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Nos proscritos

Luis Mariño se internó en un hospital psiquiátrico para captar los momentos, los gestos y las luces y sombras de quienes se exiliaron del mundo de la cordura. Este es su ensayo visual.

Por Luis Mariño Carrera

¿Acaso no es una locura trabajar 10 horas diarias en un empleo que detestas, durante décadas, para llegar al final de tus días con la esperanza de que tus esfínteres soporten lo suficiente hasta llegar al baño? ¡¡¡Esa es una maldita locura!!!

(Diálogo tomado de la película Con Air)

Llegué en la noche, me esperaba un hombre con un plato azul de plástico, se llamaba Carlos. Me saludó con más inquietud que cordialidad… ¿Quién querría estar en ese sitio por voluntad propia? ¿Vivir allí, comer allí, dormir allí? . Sí, yo lo quise, y ahí me quedé…

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¿Locura? ¡¡Eso es semántica!!

Eran algo así como las 22:30 de un día del 2010, cuando llegué a aquel sanatorio mental, clínica de rehabilitación para adictos y hogar de ancianos. Una hora antes del ingreso, el compañero con quien emprendería este proyecto se excusó, dijo que no estaba preparado. Días antes me habían robado gran parte de mi equipo. Semanas antes había perdido mi empleo. Creo que estaba en el lugar indicado, al menos en ese momento.

Al inicio todos me miraban raro. Eso creí. Luego caí en cuenta de que el que miraba raro era yo. A ellos les importaba un bledo las sutilezas sociales y sonreían cuando querían, lloraban cuando querían. Algunos lloraban de la risa. Eso era estar entre personas –de distintas profesiones y ocupaciones– que lo habían perdido todo porque sus “debilidades” fueron más grandes que sus fortalezas, porque su tristeza les ganó la batalla y buscaron otra manera de soportar la vida. Estar entre genios extraordinarios a quienes la mayoría no entendió y los catalogó como “locos”. Jamás estuve más cerca de la humanidad. Los “proscritos”, quienes aún conservan la esencia de la humanidad, el dolor, la risa, el llanto, la curiosidad y, sobre todo, el cariño, me habían acogido.

Al finalizar una jornada de captar imágenes con mucha carga emocional, para mí ha sido natural salir a tomarme un par de tragos o caminar un buen rato, escuchar música a todo volumen, qué se yo… Considero necesarios ciertos ritos. Es como desinteriorizar un papel para un actor, porque en el fondo, cuando me pongo la cámara en el cuello, soy otro y es necesario que las imágenes no me pesen ni se mezclen. Eso sería devastador. Sin embargo, esta vez no tuve pausa. Es más, creo que se me quedaron todas las imágenes en la mente –aunque pocas de ellas se hayan conservado después de un daño irreversible en los discos que las respaldaban. El día que salí, los internos organizaron mi despedida. Me iba porque estaba curado, no porque estuviera enfermo, pero sí porque culminé un sueño y conquistar sueños es una forma de curarse de las enfermedades que te contagia la cotidianidad y la gente normal que procura “peros” para excusar el no arriesgarse a hacer algo que deseó y jamás lo intentó. Sus abrazos me abrasaron y calcinaron los prejuicios que tenía. Esta es una serie de las imágenes que no se perdieron. dicen que la fotografía es la risa, el llanto y la memoria del tiempo.