzan fotos y en el discurso inicial, Lidia Rueda –presidenta de Asfadec- recuerda que en esta ocasión se exigirán respuestas legales a las instituciones del estado sobre los casos de desapariciones en el país. Una hora más tarde el viaje comienza. En el pasillo del bus se escuchan comentarios de lo que fue la primera edición de la Caravana, llevada a cabo en el 2021. Las caras de ilusión de los nuevos voluntarios marcan el inicio de lo que serán seis días de manifestación en siete ciudades del Ecuador.

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Voluntarios de la Fundación Inredh y Asfadec llevan la pancarta de la segunda Caravana, en su recorrido por las calles del cantón Chillanes, provincia de Bolívar. Foto: Fundación Inredh.

Ambato, primera parada

Ambato –en la Sierra centro del país- es, oficialmente, el punto de partida. Desde allí comienza el ritual: los familiares toman los carteles con los rostros y fechas de desaparición de sus hijos, hermanos, padres, y bajan del bus. Algunos se encargan de tomar los afiches de los que no pudieron llegar o de esas familias que ya no están entre nosotros. Saben que es necesario que esté presente cada foto, cada fecha, que deben nombrarlos. En presente, porque están y deben ser reclamados.

Las calles transitadas de Ambato reciben el lunes a los caminantes. Los rostros de sorpresa y las bocinas de los vehículos solo se detienen cuando, al llegar a la Fiscalía de Tungurahua, frente al micrófono, una voz enuncia: “Soy Yanera Constante, madre de Giovanna Paulina Pérez Constante”, y con voz firme relata lo que han sido once años de búsqueda. Once años en los cuales ha denunciado irregularidades en el proceso en sus distintas instancias, once años en los cuales se levanta cada mañana para publicar en redes sobre su hija, once años de recorrer el país, los pasillos de las instituciones públicas y decirles a los jueces y fiscales que investiguen, que no filtren información. Hace dos años esa madre impulsa un proceso contra miembros de la Fiscalía de Tungurahua por violación al principio a la reserva, en las investigaciones sobre la desaparición de su hija.

“Confié en esta institución”, dice Yanera, quien estuvo detrás de un proceso administrativo que buscaba identificar el grado de responsabilidad de 21 funcionarios de Fiscalía, que posteriormente fueron deslindados tras un informe favorable por parte del exdirector del Consejo de la Judicatura de Tungurahua, René Carranza. Su insistencia, sin embargo, ha hecho que actualmente la Corte Nacional de Justicia (CNJ) reconozca que Carranza cometió irregularidades, por lo que según el Artículo 108 del Código Orgánico de la Función Judicial, recibió una sanción de suspensión del cargo por 30 días, sin remuneración. La decisión llegó dos meses tarde: Carranza renunció en diciembre del 2021.

Antes de partir a la siguiente ciudad, Constante entra al edificio del Consejo de la Judicatura de Tungurahua para entregar un recurso de apelación al informe entregado por Carranza.

Escucha aquí las voces de la primera jornada

Además de los carteles y de una gorra azul que luce en letras amarillas y naranjas la leyenda: “Por todas y todos nadie se cansa”, la mayoría de quienes se encuentran reunidos lleva camisetas blancas con los rostros y datos de sus seres queridos. Una de ellas es Laura Paredes, quien se une a la convocatoria desde esa ciudad, reclama por la muerte de su hijo Jairo Dávalos, quien era médico residente en el Hospital Regional de Ambato.

El hecho ocurrió en el 2017, sin embargo, actualmente se encuentra archivado, en medio de algunas inconsistencias que ha detectado su familia.

Sin abogado y con la necesidad de encontrar a los responsables de lo que le pasó a su hijo Laura no cesa de gritar. Es la voz que llena los silencios entre consignas con un: “¡Nadie se cansa!” o con los nombres de los suyos, de sus desaparecidos, porque: “Es necesario tener memoria de todo lo ocurrido”, dice en cuanto toma el micrófono.

