Pienso que cada instante sobrevivido al caminar
y cada segundo de incertidumbre
cada momento de no saber
son la clave exacta de este tejido
que ando cargando bajo la piel
así te protejo
aquí sigues dentro

Hasta la raíz. Natalia Lafourcade

Por Gabriela Verdezoto / @gabrelav1980

Imagine que inicia el día como todos los días. Toma su ducha mientras piensa en las deudas y en los pendientes por hacer. Desayuna, prepara a los niños para la escuela o conversa con su descendencia ya universitaria, o quizás, en soledad, manda mensajes a quienes ama. Sale a trabajar en auto, en bus, en taxi o caminando, como todos los días. Llega a la oficina, al hospital, a la esquina en la que vende caramelos o camisetas de la selección, o se queda en casa regando plantas. Repitiendo esa rutina que en ocasiones invisibiliza la vida. Siga imaginando esa calma en medio de todos los desastres cotidianos como las llamadas del banco, la tarjeta de crédito, la hipoteca, pero que sabe que es parte de ese martes, o miércoles, o jueves, de esos días que se parecen tanto. Ahora, imagine que recibe una llamada con la voz helada de un agente policial, o es la voz desesperada de algún familiar, o esa voz lastimera de su jefe o cualquier colega de trabajo y le hablan de levantamiento de cadáver, de peritos, de quebradas, de abogados, de fiscales y defensores públicos, a usted, que quizá un minuto atrás estaba mandando un mail, o dando cariño a un recién nacido, o cruzando una calle, o haciendo fila en un banco. Imagine. No deje de imaginar. Ahora pregúntese ¿a dónde iría? ¿A quién llamaría? ¿Qué pasaría con su hija, hermana, novia, mamá, prima?

Esto sucede en Ecuador cada 28 horas. Cada 16 mil 800 minutos una familia vivirá esto. El 2022 fue el año más violento para las mujeres ―desde que se tipificó el femicidio en el Código Orgánico Integral Penal― con 332 asesinatos. Según estadísticas de organizaciones de mujeres como Aldea, entre 2014 y 2021 la tasa de muerte por femicidio era de uno cada 67 horas. El 2021 ya fue cada 44 horas y cerramos el 2022 con el asesinato a una mujer, por ser mujer, cada 28 horas.  

Y, el final de esa vida, la muerte injusta de una mujer, es el inicio de otras llenas de penumbra, grises, envueltas en miles de fojas y trámites inentendibles que no estaban preparados para enfrentar quienes se quedan. Hay casos que se vuelven noticia, se mediatizan, como el de María Belén Bernal, cuya madre lucha para que no quede en la impunidad, como tantas otras madres que gritan por lo mismo. Se organizan marchas de pañuelos verdes, mareas de indignación, de “vivas nos queremos” que, para esas familias, es una importante contención entre deudos. Pero, ¿qué pasa cuando se apagan las cámaras? ¿Cómo se vive un femicidio con el paso de los años?

***

Yadira Labanda había visto en los noticieros, y alguna vez cómo transeúnte, los plantones que hacen todos los miércoles, en la Plaza Grande, frente al Palacio de Gobierno, los familiares de los desaparecidos.

― Hasta que un día, sin pensarlo, me tocó estar ahí, con la foto de mi hija colgada en el pecho pidiendo justicia.

Yadira vivía con sus cinco hijos en Riobamba. Trabajaba en una operadora telefónica. Su vida era igual a muchas vidas: muy temprano 4 de sus hijos iban a la escuela y la mayor a la Universidad. En la noche, de vuelta en casa, cenaban juntos y conversaban sobre las novedades de la jornada. La rutina fue así hasta el 26 de enero de 2014.

Esa noche, Angie, la hija mayor, que estudiaba Medicina, no volvió a casa. Yadira se convirtió en investigadora. Fue a recorrer la universidad, a hablar con las amigas, con los profesores, tomaba nota de cada mensaje de texto que Angie había escrito.  Hizo la denuncia y empezó su ir y venir por los laberintos de la justicia. El caso fue determinado como desaparición.

Las investigaciones encontraron que la última conexión del teléfono de Angie fue en Quito, por lo que el caso pasó a la Fiscalía de esa ciudad. Dejó a sus otros hijos al cuidado de su suegra y por más de dos años, se trasladó tres veces por semana de Riobamba a Quito, a 200 kilómetros de distancia, para seguir de cerca los expedientes. Fue un ritmo insostenible, por lo que renunció a su trabajo y se mudó a la capital, primero sola y luego con sus cuatro hijos. Consiguió un trabajo y cada hora de almuerzo corría a Fiscalía a seguir los avances de la investigación.

