Por Daniela Game*

En los días que suceden a la jornada electoral del domingo 5 de febrero de 2023, aparecen comentarios en redes sociales que repiten esta idea: ganó la ignorancia. De manera general, estas opiniones parecen mirar a la gran mayoría del electorado como personas sin educación que no piensan en su bien ni en el del país. Entre las definiciones que la RAE proporciona de la palabra ignorancia, una estaría mejor alineada a estas opiniones: Ignorancia supina: ignorancia que procede de negligencia en aprender o inquirir lo que puede y debe saberse.

En este sentido, los comentarios parecen hablar de una mayoría vinculada, sobre todo, a personas pobres. Es decir, la pobreza vista no sólo como precariedad económica sino del pensamiento, entre otras tantas visiones cercanas a lo que hoy se denomina aporofobia (Fobia a la pobreza). Sabemos que la falta de acceso a la educación tiene un efecto en la democracia, el desarrollo y un largo y lamentable etcétera. Sin embargo, en estas opiniones no hay un reconocimiento del problema de la educación. Al contrario, se limitan al viejo ataque que utiliza el término ignorante para humillar a quien piensa diferente. ¿Podríamos hacer algo distinto y preguntarnos realmente dónde está la ignorancia en este proceso electoral?

La ignorancia está en el gobierno de turno y en los pasados gobiernos; es una ignorancia supina. El poder, tal como se ejerce en el Ecuador, es una maquinaria que en algún punto, temprano o tardío, vuelve negligentes a quienes les ha sido encargada la función de gobernar. No se trata de un poder fantasmagórico que atrapa a las almas y las vuelve ciegas frente al clamor popular, es el poder caudillista que se encierra en sí mismo, saca los espejos del salón amarillo, expulsa a las voces disonantes y repite lo que se le ha enseñado desde tiempos inmemoriales: gobernar para su círculo de poder -generalmente conformando por hombres blanco-mestizos que saben cómo hacer patria-,  a costa de los otros, llámense pobres, mujeres, minorías o una parte de la clase media.

Es decir, a diferencia de la ignorancia que se le endosa hoy al electorado, la ignorancia del poder es voluntaria y negligente, porque los gobernantes no escuchan, no inquieren realmente sobre visiones y necesidades que se gestan y cambian día a día en la calle.

Hacer política pública tomando en cuenta el contexto específico, es decir, acercándose a la realidad de las vidas donde el poder interviene, no es sólo intuitivo, es una práctica respaldada también por las ciencias sociales. Los grupos poderosos tienden a alejarse de esta idea y a quedarse al interior de lo que llamamos el palacio. Se hablan sólo entre ellos, entre gente que piensa igual, que viene de lugares sociales similares y aunque la democracia los haya puesto ahí, no logran ejercer un poder democrático. Esto ya nos ha pasado y nos seguirá pasando. Quedan las urnas, quedan las luchas sociales, queda la palabra y el arte, queda la ciudadanía, queda la ilusión de la democracia. Después del domingo 5 de febrero del 2023 queda un país que necesita de un poder que no lo ignore.

*Columnista invitada.

Imagen referencial de portada: Galo Paguay / Fundación Periodistas Sin Cadenas.



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2 COMENTARIOS

  1. Excelente artículo! Es esa ignorancia supina de los gobernantes, que no quieren ver ni entender al país que gobiernan, la que nos está llevando al descalabro y robando los sueños. Es esa la que está llena de corrupción y podredumbre.

  2. Muy orientador tú comentario Dani. La peor ignorancia está en el poder; en los gobiernos de turno, que en este país no han podido levantar el nivel de vida de la población y acaban con sus sueños.

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