Por Ana Alvarado / @ana1alvarado

“Muchos más van a salir a luchar por mi lucha”.

María José Andrade

Los espejos de agua y los bofedales de los páramos de la comunidad de Pukayaku, en el centro de Perú, se han secado en los últimos cinco años. En el verano del 2021, la sequía obligó a los agricultores a comprar agua para evitar la muerte de sus alpacas y de sus ovejas.

Benito Calixto, líder quechua, es uno de los afectados. Compró agua que viaja un kilómetro -desde la ciudad de Cerro de Pasco hasta su rancho, que está sobre los 5 000 msnm- a través de cisternas.

Al mismo tiempo, las temperaturas bajas se han recrudecido. Hasta hace cinco años, el indicador del termómetro alcanzaba los 3°C. Ahora, la temperatura desciende a -12°C.

Los pueblos indígenas y afrodescendientes, al estar en mayor contacto con la naturaleza, son los primeros en sufrir los efectos del cambio climático y en crear soluciones para mitigarlo. Sin embargo, no tienen representación real en las mesas de negociaciones de la Conferencia de las Naciones Unidas Sobre el Cambio Climático (COP26, por sus siglas en inglés). “La comisión de Ecuador no tuvo representantes indígenas; la mayoría de países no tienen a indígenas en sus equipos de trabajo”, denuncia Leo Cerda, kichwa de la comunidad amazónica de Serena y fundador del Movimiento por la Liberación Indígena y Negra (BILM, por sus siglas en inglés).

A las negociaciones solo acceden “los de cuello blanco”, recalca María José Andrade, miembro de la guardia indígena femenina Yuturi Warmi (mujer conga) de la comunidad de Serena. “¡La COP26 ha sido fallida!”, exclama. “No se ataca a la fuente principal que genera el cambio climático: la estructura capitalista patriarcal patrocinada por los estados y estos patrocinados por las empresas. Ahí no caben los pueblos indígenas, quienes proponemos soluciones, quienes conservamos el ambiente”, añade la líder de 26 años.

Indígenas y afros
Elizabeth Swanson Andi, kichwa amazónica; Gema Tabares, afromexicana; Yanda Montahuano, sápara ecuatoriano; Emilio Chong, huancavilca ecuatoriano, y David Hernández, líder indígena de Colombia, en un conversatorio sobre cómo decolonizar la crisis climática. Foto: Cortesía BILM.

Calixto ha asistido a 15 de las 26 ediciones de la COP. A lo largo de los años ha visto cómo se abren cada vez más espacios de debate protagonizados por indígenas o negros y cómo estas poblaciones reclaman cada vez más atención. Pero, “aún no son suficientes”, reconoce.

En la última edición, la delegación indígena y negra fue la segunda más grande, asegura Cerda. La primera fue la de los lobistas de los combustibles fósiles. Global Witness analizó la lista de participantes publicada por las Naciones Unidas al inicio de la Conferencia y encontró que 503 personas con enlaces a la industria petrolera fueron acreditadas.

Calixto, Cerda, Andrade y unos 30 indígenas más de toda América pudieron prepararse y asistir a la última edición de la COP gracias a fondos canalizados a través de BILM. “Hemos recibido un monto muy pequeño, pero valedero, para realizar nuestras reuniones preparatorias para la COP26”, dice el líder quechua y coordinador general de la Coordinadora Andina de Organizaciones Indígenas (CAOI).

El acceso a recursos monetarios no fue la única barrera para las personas de los indígenas y afros, cada año hay nuevas dificultades para obtener las visas para entrar a los países en donde se realizan las conferencias. En el 2021 se sumó el requerimiento de que los asistentes provenientes de algunos países latinoamericanos hagan un aislamiento de cinco días antes de asistir a los eventos.

BILM, un movimiento que nació para responder a las desigualdades acentuadas durante la pandemia de la Covid-19, obtuvo un espacio de debate en Art Village. A lo largo de 12 días, representantes de pueblos indígenas y negros de Canadá, EE.UU., México, Ecuador y Brasil hablaron sobre interseccionalidad, justicia climática y justicia ambiental.

