Por Pedro Donoso Müller / @pedrodonoso80

En diciembre de 1992 el cantautor argentino León Gieco lanzó un disco de estudio titulado Mensajes del Alma, que contenía la canción Los Salieris de Charly, una pieza disruptiva para el tono al que había acostumbrado Gieco a su público, y en la que hace referencia a la genialidad del músico también argentino Charly García, como fuente de inspiración; el título es una apología sureña del mito histórico que sostenía que Antonio Salieri, compositor y rival del gran Wolfgang Amadeus Mozart, plagiaba sus creaciones, algo que nunca llegó a comprobarse.

Sin embargo, esta columna no tiene la intención de analizar esta canción, sino de centrarse en una de sus estrofas, en la que desde el sarcasmo irreverente que caracteriza a Gieco, identifica a la Argentina como “un país esponja”; es decir, un país que absorbe todo lo que le ocurre sin que la reflexión medie esos hechos. Y, aunque Gieco solo se refiere a la Argentina, esta categorización le cabe a la historia del Ecuador a la perfección.

En los 190 años que lleva como República, Ecuador ha sido un país que elije no procesar lo que sucede, sino más bien comerse los hechos y, haciendo un gran esfuerzo, alcanza únicamente a transformar dichos sucesos en recuerdos, en anécdotas que causan risa, más no en memoria.

En este país la democracia se violenta y se justifica a través de actos administrativos que edulcoran la realidad usando frases como “por esta única vez”; la represión estatal desaparece gente bajo la impunidad del temor por el futuro; la institucionalidad pública juega a refundarse con fórmulas creativas que serán satanizadas en la próxima década; el péndulo cambia sin el análisis a profundidad de quienes son los autores o los culpables del mismo. En definitiva, en este país, cuyo deporte nacional parecería ser el gatopardismo, vemos con calma cómo todo cambia para que a la vuelta de la esquina, nada cambie. Quizá porque lo absorbemos todo, porque somos también esa nación a la que hace referencia Gieco, la que acapara hechos y los recuerda.

Nos interesa más quién manejaba la camioneta en la que se subieron actores políticos que dieron un golpe institucional de Estado a mediados de los 90 (recuerdo) que las consecuencias que acarreó ese golpe de Estado (memoria). Nos interesa cómo los movimientos sociales se tomaron las calles (recuerdo) más que las razones de por qué lo hacen (memoria). Nos jode que grupos de mujeres rayen un puente (recuerdo) más que las muertes detrás de esas letras (memoria).

Pero los recuerdos solo sirven para la sobremesa, para hacer memes y seguir riéndonos de esta sociedad caricaturesca. Y una de las claves para dejar de ser esponjas es dar un paso adelante y tratar de trabajar en la memoria. Puede que así, al vernos retratados y mediados por reflexiones profundas no del cómo, sino del por qué, por fin el Estado -que a la larga somos todos- empiece a estructurar planes, programas, leyes o proyectos que como válvulas de escape, le den un buen final al derecho a la ira, ese que se desata en las calles, ese que llega a ser indignación, ese que mueve decenas de activismos, pero que no encuentra su respuesta en la esfera de lo estatal.  

¿Qué debemos hacer con tanta ira?, ¿cuál debe ser el cauce que le demos a la indignación?, ¿será que nos acostumbramos tanto a que la ira sea censurada y a que el derecho a sentirla y expresarla sea acto suficiente para ser señalado con el dedo? Si tuviésemos la capacidad, como sociedad, de reconocer a la ira como derecho, quizás ese proceso nos permitiría transformar los hechos en memoria, mirarlos de frente y no dejarlos pasar para que, al final del día, lo que recordemos sean las sensaciones pero lo que podamos analizar sean los hechos transformados en memoria.


Ecuador

Pedro Donoso Müller es director general del Gabinete Estratégico ICARE. Licenciado en Ciencias Políticas y Jurídicas. Abogado y Doctor en Jurisprudencia. Experto en administración de crisis y análisis de contexto político.

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país esponja

1 COMENTARIO

  1. Tiene toda la razón el autor de este artículo. Ecuador, o en el territorio que ocupa, se ha ido perdiendo el sentido de las cosas; yo diría que es un efecto de los hechos previos y durante la conquista española. El hecho de haber sido invadidos y dominados brutalmente por los incas y luego, no menos brutalmente, por los españoles, como que dejaron a la gente del común, a la gente humilde, sin ánimo de protestar o de buscar sentido a su existencia. Por eso es que el feudalismo, del que no logramos salir hasta nuestros días, es tan arraigado. Y el problema se magnifica cuando los pillos dedicados a la política convierten la discusión en una suerte de humorismo barato. Ya desde la época de Velasco Ibarra, que aunque no fue pillo si uso su demagogia para hacer soñar a las multitudes, pasando por el inefable Roldós, quien dijo mucho más de lo que podía hacer y al hacer hizo algunas tonterías, y por el pillo Bucarám, defenestrado por incompetente, la gente se ha maravillado con el verbo grandilocuente antes que por los hechos reales de la historia. Hoy nos vemos avocados nuevamente al triste espectáculo en el que se ofrecen toda clase de maravillas, por obtener un voto, pero pocos verán en la historia reciente las razones para su decisión, y así volveremos a tener un demagogo o un grupo alineado a intereses internacionales en el poder.

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