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María Eugenia Bassantes sostiene –frente a las oficinas de Dinased en Cuenca- la imagen de su hijo Alexander Romo de dos años que desapareció el 6 noviembre de 1994 y una de su posible apariencia en la actualidad con 28 años. Foto: Fundación Inredh.

Riobamba, un arcoíris después de la lluvia

Cerca de diez horas han transcurrido desde que empezó la Caravana y todavía falta una ciudad por recorrer y dos instituciones que visitar. Alrededor de las 16:30, nuevamente se distribuyen las actividades, las pancartas, las cámaras, en esta ocasión en la Fiscalía de Chimborazo, en Riobamba. Hasta allí se movilizó Miriam Silva, hija de María Esther Morocho, quien fue víctima del primer caso de sicariato reportado en esta ciudad. Es desde hace una década que ha estado detrás de las autoridades, aportando datos e insistiendo para que se haga justicia. Hasta el momento no se ha dado con los autores materiales, pero sí con algunos de los intelectuales, aunque según Silva no son todos.

El recuerdo que tiene Miriam de su madre es el de una mujer generosa y alegre que se organizaba junto con trabajadores informales como ella para manifestarse ante distintas causas. Esto es además lo que le impulsa a seguir, el saber que su madre haría lo mismo por ella y por quienes lo necesitaran. “Ella era alegre, una mujer increíblemente generosa”, dice -entre lágrimas- mientras recuerda cómo la [re]conoció en los ojos de quienes la vieron en otros espacios: “En este viaje de buscar justicia también la fui conociendo”, me cuenta.

La lluvia había caído minutos antes de que llegara la Caravana, por lo que -mientras avanzamos por las empedradas calles del centro de Riobamba- el cielo luce un doble arcoíris brillante. Con este fondo, los carteles ocuparon la calle Primera Constituyente, frente a la Policía Judicial. En plena hora pico las bocinas, reclamos y presencia policial contrastan con las voces que no cesan en repetir las consignas que Fernando Montenegro dice en el micrófono. Alrededor de las 18:00 la sede de la Casa de la Cultura presenta el documental que recoge las memorias de la primera Caravana. La jornada acaba allí, viene el ansiado descanso que se ve postergado por un cambio de planes: hay que improvisar. El viaje no se puede detener ahí, la madrugada nos recibirá en Chillanes, el siguiente punto de la caravana.

En Chillanes, una madre canta por la memoria de su hijo

Cerca de las 02:30 llegamos a Chillanes en medio de lluvia. Junto a Yuli Gaona –coordinadora del Área de Comunicación de Inredh- recorremos el departamento que nos recibirá. Dada la señal todos ingresan de a poco y alrededor de una hora después extienden sobre el suelo colchones, sleepings y cobijas para descansar.

En ese, como en el resto de días, la organización casi espontánea en la distribución de mantas, insumos o el desfile para el baño, hacen fácil la convivencia. La informalidad y avidez por conocerse inundan los momentos de las comidas o los traslados entre uno y otro punto. La música, los momentos de karaoke improvisados en el bus rompen las tensiones y el dolor que inundan las calles al paso de la caravana.

A eso de las 09:20 se acerca Gladys Villalba, mamá de Smith Muñoz, desaparecido el 18 de marzo del 2017. Con su caminar pausado y su mirada aguda se une al grupo. Extiende la pancarta con el rostro de su hijo, se planta frente al Complejo Judicial de Chillanes como muchas veces antes de este día, como hace un año cuando la conocí. A sus 69 años no cesa en el camino por encontrar a su hijo, por recabar información. Casi no habla, se pone muy nerviosa, así que deja que sus poemas y canciones lo hagan por ella. Los volantes los entrega con menos timidez que sus palabras, con las que cuenta que las diligencias se han visto demoradas: Fiscalía le ha pedido que ella acompañe a la policía en la entrega de la notificación a la principal sospechosa, para que rinda su versión del caso. En todas las ocasiones en las que se acercó contó con compañía de los agentes pero no encontró a quién entregar los documentos.

