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La edad de la cumbia

Una historia musical que fusiona y hermana a millones. La cumbia es la esencia del sur del mundo y sus brazos acogen a todas las culturas con su legado. Mauricio Galindo rinde tributo a don Medardo Ángel Luzuriaga, el músico lojano que murió en junio del 2018 dejando un amplísimo legado cumbiero en el repertorio de la música hecha en Ecuador y América Latina.

El precursor Quinteto América, tocando para el público quiteño. Fuente: Familia Luzuriaga.

A la memoria de Don Medardo.

Por Mauricio Galindo / @mgalindoc18 ‏

En 1979, los parlantes de radiolas y equipos de sonido high fidelity vibraron al ritmo de “tabaco, ron, tabaco, tabaco y ron”, canción de Los Hispanos, eternizada en la inconfundible voz de Rodolfo Aicardi. La mayoría de niños de esa generación asistían en tropel a las fiestas familiares, en las que invariablemente se zapateaba sobre pisos de tablón y baldosa, bajo la influencia alucinante de la cumbia.

La música tropical reinó entre 1950 y 1980. El son, el chachachá, el mambo aún se oían armoniosos, melódicos, elegantes. El baile era otra cosa. La salsa estaba en su mejor momento en 1970: mandaban la Fania de Willie Colón (el malo del Bronx), Ray Barreto, Rubén Blades, Cheo Feliciano y Héctor Lavoe, ‘La Voz’, entre otros grandes. La cumbia también reinó, insertándose en ese escenario cultural con su sabor y calidez que la hacían, y la hacen, tan o más cercana a los grandes públicos iberoamericanos.

Por sus relatos del campo, de las vivencias diarias, del deseo por una estudiante, del amor y desamor, del trabajo, del pescador (y de su piragua), del carbonero, del canto de los mirlos, se ha trasformado en compañera ideal de fiestas urbanas y rurales. La cumbia diluía esas distancias entre el centro y la periferia, entre lo citadino y lo agrario.   

Nacida en Colombia a inicios del siglo XX, en su cadencia sensual aglutinó ritmos negros, indígenas y mestizos. Primaron los bajos, que retumbaban en el lívido de los intérpretes y se transmitía a los frenéticos danzantes. Cientos de orquestas poblaron el tablado: Los Hispanos, Los Graduados, Pastor López y su grupo, La Típica. Muchas de ellas deleitan aún a sus devotos.

La Sonora Dinamita es, tal vez, la más renombrada de las orquestas colombianas a escala internacional. Su discografía es un clásico en cualquier reunión familiar o barrial, donde se disfruta al compás de Mi Cucu, Se me perdió la cadenita, Las brujas, A mover la colita, en las voces de Lucho Argaín, Margarita, ‘La Diosa de la Cumbia’, la India Meliyará o Fruko.

La cumbia se internacionalizó pronto y se afincó en Venezuela, Perú, Ecuador, Bolivia, que la tomaron como suya y la adoraron en las historias melódicas de Los Corraleros de Majagual, Los Tupamaros, Los Graduados, Juaneco y su Combo, y el Cuarteto Imperial. En Perú, por ejemplo, la cumbia se combinó con ritmos amazónicos y andinos, creando una mixtura conocida como cumbia andina, que cocinó sabrosos y rítmicos temas como La Danza del Petrolero, de Los Mirlos.

https://www.youtube.com/watch?v=vUm-8UBYRxo

La influencia de este género musical llegó también a Argentina, donde emergió una de sus más interesantes representaciones: Los Wawanco, fundados en la década de 1950, en la académica ciudad de La Plata. Su influencia ha llegado hasta nuestros días, con la cumbia gaucha o villera, nombre derivado de las villas, barrios suburbanos, donde la cumbia evolucionó desde la original versión cafetera, hacia nuevas formas y ritmos.

En 1960, la cumbia desembarcó en el gigante del norte, México, país mestizo que instituyó toda una cultura alrededor del género. El pegajoso ritmo se prestaba para los salones de baile y de citas, popularizándose de tal manera que, durante la década de 1970, incluso llegó al cine, donde se amalgamó con los argumentos del llamado ‘Cine de Ficheras’, que contaba historias en las que las prostitutas eran protagonistas. Esta fue la última etapa del grandioso cine de estudio de la industria azteca.

