Por Edison Gabriel Paucar

En un poblado tranquilo de Holanda, una familia compuesta por cinco miembros lleva una vida serena. El hijo mayor, para divertirse, decide ir a esquiar. Su hermana menor nos lo cuenta. Y agrega que ella quería acompañarlo, pero no se lo permitieron. Se queda mejor en su casa, y continúa con sus quehaceres. Hasta que llega la noticia: su hermano cayó al agua con hielo, quizá nadó en la dirección equivocada, quizá no pudo nadar, y murió.  

Este es el punto de partida de la novela La inquietud de la noche, de la escritora holandesa Marieke Lucas Rijneveld, que el pasado 2 de septiembre ganó el Premio Booker Internacional. Un fallecimiento seguido por un dolor de luto regado en cada rincón del libro, con juegos macabros con ranas, reflexiones bíblicas y rituales que realiza la narradora para invocar al difunto, hacen de esta narración un susurro armónico que edifica con destreza toda la historia.

Una novela en la que, además, se leen huellas de la vida de la autora dispersas por distintos paisajes. Un ejemplo claro: cuando Rijneveld tenía tres años, perdió a un hermano mayor y el luto la acompañó. “Tenemos los recuerdos y algo llamado memoria corporal; puedes ser demasiado joven para sentir o expresar con palabras lo que ocurre, pero el cuerpo lo recuerda (…) La pérdida está en mi cuerpo”, dijo Rijneveld a la Agencia Efe.

Un libro inscrito dentro de la tradición literaria del duelo, que ha sido tratado desde distintos ángulos por autores como Héctor Abad, Isabel Allende, Daniela Alcívar o Emmanuel Carrère. Sin embargo, tres novelas podrían dialogar de manera más actual con La inquietud de la noche, tanto por la edad de las autoras como por sus registros: La geografía de tu recuerdo, de Laia Soler; Pintar Muertos, de Elena R. Neves, y Nuestra piel muerta, de Natalia García Freire. Todos estos, relatos indispensables para pensar la época de pandemia y adioses.

Una novela que debe ser traducida al español

The Enlightenment of the Greengage Tree es el título en inglés de la primera novela de Shokoofeh Azar. Una historia potente, tanto por su forma como por su fondo, que abarca lo social, político, terrorífico, cómico y mágico de Irán a finales del siglo XX. Ambientada en el período posterior a la Revolución Islámica, aquí se narran las peripecias de una familia de cinco miembros atrapada en la vorágine de los conflictos patrios.  

El recorrido para plasmar este drama se inicia en el corazón de Teherán y, de inmediato, se sitúa en distintos puntos geográficos, avanzando con cautela a la jungla del norte de Irán. Un lugar hasta el que huyen los personajes para encontrar sosiego, sin saber que en la vida real y literaria nada sale como uno lo planea.

Una novela compacta que tiene en su narradora a uno de sus mayores logros. Ella es el fantasma de una niña muerta, que perteneció a la familia como hija querida, como preadolescente sin timidez ni ingenuidad. La chica habla de las víctimas del régimen, la persecución política y las malas condiciones de vida. Narra sus sueños, los gustos de su familia y de la noche en que la Muerte visitó a su tío taxista y no cumplió con su cometido: los vasos de alcohol entre ambos consolidaron una amistad que prolongó la vida del conductor.

Si bien esta novela aún no ha sido traducida al español, los lectores confían en que una editorial arriesgada pronto lo hará. Las historias memorables siempre se abren caminos alrededor del mundo.

Temporada de huracanes y una narradora exquisita

Las novelas deben golpear el rostro de los lectores. Deben sacarlos de su lugar de confort. Deben hacerles sentir vivos. Quemarlos. Y sí, todas estas características cumple Temporada de huracanes, de Fernanda Melchor. Una historia escrita en código policial, con un lenguaje envolvente, marginal, con mucha jerga. Belleza macabra.

Todo comienza la tarde en que unos niños encuentran un cadáver flotando en un canal de riego, cercano a la ranchería de La Matosa. El cuerpo de la fallecida es de una señora llamada la Bruja. Entonces, tras el tétrico hallazgo, las preguntas misteriosas empiezan a salpicar las páginas: ¿quién la asesinó?, ¿por qué?, ¿cómo?

 A partir de este punto, la narradora recorrerá la vida de distintos personajes sospechosos o, por nexos familiares, medianamente involucrados. El crimen, despacio, irá mostrando su rostro más atroz, mientras los lectores se sumergirán con placer en la prosa adictiva. Y es que precisamente la narradora es el punto más logrado del libro. Ella habla desaforadamente, insulta cada tanto, adultera la realidad, desnaturaliza el tiempo y crea un ambiente pantanoso, donde el lenguaje es masticado y tejido hasta encontrar su mayor esplendor.

Una novela inscrita dentro de la mejor tradición latinoamericana. Mostrando como telón de fondo problemas coyunturales como el narcotráfico, el alcoholismo y el abandono en los pueblos alejados del poder central. Una novela de violencia contra las mujeres, los homosexuales, los seres distintos. Una novela de lucha despiadada entre pobres y marginales, donde solo el más cínico quizá sobreviva.