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Mariela Montenegro relata los hechos de la desaparición de su padre, Hólger Montenegro, su madre, Isolina León, y su hermano Fernando Montenegro, desaparecidos el 28 de junio del 2008 en Cuenca, provincia del Azuay. Foto: Fundación Inredh.

Dayuma Amores, abogada de Inredh, quien estuvo presente en Fiscalía junto a Gladys toma la palabra para recordar a los presentes que la obligación de notificar es de Fiscalía y de la policía y que este accionar no debe ser revictimizante. Al salir del lugar desde Fiscalía les entregan las boletas, a un día de que se cumpla el plazo de notificación. 

“Lazos de amor yo tengo aquí, para combatir tanta inclemencia que ataca al pobre, al rico, al mundo entero, ¡con qué violencia!”, reza en uno de los volantes que me entrega Gladys en el bus, de camino a Cuenca. En la hoja de tamaño A5 hay dos fotos de Smith, una con la camiseta de la selección de fútbol de Ecuador -que recuerda su historia como migrante en Estados Unidos y España-. Junto a la canción se lee: “Gladys Villalba escribe y canta para mantener viva la memoria de su hijo…”. Antes de que regrese a su asiento le pregunto si se queda los siguientes días. Sonríe. Entonces me dice que sí, se queda, porque hay muchos casos que acompañar todavía, que esta lucha es de todos. Vuelve a su lugar sujetándose mientras el bus zigzaguea por la vía que se ha vuelto estrecha por los deslizamientos de tierra.

Las constantes lluvias no hacen fácil el camino. La información de vías, la intuición y las aplicaciones móviles sugieren que la mejor ruta es vía a La Troncal, es decir, pasar por la provincia de Guayas hasta llegar a Cuenca. El recorrido tarda más de lo planeado. La jornada se extiende -nuevamente-, se modifica el cronograma. No habrá proyección del documental, como se tenía previsto, y llegaremos directo a descansar.

En la casa de acogida hay habitaciones y espacios comunes donde las fronteras de edad se vuelven borrosas, todos bromean y cuentan historias sobre su vida.

Al final el cansancio pesa más que el entusiasmo. Recién es el segundo día.

Escucha aquí las voces de la segunda jornada

Cuenca, dos familias, un mismo callejón

Son las 08:00. Estamos camino a desayunar. Allí nos esperan Mariela Montenegro y René Valenzuela. En sus rostros, más allá de la amabilidad con que nos reciben, se intuye la curiosidad desbordante, sobre todo en los ojos de Mariela; y la preocupación y las lágrimas contenidas en el ceño fruncido de René. Dos horas más tarde sus gestos se repiten frente al edificio de la Dirección Nacional de Delitos contra la Vida, Muertes Violentas, Desapariciones, Extorsión y Secuestros (Dinased). En esta ocasión, tras unos minutos de plantón, autoridades de la institución salen al paso para reunirse con ambos.

Para Mariela son casi catorce años en los que no ha vuelto a ver a sus padres y hermano. Todos desaparecieron en extrañas circunstancias, tras salir de una reunión familiar. Hólger Montenegro León (hijo) había llegado al domicilio de su tío para llevar a sus padres, Hólger Montenegro e Isolina León, a casa. Eso fue a alrededor de las nueve de la noche del 14 de junio del 2014. Lo que se supo después es que llamaron a pedir recompensa por ellos. Para Mariela han sido años de investigaciones particulares que no han prosperado ante los ojos de las autoridades. No hay certezas ni respuestas. Sus ojos se mueven inquietos y completan las frases de dolor e indignación, se abren más cuando relata que una fiscal le pidió que le diera nombres para seguir con las investigaciones. La misma sorpresa se delinea en sus gestos cuando dice no comprender a las familias que no buscan a los suyos: “¿Por qué la comodidad de tu casa y quedarte en un documento, en una ida a la Fiscalía y no buscar y gritar todo este dolor que tienes y gritar al mundo que tienen familiares desaparecidos?”,. Su voz es cada vez más cercana al llanto.  

