Por Ángela Lascano D. / @AngelaILD

“¿Y ahura, y ahura? ¿cómo me escapo de Taura?”. Esa era la frase que cantaba mi papá en casa cuando alguien se enfrentaba a una situación vergonzosa. Y, aunque en ese momento no entendía el contexto de la canción, a mis siete años tarareaba la letra muy convencida y con gesto serio. Mucho tiempo después, cuando estudié cómo el expresidente León Febres Cordero había llegado a la Base Aérea de Taura y había sido secuestrado, entendí que la canción no solo era graciosa, si no una burla y una confrontación directa hacia aquel gobernante responsable de la desaparición de más de 150 personas, según organizaciones de defensa de Derechos Humanos y de acuerdo con el Informe de la Comisión de la Verdad que se conformó años después para registrar esos hechos. Jaime Guevara se convirtió entonces en un nombre fácil de recordar para mí. 

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Ahora no me es difícil reconocer el rostro que aparece en el vestíbulo de la Casa de la Cultura, con la boina y la bufanda. Es imposible que no sea él. Sin dejar de conversar con las personas que lo rodean, sube las escaleras y entra al Teatro Nacional. 

El concierto Todo por el Chamo está a pocos minutos de iniciarse y afuera hay una larga fila. La gente, impaciente, espera por entrar. 

Guardarraya, Sal y Mileto, Wañukta Tonic, Curare, Don Nadie, Carlos Michelena, Nito Paya y Adriana Oña son los ocho artistas que conforman el cartel de este concierto en solidaridad para con el ‘cantor de contrabando’.

Para cuando entramos al Teatro, la sala ya está llena. Adriana Oña ya está en el escenario y, de fondo, se oyen las canciones del Chamo. Adriana parece moverse como si la música la habitara: las canciones de Jaime Guevara cobran vida en su cuerpo y se extienden a través de los objetos que utiliza para no perder la atención del público. El tiempo pasa fugaz y cuando Adriana pide el ingrediente “mágico” (los aplausos) la función ya se ha terminado.

Jaime Guevara
Foto: Casa de las Culturas.
Jaime Guevara
Foto: Casa de las Culturas.

Antes de anunciar a Don Nadie, los presentadores dan las palabras de bienvenida: este evento es el esfuerzo desinteresado por cuidar a un compañero cuya historia es la historia de resistencia contra los poderes de turno. Jaime Guevara, con más de 50 años de trayectoria musical, presenta ahora graves afecciones en su vejiga y necesita de tratamientos que el Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social, en su inoperancia y su precariedad, no alcanza a cubrir y el ‘Chamo’ no puede pagar atención médica en clínicas privadas.  

“El 59% de los artistas no poseen seguridad social –denuncia Marcelo Negrete, director de las radios de la Casa y parte del equipo organizador– el arte, para todos los gobiernos, siempre ha sido la última rueda del coche”. 

Desde niño, Jaime Guevara hacía sonar tarros y latas en un intento por sacarles música. A medida que crecía, su fuerza, su intención y la convicción de sus pensamientos empezaron a hacerse más notorios. “En los tiempos de Febres Cordero, él era el cantor de barricada, con los obreros y los estudiantes”, comentó  Fabián Jarrín, cantautor ecuatoriano que conoció al ‘Chamo’ cuando estudiaba en la Escuela Politécnica Nacional. Compartiendo canciones y luchas, Fabián confiesa que fue Jaime quien le mostró que la música podía ser mucho más que algo bello: podía ser algo revolucionario. “Es auténtico”, dice ahora, sonriendo, mientras recuerda cómo en una ocasión su amigo el ‘Chamo’, después de haber tocado en la Plaza Grande, se encontró con un grupo de policías uniformados y, en vez de esquivarlos, pasó por en medio de las dos filas de agentes. 

Sube Don Nadie al escenario. Desde Cotacachi, el hip hop está acompañando al ‘cantor de contrabando’. El rostro de Don Nadie está escondido tras una bandana, pero su grito se oye cuando pregunta al público: “¿Cómo no apoyar a este compañero de rojo y negro?”. Hay cerca de 2 mil personas en la sala y todas responden vitoreando.

Atrás del escenario, Consuelo Guevara, hermana menor de Jaime, observa la presentación. “La colaboración de la gente es abrumadora –explica–, el cariño, para Jaime ha sido un alimento, un remedio, todas esas expresiones de afecto, de todas las edades y de todas las profesiones le han reanimado”.  Consuelo se emociona al reconocer no solo caras antiguas que han vuelto, sino el apoyo y el cariño de gente joven, nueva, que desde adentro está haciendo esfuerzos para ayudar a un cantante que se ha convertido en un legado de muchas luchas sociales.

Wañukta Tonic ya está tocando sus últimos temas en el escenario. Todos zapatean y bailan. La palabra wañukta, en kichwa, hace referencia a un golpe fuerte e intenso y la mezcla de ritmos es un tónico que impulsa a la gente a moverse. Alex Alvear, vocalista de la banda, sale sudando del escenario. Tiene los cabellos rizados pegados a la frente y una sonrisa es el resultado de la adrenalina por ver cristalizado, al fin, un proyecto que se había planeado durante meses. Consuelo Guevara insiste que fue Alex quien dio pie a la iniciativa, pero Alex es reacio en reconocerlo y prefiere aclarar que son más de 100 personas quienes han trabajado para hacer esto posible. “La semillita creció más allá de lo que yo me podía imaginar”, explica. 

Jaime Guevara
Foto: Casa de las Culturas.

