Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

La detención de Leonidas Iza, presidente de la Confederación de Nacionalidades Indígenas (Conaie), la madrugada de martes 14 de junio, revela que el presidente Guillermo Lasso y su equipo de gobierno no entienden el país que gobiernan ni entienden aquello por lo que dicen que luchan, que se llama democracia. Lasso, su gabinete y sus asesores -los ad honorem y los asalariados- parecen creer que Ecuador es su hacienda y que deben someter a los sublevados como en la colonia, cuando no había democracia. Esa es una marca de identidad ecuatoriana: usar a la policía o a la justicia para sacar del camino a quien estorba y volverlo un show.

Sin salir del guion que heredó de sus predecesores, Lasso intentó durante un año escapar de sus responsabilidades mediante la vieja maña de culpar y criminalizar a sus adversarios. Lo hicieron también Correa y Moreno, cada uno en su momento. Lo hizo Gutiérrez y algunos otros más, porque cuando las promesas de campaña caen en saco roto, sea por tiranía, negligencia o por incapacidad, los políticos ecuatorianos tienden a echar la culpa a otros. Esa es una marca de identidad nacional: lavarse las manos para gobernar con excusas.

Suponiendo que el sistema de justicia ecuatoriano fuera eficaz e independiente -contengamos juntos la risa de frustración-, serán los jueces quienes sancionen cualquier delito cometido por el dirigente indígena en un proceso que debería ser limpio y transparente. Pero por ahora, en el plano político resulta inconcebible que el Gobierno elija borrar del mapa a uno de sus adversarios más visibles -y también más cuestionados- encarcelándolo, sin pensar en que al hacerlo está erigiendo a un mártir, al opositor ideal de un régimen que se parece más al de un huasipungo.

Resulta inevitable pensar en que la celeridad y la oportunidad con las que se detiene ahora a Iza son, precisamente, las que han hecho falta durante su primer año de gobierno para detener al exmilitar Miguel Ángel Nazareno, alias ‘Don Naza’, antes de que lo asesinaran el pasado abril, quizá para que no delatara a ningún pez gordo. Es obscenamente evidente que en un país en el que no se ha logrado controlar el sistema penitenciario ni el avance del narcotráfico, se alimenta incluso las ínfulas de las huestes correístas que aún no son capaces de reconocer que la planicie de El Aromo no es una refinería sino un asalto con forma de narcopista.

Al cumplir su primer año en el poder, el presidente Lasso decidió dar una señal engañosa cuando dijo que “las disputas entre políticos no merecen ninguna importancia”. En su discurso del 24 de mayo de 2022, el Mandatario invocó a la reconciliación entre el Ejecutivo y el Legislativo, retomó su retórica sobre “el encuentro” y apuntó a otros enemigos comunes: el narcotráfico y el crimen organizado, la minería ilegal y la trata de personas. Pero en ese mismo saco puso a los pueblos y nacionalidades indígenas, a comunas y comunidades que rechazan la minería en sus territorios, y a otros grupos sociales que rechazan sus políticas.

Un país o una hacienda

Acaso en cierto modo el presidente Lasso identificó que no le sería posible continuar su mandato sin recuperar el escenario de la negociación política. Acaso recapacitó y apostó por tender puentes con una Asamblea Nacional menos que mediocre, que se enclaustra en el autosabotaje y en el desperdicio de su tiempo en puberales pugnas de poder. Pero sea como sea, a Lasso todo se le olvidó enseguida. Su gobierno no entiende al país que gobierna. No sabe separar la paja del trigo y prefiere tachar enemigos y callar sus propias incapacidades.

Lasso parece haber olvidado que llegó al poder gracias al rechazo que le mostró la población al candidato con el que disputó la segunda vuelta en 2021. Su inocencia en el juego político le hace perder de vista que para gobernar necesita establecer alianzas y promover el diálogo, no en el discurso demagógico sino en la práctica. Sus operadores políticos brillan por su ausencia luego de la muerte de César Monge, su hombre de mayor confianza, y desde entonces, el ejercicio de prueba y error no le ha servido mucho. Es más, todo indica que Lasso está en el poder para perfeccionar su haraquiri.

Cabe recordarle al gobierno de Lasso que así como es ilegal y criminal la lacra del narcotráfico -que se infiltró en Ecuador desde el 2008, y que no logra frenar porque evita tocar a sus fibras más sensibles- son también criminales e ilegales los negocios extractivistas que se imponen en poblaciones rurales que nunca han sido consultadas.

Cabe recordarles al ministro de Interior, Patricio Carrillo, y al ministro de Gobierno, Francisco Jiménez, que tan ilegal como la trata de personas es la minería que cuenta con licencias ambientales forjadas y que al mismo tiempo contamina cuencas hídricas en todo el país, amparada en la retórica fácil de la reactivación económica.

Y como coletilla, cabe recordar a los asesores fantasma de Lasso que la democracia obliga a detener a las personas sospechosas de algún delito con pruebas y hechos relacionados con ese delito, no con presunciones ni con revanchismo o asociaciones descabelladas. No con atropellos al debido proceso por más pequeños que estos sean. Eso también es violencia que engendra violencia. ¿Acaso no se dan cuenta de que sus prácticas de hoy son las mismas que instauró la escuela de la tiranía que ahora se aprovecha del error de Lasso para capitalizar su presencia política? Si vamos a hablar de democracia, seamos demócratas en exceso.


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