Por Milagros Aguirre

Llegó un mensaje a mi teléfono que me puso la piel de gallina. Dice lo siguiente:

ᴜƦʙᴀɴɪᴢᴀᴄɪᴏɴᴇs sᴇ ᴏʀɢᴀɴɪᴢᴀɴ .��⛪�

ᴇɴ ᴀʟɢᴜɴᴀs ᴜʀʙᴀɴɪᴢᴀᴄɪᴏɴᴇs ᴅᴇ ʟᴏs ᴠᴀʟʟᴇs ᴅᴇ ᴄᴜᴍʙᴀʏᴀ́, ᴛᴜᴍʙᴀᴄᴏ ʏ ʟᴏs ᴄʜɪʟʟᴏs, sᴇ ᴛᴜᴠɪᴇʀᴏɴ ᴀɴᴏᴄʜᴇ ʀᴇᴜɴɪᴏɴᴇs ᴘᴀʀᴀ ᴅᴇᴄɪᴅɪʀ sᴏʙʀᴇ ʟᴀ ᴀᴅᴏᴘᴄɪᴏ́ɴ ᴅᴇ ᴀᴄᴄɪᴏɴᴇs ᴛᴇɴᴅɪᴇɴᴛᴇs ᴀ ᴅᴇғᴇɴᴅᴇʀ ʟᴀ ɪɴᴛᴇɢʀɪᴅᴀᴅ ᴅᴇ ʟᴀs ғᴀᴍɪʟɪᴀs, ᴅᴇ sᴜs ᴠɪᴠɪᴇɴᴅᴀs ᴇ ɪɴғʀᴀᴇsᴛʀᴜᴄᴛᴜʀᴀ.

ᴄᴜᴀʟϙᴜɪᴇʀ ɪɴᴅɪ́ɢᴇɴᴀ sᴏʟᴏ ᴏ ᴇɴ ɢʀᴜᴘᴏs ϙᴜᴇ ᴘʀᴇᴛᴇɴᴅᴀɴ ᴠɪᴏʟᴀʀ ʟᴀs sᴇɢᴜʀɪᴅᴀᴅᴇs ᴅᴇ ɪɴɢʀᴇsᴏ ᴇɴ ʟᴀs ɢᴀʀɪᴛᴀs ᴅᴇ ᴀᴄᴄᴇsᴏ, sᴇʀᴀ́ɴ ʀᴇᴄʜᴀᴢᴀᴅᴏs ᴘᴏʀ ᴇϙᴜɪᴘᴏs ᴅᴇ ᴄɪᴜᴅᴀᴅᴀɴᴏs ϙᴜᴇ ᴄᴏᴍᴇɴᴢᴀʀᴀ́ɴ ᴀ ʀᴇᴀʟɪᴢᴀʀ ʀᴏɴᴅᴀs ᴅɪᴜʀɴᴀs ʏ ɴᴏᴄᴛᴜʀɴᴀs ᴘᴇʀᴍᴀɴᴇɴᴛᴇs, ᴀ ᴘᴀʀᴛɪʀ ᴅᴇ ʜᴏʏ ᴅɪ́ᴀ ᴍᴀʀᴛᴇs 13 ᴅᴇ ᴏᴄᴛᴜʙʀᴇ ᴅᴇ 2020.

ɢᴇɴᴛᴇ ᴄɪᴠɪʟɪᴢᴀᴅᴀ ɴᴏ ᴘᴜᴇᴅᴇ ᴄᴀᴇʀ ᴇɴ ᴇʟ ᴊᴜᴇɢᴏ ᴅᴇ ɪɴᴅɪ́ɢᴇɴᴀs ɪɴᴄɪᴠɪʟɪᴢᴀᴅᴏs ʏ ᴛᴇʀʀᴏʀɪsᴛᴀs, ᴘᴇʀᴏ ᴅᴇ sᴇʀ ɴᴇᴄᴇsᴀʀɪᴏ sᴇ ᴀᴄᴛᴜᴀʀᴀ́ ᴄᴏɴ ʟᴏs ʀᴇᴄᴜʀsᴏs ᴅɪsᴘᴏɴɪʙʟᴇs ᴘᴀʀᴀ ɴᴏ ᴘᴇʀᴍɪᴛɪʀ ᴇʟ ᴀᴛᴀϙᴜᴇ ᴀ ᴍᴏʀᴀᴅᴏʀᴇs ɴɪ ᴀ ʙɪᴇɴᴇs ᴘᴜ́ʙʟɪᴄᴏs ʏ ᴘʀɪᴠᴀᴅᴏs ᴅᴇ ʟᴀs ᴜʀʙᴀɴɪᴢᴀᴄɪᴏɴᴇs, ᴘᴏʀ ᴘᴀʀᴛᴇ ᴅᴇ ᴅᴇʟɪɴᴄᴜᴇɴᴛᴇs ᴏʀɢᴀɴɪᴢᴀᴅᴏs. ʜᴀʏ ᴄᴏɴsᴄɪᴇɴᴄɪᴀ ϙᴜᴇ ʀᴇᴘᴏɴᴇʀ ᴜɴ ɪɴᴅɪ́ɢᴇɴᴀ ɴᴜᴇᴠᴏ ᴄᴏɴ ᴍᴇɴᴛᴀʟɪᴅᴀᴅ ᴛᴇʀʀᴏʀɪsᴛᴀ ʏ ʀᴇsᴇɴᴛɪᴍɪᴇɴᴛᴏs sᴏᴄɪᴀʟᴇs ϙᴜᴇ ᴀʀʀᴀsᴛʀᴀɴ ᴅᴇsᴅᴇ ʟᴀ ᴇ́ᴘᴏᴄᴀ ᴄᴏʟᴏɴɪᴀʟ ᴇs ᴄᴀsɪ ɪᴍᴘᴏsɪʙʟᴇ, ᴘᴇʀᴏ sɪ ᴇʟ ᴄᴀsᴏ ᴀᴍᴇʀɪᴛᴀ ᴛᴇɴᴅʀᴀ́ɴ ᴜɴ ᴇsᴄᴀʀᴍɪᴇɴᴛᴏ ғɪ́sɪᴄᴏ ϙᴜᴇ ɴᴏ ʟᴇs ϙᴜᴇᴅᴀʀᴀ́ ɢᴀɴᴀs ᴇɴ sᴜ ᴠɪᴅᴀ ᴘᴀʀᴀ ᴠᴏʟᴠᴇʀ ᴀ ɪɴᴛʀᴀɴϙᴜɪʟɪᴢᴀʀ ʟᴀ ᴠɪᴅᴀ ᴅᴇ ᴄɪᴜᴅᴀᴅᴀɴᴏs ϙᴜᴇ ϙᴜɪᴇʀᴇɴ ᴠɪᴠɪʀ ᴇɴ ᴘᴀᴢ ɴɪ ᴠɪᴏʟᴇɴᴛᴀʀ ʟᴀ ᴘʀᴏᴘɪᴇᴅᴀᴅ ᴘʀɪᴠᴀᴅᴀ.