Alvear conoció a Jaime en los 80, cuando era parte de la hoy legendaria agrupación Promesas Temporales, con Hugo Idrovo, el ‘Viejo Napo’, David Gilbert y Dany Cobo, y el ‘Chamo’ le invitó a ser parte de la Coordinadora de Artistas Populares, un colectivo que buscaba impulsar el arte que apoyaba a las luchas populares. En la primera huelga a la que fue con él, los dos cantautores tocaron en las instalaciones de la Fosforera Nacional y en algunas fábricas ubicadas en el sur de la capital. Consecuente y entregado a las causas que considera justas, cuenta Alvear, el ‘Chamo’ siempre estaba en primera fila. “¿Cómo lo describirías con una palabra?”, le pregunto, intrigada por saber si su respuesta coincide con las otras que he recibido. “Es íntegro”, dice Alex, convencido, “y, en la parte musical, hay que decir que este man tan solo con su guitarrita de palo la rompía en cuanto empezaba a tocar”.

Nito Paya, ‘obrero de la risa’, sube al escenario para hacer su obra. El show transcurre entre juegos, malabares e interacciones con el público. “Por el ‘Chamo’ todo y todos por el Chamo”, es la frase que usa cuando se despide Nito. Y como si el tiempo dentro del teatro tuviera la licencia de pasar más lento, en el reloj apenas son las seis de la tarde y la mitad de artistas faltan por presentarse.

Atrás, en camerinos, Guardarraya se prepara para salir a escena. “Si te paren en Quito y te gusta la música, y no le conoces a Jaime Guevara, pues no estás en nada”, dice Álvaro Bermeo, vocalista de la banda. “Jaime es un loco que siempre ha estado presente en todas esas luchas que nos dan pereza a la gente común, que nos vanagloriamos hablando inteligentemente pero el rato de estar en la esquina no siempre estamos, y el Jaime Guevara siempre ha estado”. Cuando fueron invitados al concierto, los integrantes de Guardarraya no dudaron: el deber de apoyar a un artista como ellos, y una persona a la que, además, admiran, era inevitable. Pero, más allá de eso, Álvaro no olvida que los músicos y los artistas son parte de uno de los sectores laborales más desprotegidos. “En el caso de los músicos, cada vez que alguien está enfermo, toca hacer un concierto de solidaridad. Pero, en realidad, deberíamos tener un seguro de salud medianamente decente”, reclama.  

Cuando la banda está en el escenario, el público, en su mayoría joven, se levanta y no resiste a la tentación de formar un pogo frente al escenario. Para la tercera canción, ya todos están al frente de la tarima, cantando a voz en cuello Zamba Surreal. Álvaro está en la guitarra. Minutos antes, había recordado que el tema Vestirás mi pantalón, del ‘Chamo’, fue de las primeras canciones que aprendió cuando apenas empezaba a tocar el instrumento. Y cuando acaba la presentación, Álvaro y Jaime se abrazan, en agradecimiento mutuo por la presencia y el apoyo.

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“En diciembre del 73 empecé a cantar y jamás me habría imaginado que 50 años después, tendría un público tan grande, tan diverso, tan joven, que se identifique con canciones que yo amo, que yo escribí”, dice Jaime Guevara. Se ha detenido solo un momento para saludar y responder a algunas preguntas, antes de subir al escenario a cantar Amigos Hermanos, con todos los artistas invitados, como una respuesta al cariño recibido. Su trenza sigue siendo la misma que tantas veces he visto en fotos, pero ahora luce teñida de blanco. “Es necesario estar junto al pueblo y cantar junto a él. He pasado por tantas, he ido a parar a la cárcel, te digo, y ahí también he cantado”, dice.

El show transcurre y el tiempo pasa. Sentimos que el encuentro puede terminar en cualquier momento. 

Jaime Guevara
Foto: Casa de las Culturas.
Foto: Casa de las Culturas.

Carlos Michelena, el teatrero callejero que con humor hace lo que el ‘Chamo’ con la guitarra, sube al escenario y se roba la atención de la gente. Como siempre, con su cara pintada de blanco, sombrero o pañuelos, el ‘Miche’ continúa criticando al poder y apoyando al compañero que, como él, ha estado en las calles por más de cuarenta años. Minutos después, el folk metal andino llena la velada con Curare, una de las bandas ecuatorianas de mayor trayectoria. Con su estilo, esa conocida mezcla de ritmos nacionales con metal y hardcore, la banda adaptó Crónicas de abril, del Chamo, una de las canciones que más recuerda también su amigo Alex Alvear.

Sal y Mileto cierra la noche y el público aplaude, se emociona y suelta algunos gritos: “¡Todo por el Chamo!”. 

El escenario queda vacío y el público se marcha. Queda en el ambiente la gratitud y el  cariño. “Esto es lo que Jaime ha sembrado durante 50 años de carrera”, explica Hernán Guerrero, productor del programa Ecuasónika y coleccionista de música ecuatoriana. “De alguna manera, le estamos devolviendo un poquito de lo que él nos ha regalado”. 

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A las diez de la noche, las calles de Quito lucen desiertas. Ya no hay buses ni peatones y apenas alguno que otro automóvil pasa por ahí. La inseguridad y el miedo que se han instalado en los últimos meses en el país, por más que queramos olvidarlo, siguen esperando allá afuera. Aún así, la gente que sale del Teatro Nacional luce un semblante distinto. Como si ver al ‘Chamo’ y recordar sus luchas y sus canciones también ayudara a recordar que Ecuador ha sobrevivido a los tiranos y a las crisis. O quizás es eso lo que siento yo: como si lleváramos dentro de nosotros las palabras de Jaime Guevara: “Siempre hay que cantar junto al pueblo”.


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