Por Desirée Yépez/ @Desireeyepez 

Desde 2013, cada 30 de julio es una excusa para recordar que la trata de personas es un delito que explota a mujeres, niñas, niños y hombres con varios fines que incluyen el trabajo forzoso y la explotación sexual. En Ecuador, según datos de la ONU, el año pasado -en plena pandemia- se registraron 140 víctimas. La mayoría, mujeres. El confinamiento no impidió la explotación, solo obligó a que los criminales modifiquen sus modus operandi y ahora se escondan con más fuerza detrás de las ‘cortinas’ de Internet. Gilberto Zuleta es oficial regional del Programa Global contra la Trata de Personas y explica cómo este delito es otra forma de violencia de género.

El informe 2020 de la Oficina de las Naciones Unidas contra la Droga y el Delito (UNODC) sobre trata de personas identifica que la mayoría de víctimas que se ha podido detectar en Norteamérica y Centroamérica y el Caribe provienen de sus propios países, pero también son trasladadas desde América del Sur. ¿Cómo funciona la dinámica?

El caso de la región sudamericana identifica que más del 90% de las víctimas son parte de lo que se denomina la trata interna: de sus propios países o países de la región de América del Sur. Esto va asociado a un fenómeno evidenciado en la región, el flujo masivo y mixto de personas en los últimos años. La migración masiva irregular es un factor de riesgo para la ocurrencia de la trata, dadas las múltiples vulnerabilidades de condiciones socioeconómicas precarias y exposición a riesgos en la ruta de tránsito, atravesando trochas o pasos irregulares.

¿Cómo operan los delincuentes detrás de la cooptación y explotación de personas?

En este momento, la tendencia demuestra que las redes de crimen organizado están acudiendo a dos estrategias particulares en América del Sur. Por un lado se ofrece la posibilidad de viajar de un punto de origen, puede ser principalmente su país de origen (Venezuela) u otros donde estén en tránsito, como Colombia o Ecuador. En ese momento, las redes también aprovechan para explotar a las víctimas como parte del pago, como otras formas de violencia que pueden perpetrarse, como la sexual, sobre todo contra niñas, adolescentes y mujeres adultas. Pero las redes de trata en este contexto de pandemia y restricciones a la movilidad en la región también se han volcado al uso de internet para hacer ofertas laborales fraudulentas u ofertas de relacionamiento sentimental o de pareja, que son el gancho para captar a las víctimas en condiciones de necesidad económica o de migración irregular y proceder a la explotación. 

Gilberto Zuleta

Niñas y mujeres son las principales víctimas de la trata. ¿Qué nos ubica en esta situación de mayor vulnerabilidad?

A nivel histórico, la trata es una forma de violencia basada en género, porque su principal finalidad es la explotación sexual y su principal grupo de vulnerabilidad son mujeres, niñas y adolescentes. Esto tiene una respuesta cultural y social en nuestros entornos donde se ha normalizado un ejercicio violento hacia la mujer, asociado a una lectura de machismo ligado a la apropiación de los cuerpos de las mujeres como un objeto para la satisfacción de intereses, fines, deseos de hombres en relaciones jerárquicas y de poder. Esto hace que las dinámicas de explotación se den contra estos grupos, además de las desigualdades e inequidades económicas, sociales, salariales y de empleabilidad. Esto genera un crecimiento histórico donde se mantiene al alza la violencia contra las mujeres en las distintas formas de explotación, pero sobre todo la sexual. Cuando digo las distintas formas de explotación también tiene que ver con que se ha identificado un escenario de riesgo en este contexto migratorio, de pandemia, en la explotación con fines de servidumbre doméstica, asociada al rol de cuidado y servicio que cumplen las mujeres en nuestras sociedades; sobre todo, mujeres migrantes que llegan en condiciones de necesidad económica muy particulares. Hay dificultades para identificar estas situaciones porque ocurren al interior de hogares donde no hay inspección, control o acceso por parte de las autoridades. 

Aunque el porcentaje es menor, hay hombres que también son víctimas de estas redes. En su caso, ¿para qué son captados?

Cuando hablamos de la trata como una forma de violencia basada en género, estamos reconociendo al género también como una categoría y esto va asociado a los roles. En este momento los hombres son principalmente explotados con fines de trabajo forzoso. Trabajos que requieren mayor esfuerzo físico: minería, pesca, entornos extractivos, construcción. Hay que mencionar que en el trabajo forzado se ha identificado un incremento del 18% al 32% a escala mundial. Esto responde a que las autoridades cuentan con más herramientas para identificar formas de explotación distintas a la sexual. Hace unos diez años o más, el imaginario era que la trata de personas solo era explotación sexual; pero, a partir del trabajo articulado con autoridades y cooperación internacional, se ha podido generar la capacidad de identificar el trabajo forzado, la servidumbre doméstica, la mendicidad ajena como otras forma de explotación y se ha podido identificar a niños, adolescentes y hombres en trabajos forzados.