ϙᴜᴇᴅᴀɴ ᴀᴅᴠᴇʀᴛɪᴅᴏs sᴇɴ̃ᴏʀᴇs ɪɴᴅɪ́ɢᴇɴᴀs.

ᴅɪʀᴇᴄᴛɪᴠᴀs ʏ ᴍᴏʀᴀᴅᴏʀᴇs ᴅᴇ ᴜʀʙᴀɴɪᴢᴀᴄɪᴏɴᴇs.

El mensaje me recordó a los mensajes y amenazas de ‘limpieza social’ que llegaban a Shushufindi hace unos años (que costaron muchas vidas, por cierto) solo que ‘más educados’ y sin faltas de ortografía. Francamente, me dio terror. Estamos perdiendo el norte. De seguir así llegaremos a confrontaciones imposibles, irreconciliables. El escenario de un futuro así es desalentador. ¿No es posible escucharnos unos a otros? ¿Buscar puntos comunes? ¿Bajar los decibeles? ¿O ahora vamos a matarnos blanquitos ricos contra indígenas pobres, mientras se relamen los bigotes los políticos de turno? ¿No es a ellos a quienes les conviene tanta trifulca? Parece que hay mucho ruido alrededor. Y hay que despejar toda esa bulla porque, de lo contrario, no faltará quien cometa locuras e insensateces.

Siento decirlo, pero en esta crispación reinante, la prensa tampoco ayuda. Leo insistentemente y veo hasta en caricaturas la historia de que los indígenas mandaron a cerrar las llaves del petróleo en las protestas de octubre del año pasado. Colegas, con todo respeto, ¿han ido alguna vez a una instalación petrolera? ¿Acaso los indígenas tienen las llaves? ¿Han visto que para un ciudadano de a pie es casi imposible entrar y que las instalaciones petroleras siempre están custodiadas por militares y seguridad privada? ¿Se les ocurre que una frase dicha al calor de los reclamos y en la tarima pueda ser tomada como verdad absoluta, como si de veras hubiera ocurrido, y hacerse eco de ella y repetirla un año después? ¿Es esa la tarea de la prensa? ¿Reproducir alaridos? Sería bueno, colegas, que vayan a El Edén, por ejemplo, y que vean cómo los comuneros llevan meses de meses haciendo reclamos pacíficos —con cartelitos y cuatro consignas— pidiendo que la empresa les cumpla el convenio firmado y nada. ¿Acaso han podido siquiera acercarse a las instalaciones de la compañía que opera en su territorio? Si la gente no es escuchada cuando reclama pacíficamente, llega el momento en que, con la frustración atravesada, termina perdiendo la paciencia. ¿O no? Y eso no es justificar la violencia: la violencia solo trae más violencia. Pero si nadie escucha, todos empezarán a gritar para manifestar sus demandas, problemas y descontentos.

Ahora nos vamos a sacar los ojos entre… ¿hispanistas e indigenistas? ¿Vamos a volver a la guerra fría? ¿Vamos a hacer titulares anunciando la llegada del cuco del comunismo como en los años sesenta? ¿Hasta cuándo vamos a reproducir discursos beligerantes en lugar de indagar y visibilizar los descontentos de la gente, que son muchos y muy variados, para ver si estos son al menos escuchados y si tienen cabida en la agenda de quienes toman decisiones? ¿No puede la prensa, en lugar de azuzar el racismo recalcitrante existente, ayudar a tender puentes y a crear empatías? ¿Podemos bajar el volumen y escuchar, por un momento, al otro?


Milagros Aguirre Andrade es periodista y editora general en Editorial Abya Yala. Trabajó en diarios Hoy y El Comercio y en la Fundación Labaka, en la Amazonía ecuatoriana, durante 12 años. Ha publicado varios libros con investigaciones y crónicas periodísticas.

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