¿Por qué los quiteños hablamos como cuando se abren las nubes y Dios habla en la Biblia?


Por Dani Game

Fotos de César Acuña Luzuriaga / @LuzLateraL

En la distancia con la ciudad de origen y en el contraste inevitable de vivir con alguien que habla otra forma del español, saltan preguntas para tratar de entender cómo es que el otro, también latino, también hispano, quiere decir las cosas de la vida, que parecen ser las mismas cosas, pero nunca lo son.  Un día un mexicano me preguntó ¿por qué ustedes los quiteños hablan como cuando se abren las nubes y Dios habla en la Biblia?

No entendí la pregunta. No cabía en mis primeros pensamientos cómo es que el dialecto quiteño, que se supone amable, tenga relación con los recuerdos de mi falda colegial de cuadros que se arrugaba entre mis manos niñas y asustadas, cada vez que el Antiguo Testamento salía de la boca de una monja, que con su hábito crema y su cruz de madera colgada del pecho, me enseñaba a temerle a Dios. En cada versículo, la voz de ese Dios/hombre abre el cielo, su palabra lo ilumina todo y habla de castigos, señalando el fruto de nuestros pecados y dando órdenes que cambian para siempre el curso de la vida de esos pocos testigos de su implacable presencia. ¿Desde cuándo los quiteños hablan así, pues? No ha de ser.

No entendía cómo esos verbos que en Quito y en parte de la sierra ecuatoriana jamás se dicen ni se hacen directos, sino en conjunto, esos “darás viendo”, “darás trayendo”, que nunca son un “mira” o un “trae”, estarían vinculados con designios incontestables. Entonces, para explicarse mejor, el mexicano agregó que los quiteños hablamos siempre usando el futuro, el del indicativo que en realidad es imperativo, tan posicionado en la voz de Dios: “Llamarás”, “llevarás al guagua al médico”. Órdenes matizadas por un acento que pide un favor, pero que en realidad pretende que el futuro le sea fiel y el otro termine haciendo exactamente lo que se le dice.

Aclarada entonces la cosa por parte del chavo, se abrieron las nubes y pude reparar en ese futuro que indica -así como los mandamientos- todo aquello que hacemos para honrar el nombre de la madre y del padre, de las hermanas y hermanos, de los abuelitos, los panas del barrio, de la seño de la tienda y del jefecito de la esquina que así nos enseñaron a hablar; en futuro quiteño indicado. Volverás prontito y honrarás entonces a la resistencia de un español apropiado. Honrarás -sin miedo al castigo y entregada al puro goce de decirnos- a todo lo que se dice en quiteño y que también ha de estar escrito en unas tablas de piedra (volcánica), pero que nadie entregó a fulanito y nadie ha visto, porque estarán llenas de azufre liberado por el Pichincha, que mejor no tocarás, porque te has de quemar y no ha de valer. Con eso del haber y el “a ver”, la cosa del futuro quiteño indicado se complica.

Los mandamientos quiteños son claros y sus fieles los repetimos a diario: traerás pancito para el café. La combinación perfecta, que indica con un diminutivo (así como quien no quiere la cosa, ¡pero sí quiere y ya!), que ese pancito caliente y oloroso se pose sobre la mesa y ayude a sobrevivir a una tarde de lluvia. Frente a semejante pedido, nadie en Quito ha dudado nunca en comprar el pan recién hecho de la tienda, llevarlo a la casa y tomar un cafecito, conversar por horas para volverse a ver mañana o despedirse con el mandamiento inclaudicable de despedida: “Asomarás”, que en la entonación de su última sílaba acepta la posibilidad de no asomar jamás.

O el valiente “llamarás”, mandamiento que se repite en cada esquina de la casualidad, como invitación a que la otra persona tome la iniciativa del próximo encuentro y así alargar la alegría de la coincidencia o disimular, amablemente, que tenemos que irnos y que no queremos volver a ver al aparecido. “Escribirás” sería la versión actualizada, para que el quiteñismo afuturado no muera, ni en el mundo virtual.

Las madres y los padres, así como toda autoridad competente en la prevención de la insolencia, tienen también su mandamiento: “No me vendrás con cosas”, advertencia precisa que sabe que la vida se presenta como si una viniera con una mochila llena de rebeldías y se lanzara con ellas sobre el otro, para ver qué hace nomás. Hola mamita, la bendición, hoy vine con mis cosas.

Pero esos mandamientos también son estratégicos y eficientes, hasta en el mundo de los negocios, porque ante la posible falta de calidad en el servicio al cliente, siempre se podrá decir “tendrá la bondad”. Enterándole a quien da el servicio de que no queremos caras largas ni un “¿va a comprar para enseñarle?”, sino solo lo mejor, lo más amable que se puede ser, no sea malito. 

La ciudad alargada va creando sus registros sonoros atravesados por las palabras, por esa forma de decir y vivir el español que nunca ha sido muy castiza, que brota del kichwa y que por fortuna es bastante incorrecta y se sigue mezclando con acentos y vidas diversas.

En ese curso que dicen es la historia de nuestros siglos, la voz de Dios pasó a la de un corregidor que quiso borrarnos la palabra “salvaje” y luego a la del patrón que siempre estuvo más cerca de Dios, y de ahí pasó a nosotros, quiteños mestizos que hacemos lo posible para que las cosas suenen más amables o escondidas, para que las órdenes suenen a sugerencia, o para decirnos, más allá de cualquier dios, que el futuro traerá el pan, la leche y a los amigos; esos que llamarán para encontrarse, aunque tengan sus cosas, que no serán ingratos ni nos olvidarán, aunque ya no asomemos por ahí.  

Saludará a su mamita de mi parte.



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1 COMENTARIO

  1. Hermoso artículo. Muy bien descrita esa forma de hablar tan natural de los quiteños (y serranos por extensión), sutil y enemiga de los conflictos que camufla muy bien el imperativo pero lo deja claro al receptor, siempre que sea de aquisito mismo. Porque sales un poco de la geografía (a Guayaquil o Manta nomas, digamos) y ya comienzas a darte cuenta lo extraño que suenas.
    La explicación de esta particular forma de hablar de los que vivimos entre las 2 cordilleras debe ser pedagogía obligada para el migrante caribeño que quiera integrarse exitosamente en nuestra sociedad, mucha de la antipatía y hostilidad que generan viene precisamente de lo brusca que encontramos su forma de hablar, su entonación alta, sus conjugaciones directas que suenan a órdenes, el uso indiscriminado del «tú».
    Así que darán enseñándoles, no sean malitos. No se perderá don Dani, seguirá nomas escribiendo

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