Equipo Habitación Propia

Entre los años 2018 y 2022, 1364 hombres en Ecuador decidieron no ser papás o no concebir más hijos(as) y se esterilizaron en establecimientos del Ministerio de Salud Pública (MSP) por medio de vasectomías, un procedimiento quirúrgico que consiste en cortar y bloquear los conductos por donde los espermatozoides avanzan y salen hacia el exterior. Entre enero y marzo de 2023, otros 145 ciudadanos se sumaron a esta lista.

José Barrera, Fernando Cornejo y Francisco Vallejo son tres padres que forman parte de la estadística y de quienes hablaremos más adelante. Lejos del amor que sienten por sus hijos, concuerdan que para criarlos con responsabilidad hay que dedicarles tiempo y esos valiosos minutos no serían posibles si llegaran nuevos miembros a la familia. Por ello decidieron esterilizarse y romper con la tradición de que sólo la mujer es la que debe cuidarse.

Aunque el procedimiento existe y está disponible en los establecimientos del Ministerio de Salud Pública de forma gratuita, y también en clínicas privadas y ONGS, sólo un puñado de hombres se lo ha practicado en los últimos cinco años, desconociéndose cuántos de ellos son padres.

De acuerdo a los datos solicitados por Habitación Propia y suministrados por el MSP, más de la mitad de esas 1364 esterilizaciones se realizaron en cuatro provincias: Pichincha (21.4%), Guayas (16.6%), Imbabura (8.0%) y Manabí (6.2%). Es probable que estas, a diferencia de Bolívar (0.1%), Santo Domingo de los Tsáchilas (0.1%), Santa Elena (0.4%) o Los Ríos (0.5%), y también a diferencia de la gran mayoría de provincias que conforman a la Costa y el Oriente ecuatorianos, cuenten con mejores servicios de urología y/o con culturas locales -menos machistas- que promueven y facilitan la esterilización masculina.

Según los mismos registros del MSP, entre 2018 y 2019 el número de vasectomías realizadas en el sistema de salud público pasó de 108 a 385. En 2020 la pandemia hizo retroceder la cifra a 154, pero en 2021 se volvió a registrar un alza que se confirmó con 458 intervenciones quirúrgicas en 2022.

Estos datos parecen alentar la idea de que la vasectomía se está abriendo espacio en el imaginario nacional y ganando adeptos entre quienes piensan que la paternidad debe ser deseada, consciente y dedicada.

El urólogo y especialista en androfertilidad Marco Pacheco cree que existen diversos mitos relacionados a un procedimiento ambulatorio que es altamente eficaz como método anticonceptivo. El principal es la falsa creencia de que la vasectomía produce disfunción eréctil u otros problemas sexuales. Otro mito, estrechamente vinculado al machismo y a la decisión de vasectomizarse, es la supuesta pérdida de hombría o masculinidad.     

Dejando a un lado la desinformación y los factores de índole cultural, Pacheco asegura que la vasectomía es 100% segura y, entre otros beneficios, ofrece mejores tiempos de recuperación que la ligadura de la mujer. El único cuidado que se debe tener es esperar tres meses o 21 eyaculaciones para verificar, por medio de un recuento de espermatozoides, si la persona puede tener relaciones sin preservativos y sin riesgo de procrear una vida.

El procedimiento suele hacerse con anestesia local y dura alrededor de 30 minutos. En promedio, la recuperación toma una semana y solo en los primeros días se presenta algo de dolor. Para los afiliados del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social (IESS) es gratuito. En clínicas privadas los precios oscilan entre los 500 y los 1000 dólares, pero pueden encontrarse opciones más económicas en organizaciones de la sociedad civil que prestan servicios de salud a bajo costo.  

En la experiencia del doctor Pacheco, quienes más se esterilizan son hombres que bordean los 35 años de edad y han tenido más de un hijo.

Desde la perspectiva de la paternidad consciente y en el actual contexto, dedicar tiempo y dinero a más de dos, ya es muy difícil.

PAPÁS VASECTOMIZADOS

José Barrera (chef y empresario)

Vasectomía

Jose es dueño y gerente general de Ananké, un tradicional bar, restaurante y pizzería que acaba de abrir su tercer local en Quito, en el sector de La Floresta. Tiene dos hijas, una de 17 y la segunda de 7 años. Hace cuatro se hizo la vasectomía en un establecimiento del IESS.

Cuando le preguntamos por qué se la hizo, puso como antecedente el nacimiento de sus  niñas. Para el alumbramiento de la primera, él y su esposa quisieron un parto humanizado y cayeron en las manos de un “médico desastroso” y una clínica de nombre La Primavera que posteriormente fue clausurada. ¿El resultado? La bebé nació muerta y, con la ayuda del cielo, un anestesiólogo y un tío pediatra la pudieron revivir. “Fue casi milagroso que no quedaran secuelas”. “Fue algo muy traumático”.  