Los personajes se encontraban en la pista de baile al calor de una cumbia.

Pedro Navaja. Fuente: Ilustremos canciones.

En la versión cinematográfica de Pedro Navaja, llamada así por la canción de Rubén Blades, Pedro no definía los duelos con cuchillos. Él se batía en la pista de baile, donde le ganaba sus mujeres al ‘cumbias’, apodo que evoca lo importante del género en esta subcultura.

En Ecuador, la cumbia está tan arraigada que la creemos nuestra y la vivimos así. “Ritmo y sabor” versa una conocida emisora de radio quiteña todos los días, a las seis de la tarde, antes de transmitir en sus ondas hertzianas las inmortales melodías que nos transportan a la época en que toda fiesta colectiva giraba alrededor de este género. Ahora queda la tradición de que toda celebración de fin de año es con cumbia.

De la cumbia colombiana a Don Medardo

Mis recuerdos fiesteros datan de los ochentas, cuando la familia se enrumbaba a las pachangas del 31 de Diciembre. Rememoro el ajetreo propio del arreglo de las tres mujeres de casa: mi abuela, mi mamá y mi tía –las dos últimas colocándose los tacos a lo Farrah Fawcett en Los Ángeles de Charlie–, y el “ya vamos, que se hace tarde”, de mi abuelo. Luego salíamos desde la Dammer, en el Cóndor GP, a toda velocidad.

Llegábamos al caserón del tío Pepe, en la Benalcázar y Morales, en el centro de Quito. Los saludos, abrazos y de ahí el baile, junto a las notas del acordeón de Lisandro Mesa o a Las Caleñas, del frenético y elegante Píper Pimienta. El Cartero arrancaba aplausos y giros en el ya gastado lacado de la casa anfitriona. Luego, el LP de los 14 Cañonazos Bailables, volumen II.

Con sus multicolores trajes nuestros parientes mayores daban rienda suelta a sus habilidades, o evidenciaban sus limitaciones. No importaba. A las diez de la noche, la comida: lengua con salsa de maní, arroz verde y ensalada rusa, y un vaso de chicha.

Luego de la medianoche, los más pequeños nos colocábamos junto a la radiola. Nos tapaban con la leva del abuelo, del papá, del tío, la que estuviese a mano. En esos momentos, el baile era delirante pues empezaba el nuevo año.

Pero la cumbia no solo brilló en Año Nuevo. Las fiestas de bodas debían contar con una orquesta, y mejor aún si era Onda Latina o la del inmortal Don Medardo. ¡Pobre del matrimonio que no contase con una orquesta de peso para animarla! Don Medardo y sus Players, con la voz de Gustavo Velásquez, interpretaba un amplio repertorio de cumbias mix. Las fotos con una flamante Kodak de rollo instantáneo, del principio al fin de la velada, denotaban el paso de las cervezas, el whisky, el ron y el tabaco.

Ángel Medardo Luzuriaga ganó popularidad en los años ochentas. Fuente: Familia Luzuriaga.

La cumbia me era árida. Hoy la escucho con deleite cada vez que el tráfico de Quito me abruma. El Pescador de Barú, en la voz de barítono de Hernán Rojas, cantante de Los Wawancó, me afinca y acurruca en el pasado, cuando evoco los sonidos de la radiola Philips, acompañado por muchas personas que ya no están. Me coloca junto a mi amada tía Paola, quien tomaba mis manos entre las suyas –blancas, pequeñas y con las uñas siempre pintadas de rojo– y me decía: “Baile, mijito, baile que a las niñas eso les gusta”, y a lo lejos mi tío Héctor, bailando la cumbia como si fuera un saltashpa.

Repertorio de Azuquito. Fuente: Bullet Seven.

La cumbia tiene un puesto reservado en el escenario musical de la historia y su pasito se conservará por generaciones. Bienvenidos al futuro, que es a la vez el presente, nuestro presente. “¡Música, maestro!”, “¡Suenan Los Dukes!”, “Siga, siga, siga bailando, siga, siga, con Don Medardo”.