Por Daniela Game*

Se le llama transparente al lenguaje que hablan los niños. Se le llama honesto. Todos hablan de la nostalgia que provoca ese lugar que habitamos en el pasado, donde en apariencia podíamos ser-sin-pensar, pero en realidad, todo ahí fue pensamiento. En la infancia, el mundo de las ideas es el único posible, aunque desde la mirada adulta no hay mayor razón en lo que dicen los niños. Nos parece cómico, ajeno desde hace rato, imposible.

Un día los peces podían caerse de la luna

El océano se llevó las decisiones

Los animales están tocando la música del universo

Y vendrá la vida con su lógica científica del aprendizaje, de la verdad de las cosas que puede comprobarse, para decirle que en la luna no hay peces ni gravedad, que nada cae entonces desde ahí, aunque los mares esperen nuevos peces para limpiar sus aguas. Y sabrá que el océano no puede tomar decisiones, apenas reaccionar ante las nuestras debajo de esa misma luna sin peces, subiendo y bajando sus mareas. Y entenderá que los animales no tienen consciencia del universo ni tocan instrumentos, pero quién sabe y un día recuerda esa canción de Piero donde un pulpito a ocho manos aporreaba un par de pianos.

Y no se trata de protegerlo de las lógicas de la verdad y del orden. Finalmente en los acuerdos sobre ciertas verdades, ciertas leyes, se organiza el mundo. No sé de qué se trata en realidad esto que escribo sobre las cosas que dice mi hijo, pero quizá se acoge a esta insistencia – relativamente nueva en la historia-, de que la voz de lxs niñxs sea escuchada. Dejarlos decirse sin forzarlos a ser adultos, certeros, inteligentes… artificialmente inteligentes. Que sean ellos en su decir de cosas imposibles que resiste a la exigencia de la certeza programada, globalizada, donde la experiencia humana se vuelve homogénea. Que descubran su palabra, que se descubran en ella.

Hablamos, más bien dicho, nuestro hijo habla. Cuenta sus historias inventadas en la sobremesa; tenemos música de fondo, suena Spinetta. Repito la canción y el Flaco canta “…y se desvive el alba entre los árboles, rotos de luz y sombra, rotos de luz y sombra…”. Las sombras no se pueden romper dice mi niño y ríe a carcajadas. La poesía habla de cosas imposibles. Sin embargo, lo poético es para él lo único posible y anuncia ahora que puede romper las sombras, las nubes, el cielo y el aire.

Esta es la historia de una sirena que no tenía ojos

porque sus ojos estaban dormidos en la lluvia**

Y vengo -como vino mi madre conmigo-, a rescatar las palabras de mi hijo del paso del tiempo, para que cuando se haga adulto y las olvide, regrese a estas páginas y sepa que la verdad de la vida no está sólo en aquello que se hace y se comprueba, sino también en ese lugar imposible donde siempre podrá romper el aire y ver en la lluvia los ojos dormidos de una sirena. Para que regrese y no olvide, como él mismo dijo, que todas las historias empiezan en el planeta Tierra.**

La infancia y lo imposible
Niños inflando una vejiga. Francisco de Goya, 1778. Museo del Prado, Madrid.

*Columnista invitada

** Frases de mi hijo Matías a los 4 años


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