(homenaje a Richard Carapaz)

Lo que hizo Richard Carapaz no tiene nada que ver con el ciclismo. O quizá sí, pero también con todo lo demás.

El año anterior, cuando me enteré de que un ecuatoriano había ganado una etapa en el Giro de Italia, y me explicaron que el Giro de Italia es una de las tres carreras más grandes del mundo y que ese ecuatoriano, que se llama Richard Carapaz, se convirtió en líder de esa carrera, me vino un sobresalto.

Desde entonces, lo vi vencer a Roglic y ser campeón del Giro, trabajar como gregario para su líder al inicio del Tour de Francia, transformarse en líder, salir un día tras otro a buscar una etapa y, cuando la consiguió, cedérsela a su compañero diciendo que él ya había sacrificado demasiado por el equipo. La foto que recorrió el mundo y la escena de la que todos hablaron.

Yo, que no soy un deportista, pero sí un aficionado a mirar deportes, me emocioné cada vez que Carapaz pedaleaba. Vi las redes sociales repletarse de su rostro, de su primera bicicleta, de la historia de cómo empezó en las montañas de Carchi y luego se fue a entrenar a Colombia; su llegada a los grandes equipos y la élite mundial.

Y hace más de una semana, en los últimos minutos de la Vuelta a España, volví a ver ese rostro. El rostro de lo he dado todo, siento que muero, pero voy a dar un poco más. Una mezcla de cansancio, dolor y ganas de comerse el mundo. Es un rostro que podría personificar el sufrimiento, pero que Carapaz definió en Twitter como la verdadera cara de la felicidad. Roglic le llevaba 45 segundos de ventaja, sabíamos que era difícil pero igual esperábamos que atacara y él atacó. Aún no entiendo de dónde salían esas fuerzas, pero sus rivales quedaron muy lejos y estoy casi seguro de que cada ecuatoriano frente al televisor gritaba y saltaba como yo, tratando de empujarle de todas las formas para que lo lograra.

No ganó la Vuelta, pero sin duda ejecutó su mejor versión, dio de sí mismo todo lo que podía. Subió al podio orgulloso de su segundo lugar, le tomaron la foto con el trofeo, festejó corriendo con la bandera junto a los ecuatorianos en Madrid; pero enseguida, Carapaz escribió este tuit: “Fue un orgullo poder representarles. Ahora toca descansar, pero que sepan que trabajaremos para que la próxima sea en el cajón más alto”. Él ya tenía todos los aplausos, la gloria y el reconocimiento, pero seguía pensando en el cajón más alto. De eso se trata lo que ha hecho Richard Carapaz: de que, aunque no siempre se pueda ganar, lo que sí debemos poder decir es di mi mejor versión y, aunque no me debo nada, voy por más.   

Tenemos mucho que aprender de todo esto como país. Miro ese rostro de Carapaz en el joven que sacrifica media hora de Instagram o televisión y no solo cumple la tarea escolar, sino que la hace muy bien; en el funcionario que da cinco minutos más, para no dejar al anciano varado solo porque el reloj marcó la hora de salida; en el artista que luego de semanas de ensayo dice: podemos hacerlo mejor; en el periodista que no intenta un reporteo apurado, solo para llenar un espacio, sino que se toma el tiempo para comprender una historia y después de tanto mirar, quiere mirar una vez más; en resumen, en el músico que lo único que quiere es mirarse al espejo por la noche y decirse: hoy fue un buen concierto.


Alexis Serrano es periodista. Trabajó durante 13 años en diario La Hora. Fue colaborador y miembro del Consejo Editorial de SoHo Ecuador. Ha publicado en Mundo Diners y Criterios. Ganó dos veces el Premio Eugenio Espejo, de la Unión Nacional de Periodistas, y el tercer lugar del Premio Jorge Mantilla Ortega.

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