La integrante más pequeña de la familia nació mientras los papás vivían en Argentina y, si bien el parto fue por cesárea, no estuvo libre de acontecimientos. Al igual que en el primer embarazo, Isa -esposa de Jose y coprotagonista de esta historia- desarrolló preeclampsia. La bebé nació un mes antes de lo esperado y necesitó incubadora los primeros días.   

Dicho esto, “Pepe” afirma que la vasectomía fue un acto de responsabilidad con sus hijas, con Isa, “y también con la ciudad y el planeta”. Él fue taita porque quiso y se planificó para serlo.

Asegura que esta fue la primera vez que entró a un quirófano y que no sintió la intervención. El posoperatorio sí fue molesto, pero nada comparado con los resultados a mediano y largo plazo. “Sexualmente, todo funciona igual o incluso mejor que antes, sin ese miedo de decir ‘ay, y ahora qué va a pasar, no quisiera tener una sorpresa…”.

Jose dice que sus amigos bromearon con el tema de su vasectomía, pero prontamente lo olvidaron. Aunque no se sintió afectado, es consciente de que el machismo está detrás del porqué son tan pocos los hombres que acceden al procedimiento en Ecuador: “Yo creo que es por el tema de la virilidad, o sea porque los hombres de cierta forma tenemos el temor de que algo pueda pasar ahí abajo”.   

Fernando Cornejo (fotógrafo submarino)

Fernando es ecuatoriano y vive en La Serena (Chile), una ciudad a los pies del mar en el llamado “norte chico” del país austral, una de las naciones con las mayores tasas de esterilización masculina a nivel latinoamericano.

Tiene dos hijas, de 10 y 12 años, y está separado de la mamá desde hace un buen tiempo. Es un hombre que, además de sumergirse en las profundidades del océano, se ha tomado sumamente en serio la crianza de sus descendientes, con quienes está todos los días desde la hora de almuerzo hasta que anochece y las va a dejar donde su expareja con los deberes hechos, bien aseadas y alimentadas.      

Fernando tiene un tío y un primo urólogos, y varios familiares cercanos que se han practicado vasectomías. En consecuencia, él quiso seguir la senda familiar y concretó la idea hace 10 años, cuando las píldoras anticonceptivas comenzaron a causar estragos en la mamá de sus guaguas.    

El protagonista de esta historia confiesa que no quería ser papá, pero que no tardó en enamorarse de sus hijas apenas las tuvo en sus brazos. Considera que la paternidad le trajo muchos aprendizajes, entre ellos, la oportunidad de aprender de sus niñas y de conectarse a su lado femenino para poder atenderlas y cuidarlas debidamente. A su juicio, la paternidad debe ser responsable y dedicada, y para eso es crucial cerrar la fábrica y centrar el tiempo y el dinero en los hijos que ya están.    

Fernando, al igual que el especialista y los otros padres biológicos que fueron entrevistados para este artículo, también cree que existe una resistencia cultural -machista- frente a la esterilización masculina. En su caso, asegura que la actividad sexual también ha sido igual o mejor: “Puedes gozar de una sexualidad tranquila, sabiendo que no puedes dejar embarazada a una persona”.   

Francisco Vallejo (médico)

Francisco siempre quiso ser papá. Es especialista en el área de traumatología infantil y junto a su esposa concibió a dos hijos, una niña y un niño, cuyas venidas fueron minuciosamente planificadas.

No querían tener más hijos, “dos era el límite máximo… Queríamos un hermano porque desde la parte psicológica los niños únicos tienden a tener problemas de adaptación social”. Por algún motivo la mamá no llegó a hacerse la ligadura en la cesárea de su segunda hija, y consideraron que la vasectomía era el camino más corto y efectivo. “Un día dije: ‘ya estoy cansado del preservativo y de cuidados. Y decidí hacerme con un amigo urólogo”.   

Francisco se esterilizó en una clínica en Cumbayá. Para él fue “como nada”. La intervención duró 30 minutos con anestesia local y esa misma noche durmió en su casa con una bolsa de hielo.   

El ciudadano del mundo de la medicina que protagoniza esta historia confirma que la vasectomía no solo tiene un impacto positivo sobre la psique y la vida sexual (“hay una parte psicológica que alivia; pensar que no va a venir el tercero, te hace disfrutar más el acto”), sino también y sobre todo en el hecho de poder garantizar el tiempo y la dedicación necesarias para una crianza compartida y positiva de sus guaguas: “Con Caro, mi esposa, nos dividimos las tareas del hogar y de la crianza, yo estoy involucrado en todo, desde el desayuno, enviarles al colegio, la bañada en las noches, la educación. Con ella hemos tenido una buena comunicación”.

Admite que varios hombres le han preguntado por su experiencia y tienen un miedo infundado por entrar al quirófano y salir cambiados. También hay algunos que siguen pensando que es la mujer la que debe usar pastillas, la T u otros métodos anticonceptivos. Es una cuestión de tiempo y, sobre todo, de información.    


Expora el mapa Amazonía viva