Llama la atención que en Centro América y el Caribe, entre quienes son parte de estas redes hay una proporción mayor de mujeres detenidas o condenadas por este delito. ¿Por qué?

Esto también tiene relación con los imaginarios, los estereotipos y los roles. Lamentablemente, muchas mujeres que han sido víctimas de trata de personas terminan siendo, en algun punto, explotadas para cometer el delito. Por el imaginario y basado en ese rol social, las mujeres pueden generar mayor confianza, entonces al proponer una oferta de trabajo en el exterior, o de servicio en un hogar, generan confianza con otras mujeres y es ahí donde son capturadas, procesadas y condenadas. Pero son los eslabones más débiles de las redes de crimen organizado y de captación, porque hay entramados más profundos, estructuras criminales jerarquizadas, articuladas y de carácter transnacional. 

En ese sentido, ¿cuál vendría a ser el nivel de impunidad alrededor de los victimarios?

Medir el nivel de impunidad no es una tarea fácil porque estamos hablando de un delito que todavía presenta retos para ser identificado, no se identifica de manera temprana, existen víctimas que aún están bajo la explotación y no ha sido fácil generar una respuesta efectiva. En este contexto de pandemia las denuncias disminuyeron, las medidas de confinamiento llevaron a que las redes de crimen transformaran su modus operandi. Es difícil medir el nivel de impunidad, porque tampoco se ha podido medir el nivel de ocurrencia, sino a partir de estimados y cifras oficiales; pero, podemos mencionar que, en Latinoamérica, del 100% de causas que se inicia a nivel judicial, solo el 13% llega a condena. A escala mundial se condena un 26%. 

Según la UNODC, en los últimos años se ha detectado sobre todo en Centroamérica y América del Sur un aumento en las víctimas por cada cien mil habitantes. ¿A qué responde este aumento? ¿A la entrada en vigencia del Protocolo de las Naciones Unidas que ha permitido avanzar en la identificación, o a la migración masiva en el continente?

Es una lectura conjunta entre ambos elementos. La recesión económica, el crecimiento de entornos informales de trabajo, han generado un ‘caldo de cultivo’ para que el delito ocurra y las redes puedan aprovecharlo. Pero también hay mayor capacidad de identificación y crecimiento de la vulnerabilidad. 

En lo que tiene que ver con trata, en el mapa de Sudamérica, tristemente, resaltan países como Argentina y Chile. ¿Qué rol tienen países como Ecuador, donde se acoge gran número de migrantes?

En 2020, en Ecuador se identificaron 140 víctimas y se sigue presentando la tendencia de la feminización del delito. 7 de cada 10 víctimas de trata fueron mujeres y niñas, de entre 13 y 27 años. Es un contexto donde los grupos poblacionales vulnerables históricamente en todo sentido también han sido los más afectados por la ocurrencia de la trata de personas. Hablamos de personas indígenas, afro, pero también migrantes o refugiadas. Las personas LGBTIQ+ que están en condiciones de exclusión desde sus propios hogares y de discriminación laboral, también están más expuestas a las distintas formas de explotación. El país se ha configurado como una ruta de tránsito para las víctimas que vienen desde Colombia, principalmente, de origen venezolano para tomar hacia países del sur: Perú, Chile, Bolivia… En 2019 Ecuador adoptó un Plan de Acción contra la Trata de Personas (PACTA) y un protocolo de atención integral y protección de víctimas. Se ha modificado el Código Orgánico Integral Penal y la Ley de Movilidad Humana para adaptar y acoger el Protocolo de Palermo, que busca prevenir, reprimir y sancionar la trata de personas, impulsado por la Convención de las Naciones Unidas. 

Resulta paradójico pensar en trata y movilidad ligadas a la pandemia y los escenarios de confinamiento. ¿Cómo la covid-19 incidió en este delito?

Hay un impacto directo. Se modificaron los mecanismos de captación, ahora las redes sociales se usan más. Pero también se modificaron los mecanismos de explotación, se lo hace a través de internet y se generan los ciberflujos. Eso significa que una persona puede ser explotada a través de distintas actividades de contenido sexual mediante Internet y que permite que los clientes explotadores accedan a estas imágenes o videos, sin que el tratante desplace a la víctima. Incluso se ejerce mayor control para evitar denuncias. En la pandemia muchas víctimas han tenido dificultades de acceso a servicios de salud o justicia, pues están enfocados en contener la pandemia. Las cifras actuales o porcentajes en el último año han sido muy pocas en relación con el riesgo que existe. 


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