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Mientras pasa el temblor

Este relato de Fernanda Carrera aborda un pasaje de la vida de una familia de sobrevivientes del terremoto en Ecuador, que ha debido adaptar su rutina a las condiciones que ofrece un albergue improvisado.

Foto: Santiago Arcos
Foto: Santiago Arcos

Por Fernanda Carrera / @AF1825

Sobre la calle polvorienta, en la taciturna muerte de la tarde, una mujer persigue a una pequeña gatita. “Se llama Wifi, porque se va pero regresa, como el internet”.

Una hora antes, María Emilia buscaba al camión que traía las donaciones. Regresó luego de atravesar el cementerio de Canoa –un pueblo playero de atardeceres púrpura, celestes, luces recurrentes de Manabí– con una bolsa de alimentos entre sus manos. Minutos después, Wifi bebió leche en polvo de una cuchara y luego jugó sin descansar con los niños que pasan las noches en alguna de las 30 carpas que los damnificados construyeron con palos y bolsas plásticas en media vía.

Mientras Wifi cubría sus bigotes con el polvo blanco, otro grupo de sobrevivientes, hacía fila, ordenadamente, para merendar una pierna de chancho que había sido donada por alguien de Cuenca.

“Yo preparo hamburguesas, salchipapas y papi-pollos”, se presenta María Emilia, como si confiara en que trabajo no le faltará y en que alguien podría emplearla.

Ahora, ella duerme sobre la pared de caña de lo que alguna vez fue una vivienda. La cubren de la intemperie una lona azul, dos bolsas plásticas y un paraguas. El terremoto le obligó a dejar abandonado su puesto de venta de comida rápida mientras “fritaba unas papas”. La casa que esta familia de refugiados colombianos alquilaba colapsó, dejando a la gatita Wifi enterrada bajo los escombros.  “Mi hijo la escuchó llorando, se metió y la salvó”, recuerda. Junto a Wifi también se logró rescatar a una niña pequeña y la mezcladora de música de su hijo.

María Emilia y su familia esperan que las ofertas de terrenos donde levantar una vivienda se cristalicen pronto: “Todo esto lo armamos nosotros acá, este paraguas es el que utilizo en mi negocio para cubrirme del sol”, cuenta ella, quien por ahora ha hecho de  este campamento su hogar. Y el de Wifi. También el de esos futbolistas que ahora persiguen sin tregua una pelota… Como esa gata gordita que se va, pero regresa, es la esperanza que tienen de que la ayuda que hasta ahora ha llegado no disminuya con el paso del tiempo, tan solo mientras pasa el temblor.