Por Alexis Serrano Carmona / @alexserranocar

De nuevo nos violaron. Nos fallaron. Y de nuevo las autoridades están tratando de que no se nombre a los colegios, ni que se den detalles que revelen la vulnerabilidad de sus controles; pretenden que se haga poca bulla, esconder lo que más se pueda. Sin embargo, sucedió: esta semana se conoció el caso de otra niña violada dentro del sistema educativo. Ocurrió en el bus que la llevaba desde su casa hasta el Colegio Dillon, donde estudia. Su violador fue el chofer de la compañía de transporte que el Colegio Dillon eligió para que llevara a sus estudiantes a sus casas.

En redes sociales se reactivó un viejo debate sobre si en las notas periodísticas debería ponerse el nombre del colegio, o más bien se debería salvaguardar su buen nombre. ¿Por qué es importante que el periodismo revele ese tipo de detalles? Porque el colegio es el responsable de esos niños y jóvenes. Lo es desde el momento en que sus padres los entregan bajo su cuidado cada mañana, hasta cuando regresan a su casa. No solo son responsables por su educación, sino también por su seguridad. Y eso incluye la selección de las compañías que van a dar el servicio de transporte en la institución. Pero, sobre todo, porque las autoridades del Colegio Dillon serán responsables, en adelante, de que las investigaciones puedan realizarse, se conozca la verdad y mejoren las garantías para que esto no se vuelva a repetir.

No se trata de dañar el buen nombre de nadie, ni de cuestionar su historia, o la calidad educativa, ni los métodos de estudio. Se trata de preguntar: ¿por qué pasó esto, señores del Colegio Dillon?, ¿cómo van a asumir sus responsabilidades?, ¿y cómo van a hacer para que no vuelva a pasar? De eso se trata. Porque nadie puede decir ‘es que es solo un caso’, porque un ‘caso’ es una niña que vivió un infierno, una familia golpeada en lo más profundo, y —a la final— una vida puesta en riesgo. Motivos más que suficientes para hacer esas preguntas como sociedad.

En julio del 2017 publiqué en diario La Hora una crónica que titulé ‘Horror en el sexto C’. Contaba la historia de 41 niños y de un pseudo profesor que los violó sistemáticamente durante un año en el Colegio Aampetra, en el sur de Quito. Muchos periodistas publicamos sobre el tema y lo llamamos por su nombre. Y eso sirvió para que el caso no quedara en la impunidad, para que el maestro violador se mantuviera preso y para que muchos otros casos se revelaran porque la gente fue perdiendo el miedo a denunciar. En el caso Aampetra hubo sentencia ejecutoriada, evidencias —como unos cedés llenos de pornografía ocultos bajo portadas de temas de Ciencias Naturales—, hubo testimonios de niños sometidos a todo tipo de maltratos y abusos, una placa colocada en el aula donde todo ocurrió. Y, sin embargo, hasta el final, el rector de ese colegio lo negaba todo; fue capaz de decir, campante, que no había pasado nada.

Por eso, como sociedad, cuando pasan estas cosas no deberíamos decir ‘violaron a otra niña’, sino ‘de nuevo nos violaron’. Porque todos podríamos ser esos padres confiando a sus hijos a un colegio; o esa estudiante regresando a su casa en el bus escolar. Todos podríamos ser la víctima. Por eso es importante decirlo. Para que nadie pretenda nunca que el buen nombre puede ser más importante que la justicia y la verdad.

De nuevo nos violaron

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