Por Milagros Aguirre A.

No puedo dejar de pensar en toda esa gente caminando con lo puesto hacía ninguna parte. En esas madres y esos niños que huyen de las bombas y las alarmas. En ese miedo que, en esta ocasión, no paraliza, sino que mueve a miles de personas a caminar horas de horas en el frío invierno en una sola dirección: la sobrevivencia. No puedo dejar de pensar en la guerra, en esa horrenda palabra de seis letras que deja viudas y huérfanos, que deja traumas, heridas y pesadillas.

No puedo dejar de pensar en que las fronteras no solo dividen, sino que se vuelven también sitios de encuentro, del abrazo solidario y de la acogida, de la mano tendida, el té caliente, el abrigo.

No puedo dejar de pensar en que soy de una generación que creyó que el fascismo y el nazismo habían muerto y que, una vez derrumbado el muro de Berlín, no se repetiría nunca más la Guerra Fría. Soy de una generación que creyó que el mundo binario, ese del blanco y negro,  había sido reemplazado por los colores del arcoíris. Resulta que hoy todo es más en blanco y negro que nunca.

No puedo dejar de pensar en que ha renacido el odio de las cenizas del holocausto y de la cruz esvástica que ahora está disfrazada y resignificada por los tiranos del mundo. Tampoco dejo de pensar en que la democracia y la libertad han fallado a sus hijos y se han convertido solo en una vaga promesa. A ver si hoy, esos países de la libertad y de la democracia tienden la mano a los miles de refugiados que dará esta nueva guerra y todas las guerras que se suceden en este mundo, cada día más gris, más tenebroso.

La peste y la guerra no han sido cosa del pasado

No puedo dejar de pensar tampoco en el paisito, ese que ha dejado a sus hijos a su suerte. Jóvenes que han salido a buscar las oportunidades que no tienen aquí, en países como Ucrania, Rusia, Polonia. Niños que han emigrado y que, como suele pasar, no hemos visto porque ante algunas cosas parece mejor tener los ojos cerrados antes que enfrentar la realidad.  Apenas ahora nos damos cuenta de los centenares de jóvenes que se fueron con la esperanza de un futuro, incluso, los que han viajado en situación irregular o quienes han sido tentados por ofertas no muy transparentes de quienes se han llenado los bolsillos con los sueños de muchas familias. Hoy esos chicos, de los que no había ni registro en el país, han quedado en medio de fuegos y bombardeos, han debido empacar sus cosas y huir, sumándose a los miles de desplazados que dejará esta guerra a la que llaman operativo…. Muchos no quieren volver, igual que los miles de migrantes ecuatorianos que hoy trabajan en España, Italia o en los cientos que han saltado el muro mexicano en los últimos años.

No puedo con eso de la propaganda… esa que victimiza a Rusia, ni con la contraria, que magnifica a la OTAN; esa propaganda que justifica el uso de las armas —y las envía— para “acabar con la guerra”;  ese marketing que habla de esa supuesta operación contra la violencia nazi o la propaganda que quiere vender la lucha de un pueblo por el sueño de la libertad cuando no ha sido tal la cosa. Mucha propaganda disfrazada de periodismo, verdades a medias e historias mal contadas que no aportan. Al contrario, alimentan la ignorancia, los estereotipos, los lugares comunes y las discusiones binarias.

No puedo dejar de pensar en este mundo enrarecido en el que después de la peste vino la guerra, como en la literatura, como en las películas. Dos cosas que no pensamos vivir pues creímos enterradas en lo profundo de la historia del siglo pasado.

No puedo dejar de pensar en la valentía de esas mujeres y niños que huyen de su tierra dejando su vida atrás. Unos empuñan las armas y otros ponen los cuerpos. Mientras los poderosos miden sus fuerzas, la mayoría vivirá la pesadilla y morirá de hambre, de sed y de tristeza.


Milagros Aguirre Andrade es periodista y editora general en Editorial Abya Yala. Trabajó en diarios Hoy y El Comercio y en la Fundación Labaka, en la Amazonía ecuatoriana, durante 12 años. Ha publicado varios libros con investigaciones y crónicas periodísticas.

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