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Quito mágica (Capítulo cuarto)

Capítulo cuarto
El gran sueño de las ilusiones

Aquí, los magos tienen dos espacios de agremiación: el Círculo Ecuatoriano de Ilusionistas (CEI), fundado hace alrededor de 10 años; y el Club Mágico Ecuatoriano (Clume) que, con 25 años, es el más antiguo y el único que está reconocido de manera oficial por la Federación Latinoamericana de Asociaciones Mágicas (Flasoma) y la Federación Internacional de Sociedades Mágicas (FISM). La ventaja de este reconocimiento es que los miembros del Clume pueden asistir a congresos internacionales y participar en los concursos organizados por dichas federaciones. Por su parte, el CEI cuenta con una suerte de reconocimiento no oficial en Flasoma, gracias a las gestiones que en su momento hiciera Fernando Redín, el fundador de la tienda de magia de Quito, quien por su actividad comercial logró establecer los vínculos necesarios para ello.

Sin embargo, como sucede en muchas de las áreas artísticas del Ecuador, las asociaciones no caminan del todo. En la página web del CEI, por ejemplo, todavía figuran como presidente el mago Isaac y como vicepresidente el mago Nacho; pero cada uno de ellos asegura estar desvinculado del Círculo hace tiempo. Ambos fueron presidentes en su momento, y ambos dicen haber trabajado en pro del crecimiento del oficio, organizando charlas y talleres que no encontraron eco entre sus miembros. Hoy, a decir de Isaac, “se reúnen cada que vuela una mosca”.

En el caso del Clume, está más claro que su objetivo puntual es pertenecer a las federaciones, por lo que las actividades gremiales son escasas. Hoy, Fernando Guerra, el Mago Ferghi, ha cumplido su primer año como presidente, y tiene por objetivo para el segundo hacer presencia en la reunión del FISM 2018 que se llevará a cabo en Corea del Sur.

Desde la perspectiva de lo público, los ilusionistas no cuentan con ningún tipo de apoyo, ni por el gobierno central, ni por los gobiernos autónomos descentralizados (GADs). De acuerdo con la conversación que sostuve con el Mago Dorian, a veces los municipios y demás gobiernos locales del Ecuador contratan magos, pero no es rentable ni por presupuesto ni por la demora con la que llegan los pagos.

Cuando empecé esta investigación contacté a funcionarios del Ministerio de Cultura y Patrimonio, para saber si entre las políticas a ser implementadas toman en cuenta a las artes mágicas, pero ni en el discurso, menos en el papel, se las contempla como parte del Sistema Nacional de Cultura.

Mago Ferghi.

El Mago Ferghi sintió de cerca esta desatención cuando se propuso organizar el único show de grandes ilusiones que se ha hecho en el país, en el 2007. Las grandes ilusiones corresponden a un tipo de magia escénica que involucra costosos aparatos, un gran montaje y un elenco numeroso delante y detrás del escenario. El mayor referente internacional de este tipo de magia es David Copperfield, que hizo desaparecer incluso la Estatua de la Libertad en los años 80.

El show del Mago Ferghi incluía magia con aparatos –que mandó a comprar fuera del Ecuador– y teatro negro al estilo del Teatro Negro de Praga, para lo cual contó con un elenco de 25 bailarines, un coreógrafo ruso y un equipo extranjero de iluminación especializado en este tipo de espectáculos.

–Fui al Teatro Nacional de la Casa de la Cultura y por un día me pedían 5 o 6 mil dólares de renta –recuerda Fernando Guerra–, era pésimo el sonido, pésimas las luces. O sea que yo tenía que contratar por fuera todos esos implementos. Entonces yo les dije: “A ver, yo soy ecuatoriano, es la Casa de la Cultura E-cua-to-ria-na. Le puedo demostrar que no es con afán de lucro. Lo único que voy a hacer es la inversión.” No, me dijeron. Si tiene para pagar, bien. Esa es la realidad –dice. Finalmente, hizo el show casi de manera clandestina, en el Teatro 24 de Mayo, con lleno total en funciones de dos jornadas.