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Rueda de prensa de Fundación Aldea sobre cifras de femicidios de 2022. En una tela roja, los nombres de las 332 mujeres asesinadas sólo el año pasado. Foto: Gabriela Verdezoto

Si bien su familia la apoyó en un inicio, también juzgaron con dureza lo que ellos consideraron omisiones de Yadira en el cuidado de su hija. “¿Por qué la dejaste ir sola?” “Debiste haberlo sabido antes”. Por eso, Yadira decidió alejarse de todos y hacer su vida y su investigación sola con sus cuatro hijos.

“Si se hubiera quedado en casa, si no le hubieran dado tanta libertad, si la hubieran enseñado a distinguir entre un buen hombre y otro peor. No supimos que hacer. Ante lo inimaginable, no supimos que hacer”, confiesa la escritora mexicana Cristina Rivera Garza en su libro El invencible verano de Liliana, donde cuenta la historia de búsqueda de justicia por el femicidio de su hermana, hace 29 años.

Este es un factor común. Los familiares de las víctimas de femicidio cargan una culpa que la sociedad les endilga por sobre el dolor del duelo eterno.

―No volví a ser la misma madre ni la misma mujer. Estaba perdida. Mis hijos ya no contaban conmigo para el desayuno ni la cena, llegaba tarde y cansada. Me dediqué a buscar a mi Angie ―se sincera ahora Yadira.

Hasta que una tarde le llamaron y le dijeron: “Ya tenemos ubicada a Angie”.

― Se me bajó la presión y comencé a temblar. Solo quería ir dónde estaba mi hija. Esa frase mantuvo mi hilo de esperanza.

Pero la llevaron a una quebrada, con cámaras, reporteros, ministros y cintas amarillas alrededor de unos árboles en Carcelén, al norte de Quito. Habían encontrado las osamentas de su hija.

Angie estuvo desaparecida durante dos años y medio. De acuerdo con la publicación Femicidios en Ecuador, realizada por Aldea, el 18,1% de las mujeres fueron desparecidas antes de su muerte.

―El Estado no tiene la mínima empatía. ¿Sabe cómo me entregaron el cuerpo de mi hija? ¡En una caja! Así, en una esquina de las oficinas de Criminalística estaba un cartón con sus huesitos. No sabía qué hacer. Fue muy doloroso cuando el funcionario solo me dijo “tome su caja”. Yo pensaba: “Tengo a mi hija en un cartón, ¿debo irme a un parque con ella a llorar?”.

El caso pasó de desaparición a femicidio. Tuvo que hacer la partida de defunción, volver a revisar su cuaderno con los mapas de los viajes de Angie, de las llamadas, de los mensajes. Todo esto sin contar con el constante cambio de fiscales, abogados y jueces.

―En esto uno empeña la vida. Te quedas sin dinero, haces préstamos, pides ayuda a organizaciones sociales.

En 2017 el asesino se declaró culpable. Primero le dieron una sentencia de 34 años de cárcel. Pero su abogado apeló justificando que cuando ocurrió la muerte de Angie el femicidio no estaba todavía tipificado.

Según un estudio de la fundación Aldea, en el 72% de los casos, los asesinos son parejas o exparejas de la víctima.

―Es demasiado doloroso estar a metros, a veces a dos sillas de distancia del asesino de tu hija. Parece que uno va a perder la cordura al mirar a los ojos al homicida, a ese que entró en tu casa, que se sentó en tu sala. Da rabia ver a sus padres que lo protegen. Escuchar que por defenderlo hablaban mal de mi hija: en las audiencias la denigraron con términos e ideas machistas. Es muy duro.

En 2020, a Yadira la despidieron de su trabajo. Decidió empezar de cero en Lago Agrio, con sus cuatro hijos.

Ocho años después del femicidio de Angie, Yadira, Dulce, Jeremías, Linda y Denis intentan hacer una vida normal. No siempre es posible. Su segunda hija, no quiere seguir en Lago Agrio porque recuerda cada lugar donde jugaba con su hermana Angie en la infancia, antes de que vivieran en Riobamba.

―Cada miembro de una familia vive el duelo a su manera. A veces me he preguntado para qué seguir viviendo, pero miro a mis otros hijos y saco fuerza.

Actualmente, Yadira no tiene trabajo fijo, se decidió a estudiar Derecho, pero por falta de dinero, ha dejado la carrera. Hace consultorías sobre violencia de género y es una activista a tiempo completo.

La computadora, la ropa y las agendas anuales de Pascualina, donde escribía Angie a diario, todavía están en cadena de custodia. Su madre no se decide a retirar sus pertenecías por miedo a lo que vaya a sentir.



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