Por Jefferson Díaz

Poner orden en el desorden. Esa debería ser la meta. A pesar de que el 2020 se acabó -un año desastroso para la Tierra-, el 2021 comenzó con los mismos vicios. Con los mismos errores. Pasan los años y no aprendemos.

Desde 2017, cuando comenzó a gran escala la migración forzada de venezolanos por América del Sur, la mayoría de los organismos de cooperación internacional -agencias del Sistema de Naciones Unidas y ONG- corren como gallinas descabezadas para establecer planes efectivos de ayuda para esta población en los países de acogida.

Pero no hay coherencia. Hasta el 15 de diciembre de 2020, según datos del Servicio de Seguimiento Financiero de la ONU (FTS, por sus siglas en inglés), Ecuador recibió un poco más de 92 millones de dólares, a través de agencias de las Naciones Unidas y oenegés, para atender la crisis migratoria venezolana. Gran parte de ese dinero se dispuso en proyectos asistencialistas.

Los pocos proyectos que tratan de enfocarse en generar medios de vida, al mediano y largo plazo, dentro de la población migrante y refugiada venezolana en Ecuador, adolecen de transparencia y efectividad. Adolecen de eso que mi santa madre siempre me dice: “Cuentas claras conservan amistades”. En este caso: unas cuentas claras podrían conservar -o construir- la confianza de los venezolanos hacia los organismos de ayuda humanitaria. Una confianza que nunca ha salido del subsuelo.

Más allá de los testimonios que me llegan como periodista, y al trabajar cubriendo migración en Ecuador desde hace tres años, he comprobado de manera personal que los proyectos de inclusión socioeconómica son improvisados.

Mi esposa ha participado en al menos 3 de estos proyectos, y en cada uno le dicen una cosa diferente: “Vamos a realizar este curso, y les daremos un capital semilla para su emprendimiento”, -pero no dicen cuánto ni cómo-; “vamos a ver este taller, y les daremos un certificado”, -pero no dicen por quién está avalado ese certificado-; y lo último fue un taller que se realizó meses después de su convocatoria y los participantes tuvieron que verlo en unas instalaciones inadecuadas, sin los materiales prometidos y con la profesora respirando profundo para sopesar todas las carencias.

¿Ese es el tratamiento que merecen los migrantes y refugiados venezolanos? ¿Ese es el tratamiento humanitario del que se jactan muchísimas oenegés y agencias del sistema de Naciones Unidas en Ecuador?

Lo peor es que cuando pides cuentas de lo que hacen, cuando pides transparencia y que hablen claro -porque si algo quiere un migrante y refugiado venezolano es que le hablen claro-, te responden con evasivas, se echan la culpa entre ellos, nadie asume la responsabilidad o sencillamente se quedan en silencio.

Es preocupante cómo han ‘florecido’ las asociaciones y organizaciones civiles que quieren ayudar en temas migratorios a los venezolanos en los últimos 3 años. Yo llegué a Ecuador en 2017 y apenas había unas 8. Hoy puedo contar más de 30. Todas lanzando proyectos para obtener recursos. Pero, ¿quién hace la contraloría? ¿Quién las vigila? ¿Quién procura que no sean ineficaces y que, si van a pedir dinero en nombre de un gentilicio, hagan bien su trabajo?

La Cancillería de Ecuador presentó el año pasado un informe sobre cómo el presupuesto de la cooperación internacional para los migrantes y refugiados venezolanos se usó durante 2019. El Programa Mundial de Alimentos (PMA), la Acnur, la OIM, HIAS y el Consejo Noruego de Refugiados resultaron los máximos ganadores de la lotería monetaria. Justificaron el uso de estos recursos en asistencia alimentaria, salud, trabajo, inclusión, entre otras cosas.

Pero, ¿por qué seguimos mal? ¿No es suficiente el dinero? (una pregunta capciosa: sabemos que nunca será suficiente) ¿Por qué los venezolanos prefieren regresar a su país, una nación cuya crisis humanitaria se agudiza cada vez más? ¿Dónde está la eficacia de su ayuda humanitaria? Preguntas que permanecen activas en el imaginario de los migrantes y refugiados venezolanos, pero tal parece que están dormidas entre los encargados de trabajar por los migrantes.

Ecuador es el cuarto país de América del Sur con más migrantes y refugiados venezolanos: 417 mil. Muchos alegan que la pandemia complicó todo. Y es cierto, actualmente el mundo es un ovillo. Pero recuerden: desde 2017 estamos inmersos en esta improvisación. En considerar que los migrantes solo son números que llenar en un reporte anual.


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Jefferson Díaz es periodista venezolano-ecuatoriano radicado en Quito. Trabajó para el diario Últimas Noticias y para los medios digitales VivoPlay.net y elestimulo.com, en Venezuela; y para los diarios La Hora y El Comercio, en Ecuador. 

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