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Más tarde, a cargo de la presidencia del Clume, Fernando Guerra quiso traer, por primera vez en la historia, un evento Flasoma al país. Presentó su propuesta a la municipalidad quiteña a través de Quito Turismo, pero, otra vez, los tiempos de la burocracia jugaron en contra.

–Yo tenía planeado hacer las galas en el Teatro Capitol, aprovechando que está recién remodelado –recuerda–, y el congreso queríamos hacerlo en el Centro de Convenciones Eugenio Espejo. Incluso queríamos poner unos stickers de transporte, y los que tuvieran gafetes tendrían la ecovía gratis. Yo sé que en algún momento se va a dar, y yo voy a estar aquí –se ilusiona.

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Las dos grandes capitales de la magia a escala mundial son Las Vegas y Los Ángeles (L.A.). Por un lado, en Las Vegas una gran cantidad de escenarios ponen a disposición del público grandes referentes mundiales, sobre todo en magia de escenario; mientras que en Los Ángeles se encuentra el Magic Castle; un club privado especializado en magia que presenta múltiples y simultáneos shows de magia 364 días al año. Los entendidos en la materia afirman que se trata de La Meca de la magia, porque allí se presentan solo los mejores del mundo.

Ambos lugares han servido de escenario para los shows del quiteño Siegfried Tieber.

Siegfried Tieber, en el Magic Castle.

De padre austríaco y madre colombiana, Siegfried Tieber nació en Quito hace 30 años, donde se graduó de ingeniero en la Universidad San Francisco de Quito. Pero nunca llegó a ejercer, porque desde que tuvo en sus manos un libro de magia, a los 19, decidió perseguir el gran sueño de las ilusiones. Fue alumno de Isaac Yépez y de Magnalucius, y en cuanto salió de la universidad se dio cuenta de que el espacio para desarrollar la magia es muy reducido en el país.

–Decidí dedicarme a la magia a tiempo completo –me cuenta Siegfried a través de la pantalla de una laptop, desde su departamento en L.A.–, yo estaba creciendo mucho en el aspecto comercial, pero me duele admitir que en el Ecuador no vi mucha oportunidad para crecimiento artístico. Por ejemplo un cineasta, si quiere hacer grandes producciones, la primera opción es Hollywood. Si tú quieres hacer cine arte, pensarás en irte a Argentina, tal vez a España, tal vez a Francia. Pero el Ecuador todavía no es la primera opción en las artes.

Por eso se fue a Los Ángeles. Al principio, para seguir un curso de actuación, como aprendió de Magnalucius, la formación como actor es lo mejor que un mago puede ganar. Cuando decidió radicarse allá, presentó una audición para pertenecer al Magic Castle. Hoy, sus actos de magia de cerca se ven allí con frecuencia; Siegfried ha logrado establecer una red de trabajo dentro de la comunidad mágica en esa ciudad.

Llegó a actuar en Las Vegas de la mano de Penn & Teller. El dúo de magos norteamericanos lidera desde hace 6 años un show de televisión denominado Fool Us (Engáñanos), con una premisa sencilla: uno por uno, varios magos presentan un juego cada uno, ante un auditorio lleno donde se encuentran sentados los magos Penn Jillette y Raymond Teller. Ellos deberán deducir cómo hizo cada uno de los participantes para llevar a cabo su rutina. Es decir, si alguno de los dos  descubre el truco, el participante pierde, pero si no lo descubren, el participante tendrá derecho a presentar su juego en un show de Penn & Teller en Las Vegas. Hace unos meses, Siegfried fue uno de los ganadores.

-Los engañé, por así decirlo –me cuenta–, una de las mayores satisfacciones para mí fue que que pude llamarlos: “Penn y Teller, vengan”, pude hacer que se sienten al lado mío y que vean muy de cerca.