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Algunos familiares y voluntarios de la caravana posan en el puente Vivas nos Queremos -de la ciudad de Cuenca-, que por segundo año es punto de encuentro para recordar a las víctimas de desapariciones y muertes violentas. Foto: Fundación Inredh.

René tiene en su memoria los rostros que estarían detrás de la desaparición de su padre. Sin embargo, el proceso ha sufrido varios reveses desde el 2004, cuando desapareció René Valenzuela, su padre. El caso, en el que estaría involucrada una expareja sentimental, fue cerrado en el 2005, bajo el seguimiento de otro familiar. En el 2013, René hijo decidió reabrir el caso y descubrió algunas irregularidades. Lo hizo con el acompañamiento de Asfadec. En esta fase reconoce que hubo mayores avances, junto con un teniente Ruíz, un coronel Aguilar y la fiscal Wilma Ortega. Pero al final, volvieron a un callejón.

Tras la reunión en Dinased se comprometen a que en dos semanas las autoridades darán un informe del caso y expondrán los pasos que seguirán las investigaciones. Además, les asignan agentes para que continúen sus casos y se comprometen a darles seguimiento. Con estas respuestas, el recorrido continúa hacia la Fiscalía General del Azuay. Allí las consignas inundan la calle Simón Bolívar, donde Apxel, -artista invitado a la caravana, tuvo la iniciativa de escribir los nombres de los desaparecidos en las piedras sobre las que se disponen los carteles. La ruta por esta ciudad terminó en el puente Vivas nos queremos, que se ha convertido en punto de reunión de grupos de mujeres y colectivos feministas, lo que hizo que en el 2020 dejara de llamarse puente Mariano Moreno. En sus muros blanquecinos se leen los nombres de víctimas y sobrevivientes de violencia de género.  Allí algunos de los familiares escriben con tizas los nombres de sus desaparecidas. Cerca de las 16:00 termina el paso por Cuenca. 

Escucha aquí las voces de la tercera jornada

Machala, los sueños sin respuestas

En esta ciudad la caravana descansa en su tercera noche. Al día siguiente la jornada empieza muy temprano. La primera parada es en la Dinased, al interior de las instalaciones del Comando de Policía Subzona El Oro N° 7. En esta oportunidad los agentes de policía piden que abandonemos el lugar. Durante las casi dos horas que permanecemos en el lugar las asesoras legales de la Fundación mantienen conversaciones con personal de la policía. No nos vamos.

Alexandra Cevallos, de 24 años, conversa con los medios de la ciudad. Su hermana Luzmila Ramírez desapareció el 10 de octubre del 2016 mientras se dirigía a la Universidad Técnica Estatal de Machala. Fue la última en tener contacto con Luzmila.

Justo ese día –recuerda Alexandra- salió sin sus lentes, lo cual aduce pudo perjudicarla, ya que tiene una discapacidad visual del 52%. Luzmila estaba en las inmediaciones de la universidad: “Ñaña, estoy afuera, estoy llegando”, relata Cevallos que le habría dicho. Sin embargo, luego ya no contestó más. Según sus propias investigaciones sabe que su hermana sí estuvo afuera de la Universidad. Desde allí habría sido la última conexión de su celular. Por esta razón solicitó a las autoridades que localizaran el teléfono, pero solo obtuvo negativas con el argumento de que el equipo había sido sacado del país. No obstante, tiempo después encontraron el teléfono en Machala, cuando ya había pasado por varias manos.


