Por Pedro Donoso Müller / @pedrodonoso80

Nací al empezar la década de los ochenta, y aunque ahora escuchamos con cierta superficialidad eso de que el Ecuador está más polarizado que nunca, yo lo he sentido polarizado ayer, hoy y siempre. Para mí la polarización no tiene que ver con la dinámica de la contradicción verbal solamente, o con la disputa encarnizada por el poder de tal o cual grupo, sino más bien con la contradicción de conceptos que se desarrollan en el ámbito del imaginario social.

Ya en los ochenta, la pobreza extrema y la violencia social contra las mujeres evidenciaban esa brecha de sentidos. En 1987, el Taurazo anunciaba la grieta del poder político y militar. En mayo y junio de 1990, el primer levantamiento indígena ponía en escena las enormes distancias encarnizadas en la construcción del Estado-nación. A finales de la misma década el feriado bancario monetizaba esa polarización. Con el nuevo siglo, a inicios del 2000, la migración traía de vuelta las imágenes de un país dividido. A mediados del 2000, con una lista de ocho presidentes en 10 años, se reafirmaba que somos un país de orientaciones contrapuestas. Y todo esto porque lo que provoca la polarización es la contradicción del deber ser con el natural ser y la disputa por la resignificación de los conceptos más primarios: democracia, Estado, pacto social, libertad de expresión, libertad de empresa, capital, inversión privada, seguridad jurídica, justicia social o derechos.

Es, por decir lo menos, inocente pensar que la polarización se deriva de un determinado fenómeno social, y podría constituir una burla creer que consiste tan solo en poner a unos en una vereda frente a otros para que se lancen piedras. La exacerbada confrontación se deriva de la acción u omisión de no entender que en cada década es necesario replantear los conceptos a la luz de los hallazgos.

En los 10 años del anterior gobierno, el proceso de resignificación, con acierto o error, fue evidente, constante y sistemático, y es por eso que hoy, cada vez que la sociedad se pregunta, con alegría o con rabia, ¿por qué el “correísmo” aún tiene vigencia?, la respuesta podría estar en su capacidad para reconceptualizar los significados, fundando su proyecto político en esa habilidad. Pero, sobre todo, su fuerza radica en las limitaciones que hemos tenido como sociedad de proponer un debate de conceptos en estos cuatro años de ausencia política de su máxima figura.

Ningún estamento social ha sido capaz de entender que una sociedad polarizada existe independientemente de quien ostente el poder, y que lo responsable no es edulcorarla, alentarla o barrerla por debajo de la alfombra, sino aclarar el panorama sobre el que se contradice y; sobre esos conceptos, trazar la cancha del debate. Nos debemos la posibilidad de sentarnos a la mesa y debatir, las veces que sean necesarias, los conceptos sobre los cuales queremos enfrentar esta década y la siguiente, las estrategias para afrontar lo que resta de la pandemia y lo que queremos ser cuando las mascarillas no sean una obligación. Pero, sobre todo, poner los conceptos a prueba, en una especie de ejercicio de andragogía, con acierto–error, para sabernos dignos de los cambios que anhelamos.

Si es que no lo logramos, si es que ni siquiera lo intentamos, estaremos destinados a, como en el mito de Sísifo -fundador del reino de Corinto en la mitología griega- recoger y levantar la piedra de la polarización “ad infinitum”, sin que entendamos el principio o el fin del fenómeno, pues el Ecuador es y será siempre un país polarizado.              


Ecuador

Pedro Donoso Müller es director general del Gabinete Estratégico ICARE. Licenciado en Ciencias Políticas y Jurídicas. Abogado y Doctor en Jurisprudencia. Experto en administración de crisis y análisis de contexto político.

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