El juego que presentó fue su propia versión de Ni ciego, ni tonto de Juan Tamariz. El video muestra un Siegfried Tieber dinámico, que sabe cómo manejar un escenario y construir un guion perfecto. Se nota la cancha. Se notan los años de estudio. Se nota, en realidad, que hoy el quiteño Siegfried Tieber es uno de los mejores magos del mundo.

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En general, las mujeres en la magia son pocas, y Ecuador no es la excepción.

Reseña de los magos Raúl y Marisol Maldonado, en la revista Abracadabra, Colombia, 2002.

–Yo fui la primera maga del Ecuador –afirma Marisol Maldonado mientras prepara una taza de café en el comedor de su casa, en el sector de La Florida, en Quito. Al otro lado de la mesa, su padre, Raúl, un anciano amable y divertido que de vez en cuando logra recordar algo de su antigua vida de ilusionista, contempla la escena con curiosidad–. Mi mami era hermana de Gustavo Rojas, el Fu-Chang, y cuando mi papi pidió la absolución de votos se quedó sin tener donde vivir, porque no podía volver al convento. Entonces, mi tío Gustavo lo llevó a la casa de mi abuelo y ahí se conocieron con mi mamá –narra Marisol.

De modo que la familia Maldonado-Rojas cuenta con el primer mago profesional del país, Raúl Maldonado; con el creador del primer festival de magia, Gustavo Rojas; y la primera mujer maga del Ecuador.

Raúl Maldonado y su hija Marisol, a principios de los 80.

Cuando nació Marisol, en el 76, su padre ya tenía 42 años, trabajaba como docente en la Universidad Católica y tenía un puesto como educador para la salud en el Ministerio del ramo, por lo que su actividad mágica se redujo a lo que es más rentable hasta hoy para el mercado ecuatoriano: la magia infantil. Y ese fue el mundo que la envolvió. Empezó reemplazando a su padre en fiestas y se dedicó a eso de lleno. Tanto se enamoró del mundo de los niños que se graduó como tecnóloga en recreación infantil.

De hecho, Marisol Maldonado es la única de todos los magos con los que he hablado, que no reniega de hacer magia para niños. Los niños son los únicos seres humanos que tienen la capacidad de vivir la fantasía sin cuestionarla; para ellos todo es posible. Esto hace de ellos el público más difícil para los magos, porque si todo es posible, ¿cuál es el mérito de un mago? Mientras crecemos, aprendemos los límites de lo posible, y allí es donde radica el éxito del ilusionista, en la transgresión de esos límites.

Raúl Maldonado, haciendo magia infantil.

Hoy en día casi no ejerce la magia, pues su trabajo en recreación ha sido cotizado en varias instituciones tanto públicas como privadas; por lo que el tiempo se le va entre sus labores, sus hijos (un niño de 10 y una de 19), y el cuidado de su padre, que a los 83 años padece de Alzheimer.

-¿Dónde nació usted? –me pregunta Raúl Maldonado, quien en otro siglo fuera conocido como el gran Albertus Magus.

-En Quito –le respondo.

-Yo chagrita nomás, riobambeño –me dice durante una especie de dejavú, puesto que la condición de Raúl no le permite recordar que hemos mantenido este diálogo tres veces antes, durante la última hora. Casi no recuerda nada, o a lo mejor no quiere recordar. Viéndolo sentado allí, todavía con el buen humor a flor de piel, se me ocurre que un sacerdote capaz de coagular la sangre de un ser humano para detener una hemorragia mediante una orden de su voz solo tenía dos caminos: o renunciaba a su hábito o se declaraba santo. Me pregunto cuáles serían los conflictos morales de un sacerdote-mago que tiene que recurrir al engaño para divertir.

-¿Por qué pidió la absolución de sus votos?, le pregunto, sabiendo que no me va a contestar.

-No sé… no sé si pensaría casarme. ¿Qué sería?

Entonces Marisol saca una baraja y propone mostrar un juego de magia.

–Con tal de que no me hagas desaparecer a mí –contesta su padre y ríe con la ilusión de un niño.

Raúl Maldonado y su hija Marisol, en septiembre del 2017.

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