Gema Tabares, delegada del colectivo mexicano Afrocaracola, propuso como primer punto “crear nuevas narrativas, nuevas prácticas, no reproducir los estereotipos de los pueblos indígenas y afrodescendientes”.

Además, cientos de indígenas de todo el mundo (se estima que 400) participaron en eventos oficiales y paralelos a la COP26. Entre esos están los ‘caucus’ o asambleas indígena y africana, en los que se establece la agenda de cada día. Dentro de la COP hay un pabellón asignado a los pueblos indígenas, que a juicio de Andrade “es muy pequeño”. Solo 36 personas pueden participar, incluidos técnicos y organizadores. En este espacio se exponen temas relacionados a la agricultura, ganadería o inversión.

Calixto hizo una presentación sobre el manejo y conservación del agua o siembra y cosecha del agua. Esta tecnología, explica, consiste en acopiar lluvia para utilizarla durante la época de sequía. Los pueblos andinos, relata, han conservado estas cochas por miles de años. La lluvia ha sido la semilla.

En esta edición, los pueblos indígenas y afrodescendientes tuvieron una presencia abrumadora en eventos como las marchas por el clima. El 3 de noviembre fueron parte de la marcha del movimiento Fridays for Future, que convocó a unas 10 000 personas a lo largo de cinco horas. Al finalizar, los ecuatorianos Abigail Gualinga, del pueblo Sarayaku, y Emilio Chong, del pueblo Huancavilca, compartieron sus experiencias frente al público. La líder waorani Alicia Cahuiya cantó en su idioma.

Al día siguiente se realizó la marcha del Día mundial de acción por el clima. Los organizadores aseguraron que 250 000 personas participaron en esta protesta que se inició a las 09:00 y finalizó a las 17:00. Los pueblos indígenas y negros lideraron la caminata por las calles de Glasgow.

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Gregorio Mirabal (izquierda) y otros líderes indígenas de Ecuador y Perú, en la marcha por el clima realizada el sábado 4 de noviembre. Foto: Cortesía BILM.

Aunque cada día estuvo copado con actividades y el documento final no fue el deseado, para Andrade fue una experiencia inolvidable. A través de BILM y del encuentro con otros pueblos indígenas y afrodescendientes del mundo, los delegados se sintieron respaldados. “Ahora sabemos que no estamos solos. Si algún día me pasa algo, no quedará mi nombre o el nombre de mi comunidad ahí no más. Muchos más van a salir a luchar por mi lucha”, dice Andrade.

A pesar de todos los obstáculos, la presión generada por los pueblos indígenas y afrodescendientes del mundo sí obtuvo algunos logros que se reflejaron en el Pacto de Glasgow, el documento que surgió como resultado de la Conferencia. Entre los principales está que se integrara el lenguaje propuesto sobre los derechos indígenas y los derechos humanos en el Artículo 6, uno de los más controversiales, pues tiene que ver con el sistema de mercado para reducir las emisiones de carbono. “Lo malo es que esta norma no tiene peso legal”, dice Cerda.

Otro logro del Pacto de Glasgow es que se planea reducir el cobre que se quema sin captura ni almacenamiento de carbono. En la misma línea de las emisiones, 100 países se comprometieron a recortar las emisiones de metano para el 2030.

También se logró el compromiso para reducir los subsidios a las energías fósiles, aunque la propuesta inicial era que se los eliminen. Además, 100 países prometieron detener la deforestación para el 2030.

Otro logro de la sociedad civil y de los pueblos indígenas y afros, según Cerda, fue que 450 organizaciones financieras, que controlan 130 billones de dólares (130 millones de millones), acordaron apoyar el desarrollo de energías renovables.

Cerda adelantó que BILM ya cuenta con una agenda para realizar acciones a favor de la justicia climática y racial a lo largo del 2022. En este año volverán a la COP, que se realizará en Egipto.

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Yanda Montahuano, Shinay Gualinga, Elizabeth Swanson Andi y Maricela Gualinga, dirigentes indígenas, durante la marcha por el clima realizada el 4 de noviembre de 2021. Foto: Cortesía BILM.

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