Por Jefferson Díaz / @Jefferson_Diaz

Uno de los mejores libros que leí el año pasado fue El infinito en un junco, de Irene Vallejo. Un ensayo que se presenta como una aproximación a la historia de los libros, en especial durante el mundo antiguo, pero en el que nos encontramos con historias sobre migración sorprendentes.

Muchos de nosotros conocemos lo que fue la biblioteca de Alejandría, ese faro de conocimiento que reunió cantidades groseras de papiros, escritos y modernidades que la hicieron un elemento clave de lo que es hoy el mundo occidental. Pero, ¿sabían que esa biblioteca nació ante una apertura de fronteras?

El contexto es más complejo que una simple pregunta: viajar entre continentes y ser migrante en el mundo antiguo significaba algo muy distinto a lo que es hoy en día. Migrar en los tiempos de Alejandría era, entre otras cosas, ampliar nuestra base de conocimiento y nutrirnos de lo que el lugar de acogida podía darnos, y ofrecer nuestra experiencia para el desarrollo de esa sociedad.

Hoy parece que esa mentalidad quedó reducida a nacionalismos fanáticos y discriminaciones que solo ocultan las bondades y beneficios que trae la migración.

Volviendo a Alejandría, era ley que todos los barcos y carruajes que llegaban a la ciudad fueran inspeccionados minuciosamente por si traían rollos de papiro con conocimiento foráneo. No importaba el idioma en el que estuviera escrito, el papiro era confiscado por varios días para que los escribanos de la biblioteca pudieran copiarlo e incluirlo en el inventario.

El principal activo de la biblioteca de Alejandría eran los migrantes que llegaban a sus puertas. Una maravilla.

Alejandría y la migración

La biblioteca de Alejandría hace mucho que no existe, pero nos deja una enseñanza valiosa: la migración es beneficiosa. Y más allá de las retóricas actuales que políticos y algunos actores sociales usan para convertir a los migrantes en los perfectos chivos expiatorios y en los “culpables” de todos nuestros males, migrar nos hace bien.

Sin la migración la humanidad no habría evolucionado.

Y es muy triste señalar y repetir sin cesar esa obviedad. Pero tal parece que nuestras sociedades actuales cayeron en la trampa, no sabemos si por ignorancia o por una conveniencia miserable, de tener memoria histórica corta.

Olvidamos, por ejemplo, que millones de ecuatorianos emigraron a Estados Unidos y Europa para labrarse un futuro provechoso. Allá, donde llegaron, minaron con su cultura y experiencias sociedades que estaban ávidas de nuevo conocimiento. Sociedades que se nutrieron de nuestras tradiciones y valores para evolucionar en versiones más abiertas al cambio, al diálogo y a la convivencia.

Olvidamos el concepto de reciprocidad internacional y de no hacer lo que no nos gusta que nos hagan y dejamos a merced de la inacción a millones de personas migrantes que necesitan de nuestro apoyo. Que necesitan de ese faro que en algún momento representó la biblioteca de Alejandría para que los guíe.

No quiero generalizar. Existen entre esos papiros llenos de conocimiento muchas personas que ven las fronteras por lo que son: líneas imaginarias que trazamos en el medio de la selva, en un río o cortando las montañas para sentirnos seguros. Personas que realmente creen en eso de la ciudadanía universal y no permiten que quede como letra muerta. Como un objeto inanimado en medio del desierto.

Sí, la biblioteca de Alejandría es un excelente ejemplo de cómo una sociedad, dispuesta a aceptar a los migrantes, puede evolucionar y convertirse en un icono del conocimiento humano.


Otras columnas de Jefferson Díaz

Jefferson Díaz es periodista venezolano-ecuatoriano radicado en Quito. Trabajó para el diario Últimas Noticias y para los medios digitales VivoPlay.net y elestimulo.com, en Venezuela; y para los diarios La Hora y El Comercio, en Ecuador. 


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