Por Desirée Yépez / @Desireeyepez

Hace unos días me reencontré con alguien a quien no veía hace mucho tiempo. Y aunque el encuentro estuvo lejos de ser lo que planeamos fue una representación casi perfecta del significado de 2020: un año que nos deja a todos un poco más rotos y nos enseña a resistir.

La última vez que coincidimos, hace más de 12 meses, el mundo era otro. Tocar. Rozarnos. Respirar cerca no era sinónimo de peligro. Podíamos conversar sin que entre nosotros mediaran -por seguridad- varios pasos de distancia. Pero este año que se va también nos obligó a querer distinto: te cuido y por eso me quedo lejos.

Hacer del reencuentro una batalla vencida en esta guerra: porque hemos sobrevivido. Abrazarse como quien desafía al enemigo y le grita que el amor es más fuerte, como lo sentenció Tango Feroz. Quién nos diría que aprender a leer en la mirada del otro sería una lección a fuerza.

Y más allá de lo cursi del fin de año, esa fue una oportunidad para repasar lo que hemos vivido o los muertos que lloramos.

La angustia de lo que está por venir. El futuro que se dibuja a diario y que incapaz de darnos calma es una dosis extra de duda. ¿Qué será? ¿Qué pasará? ¿Cómo? Nos preguntamos, mientras dejábamos ir el humo del tabaco, entregándonos a los brazos del destino sin más certeza que la incertidumbre.

Un ciclo termina. Nos despedimos y este texto solo es una constancia de que lo hicimos: seguimos de pie. Sobrevivimos.


Desirée Yépez es periodista. Ha publicado en medios de Ecuador y de América Latina. Becaria del International Center for Journalists, de Agencia Pública (Brasil) y de la WAN-IFRA.

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