Luzmila formaba parte del grupo de estudiantes que se movilizaba cada año a diferentes ciudades para continuar su carrera universitaria. Ramírez quería ser médica. Tras obtener 826 puntos en el examen de la Senescyt estaba a punto de conseguirlo. Para eso tuvo que trasladarse a 323,7 kilómetros de su casa, en Quevedo.

Al salir rumbo a la Fiscalía le pregunto a Alexandra qué le dijeron los policías cuando se le acercaron: “Me preguntan que cuántas veces me he acercado a Dinased. Yo no sabría decirle la cantidad de veces que he venido a Dinased. Son muchas.”.

En medio del calor llegan los caminantes hasta Fiscalía. Allí tras unas diligencias consiguen ingresar Alexandra Cevallos y Dayuma Amores a conversar con las autoridades. Dos horas más tarde salen, visiblemente incómodas luego de que al interior del lugar se les presentaran inconvenientes para ingresar el pedido de revisión del caso. Además, Cevallos tuvo que contar nuevamente el caso para sumar al documento. “Si no fuera por este plantón siguieran sin conocer el caso”, dice Cevallos, quien además dijo sentirse acompañada por la Caravana.

Minutos antes, mientras esperábamos a las afueras de Fiscalía, escuchamos el retumbar de tambores. El sonido provenía de una de las entradas del Parque Juan Montalvo, por la avenida 25 de junio. Hasta ese lugar había llegado la Batukada Emputada en su recorrido por la ciudad, a propósito de que cada 31 de marzo se recuerda el Día de la Visibilidad Transgénero. Valeria Larco, una de las voluntarias de la Caravana, se acerca a ellas y les pide que se unan al grupo. El ambiente se llena de murga con las últimas consignas del día, tras lo cual Fernando Montenegro y Lidia Rueda expresan palabras de solidaridad con sus reivindicaciones.

Esta jornada se cierra sobre las 16:00. El siguiente destino es Guayaquil.

Escucha aquí las voces de la cuarta jornada

Guayaquil y un padre que espera por su hijo

Cerca de las 10:05 estamos frente al edificio de la Dinased, en el sur de Guayaquil. El plantón allí comienza con la canción Desapariciones, de Rubén Blades, sonando en el parlante. Le siguen Gracias a la vida, en la voz de Mercedes Sosa y concluye con Por los desaparecidos, escrito por Rapdikal en homenaje a Michelle Montenegro, por su labor en barrios populares, por su memoria, por encontrarla.

“Nos faltas Michelle y nos faltas de sobra, nos falta tu pincel para completar la obra”, corea Fernando Montenegro, su padre, mientras sigue la letra. Luego escribe en mi cuaderno el nombre de su autor, me pide que la busque, que la escuche, que fue escrita para su hija.

Otro padre había estado ahí esperándonos, minutos antes en mitad de la plaza frontal de Dinased. Es German Gordillo, quien recibe al grupo entre aplausos: “Se merecen aplausos por semejante odisea. Los aplausos no son suficientes para semejante odisea”, lo dice mientras dibuja una sonrisa. No era para menos. Asfadec e Inredh junto a los voluntarios están extenuados. Ya no gritan como el primer día. Aunque si las fuerzas flaquean, reciben el abrazo del vecino de camino.

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Fernando Montenegro, mientras formula una de las consignas de la Caravana, en el recorrido por la avenida 9 de Octubre, de la ciudad de Guayaquil. Foto: Fundación Inredh.
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María Mero, en entrevista para medios digitales de Quevedo, mientras relata la desaparición de su padre, Manuel Mero, el 8 de diciembre del 2015 en el cantón Empalme. Foto: Fundación Inredh.

Pero esto aún no acaba. Germán Gordillo llega junto con Rosa Bolaños –asesora jurídica de Inredh- solicitando a la institución que realice otras pericias en el caso de su hijo desaparecido en 2017.

La segunda parada de la Caravana es la Fiscalía Provincial del Guayas. La llegada estaba prevista para las 14:00, sin embargo, el grupo logra estar completo recién una hora más tarde, cuando se incorporan Batuka Batambá y Ritmos del suburbio con sus tambores y redoblantes. El punto de partida es el Parque Centenario, desde el cual los caminantes transitan entre los gorjeos de los pájaros del lugar, hacia la ruidosa avenida 9 de Octubre, donde se mezcla la música de los negocios con las bocinas de vehículos y motos que pugnan por abrirse un espacio entre la movilización. Los tambores hacen lo suyo y brindan respaldo y cuerpo a quienes se movilizan entre la bulla. Tras unas cuadras de recorrido unos motorizados de la Agencia de Tránsito y Movilidad de Guayaquil (ATM) acompañan la marcha. Una vez en la calle Víctor Manuel Rendón, los carteles se extenden en la calle y junto a la Batukada restringen el tránsito. Los agentes que antes acompañaban ahora se colocan prestos a redirigir el flujo vehicular.

En medio de la murga se escuchan las alarmas de motorizados de la Policía Nacional quienes llegan dispuestos a reabrir la circulación. Tras varios diálogos y el arribo de al menos ocho motorizados más, ningún cartel, familiar o medio se retira del lugar. Es hasta las 17:00 cuando el grupo da por terminado el plantón y emprende el camino hacia la última parada del día, donde se proyectará la película Éxodo, que retrata parte de las peripecias de los migrantes venezolanos en el país.

Escucha aquí las voces de la quinta jornada

Quevedo, el cierre con todas y todos

El sexto día de Caravana empieza a las 05:00. Media hora más tarde estamos prácticamente listos para viajar desde Guayaquil a Quevedo, el último punto del recorrido. En el camino los estragos de las fuertes lluvias nos siguen sorprendiendo. En Babahoyo la carretera está sumergida por tramos bajo el agua. Con dificultad, carros pequeños y motocicletas avanzan lentamente. Algunos son empujados para salir de allí, otros no corren con la misma suerte.

Unos kilómetros más allá -en el Parque Central de Quevedo- esperan las familias de Luzmila, Pedro León y Manuel Mero, quienes no pudieron estar en todo el recorrido de la Caravana, pero al encontrarse cerca a Quevedo deciden unirse. En este punto se lleva a cabo el cierre de la Caravana con consignas, con abrazos y con el pedido simbólico de justicia: entregado al cielo, tras elevar globos blancos y celestes. 

Escucha aquí las voces de la sexta jornada

De vuelta en Quito, los últimos minutos de la caravana son para algunas despedidas entre abrazos, sonrisas y nostalgia. Entre la ansiedad por llegar a dormir en casa luego de una semana, Dayuma recuerda las palabras de Ingrid García –quien coordinó la logística desde Inredh-: “Serán seis días de caravana, seis días de estar juntos. Así que en estos seis días tenemos que querernos”, lo dice y surgen risas de complicidad. Pero resulta llamativo que cerca de treinta personas que se conocen poco entre sí se reconozcan en sus luchas, en sus anhelos y tristezas y estén dispuestos a caminar juntas en jornadas que en ocasiones alcanzaron las 20 horas de recorrido. No sé cómo se tejan los lazos de afecto, o si al final de estos seis días las palabras de Ingrid calen hondo en el grupo. Lo que puedo reconocer es que al final la empatía consiguió que, si las voces, los pies o los brazos de unos se agotaban, surgieran otros para tomar la posta y levantar el grito: “¡Nadie se cansa!”.

Siete ciudades, seis días, un solo grito: ¡Nadie se cansa!

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Última foto grupal con familiares, voluntarios y periodistas en el parque Central de Quevedo, posterior al cierre de la Segunda Caravana por las personas desaparecidas y localizadas sin vida en Ecuador. Foto: Fundación Inredh.

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