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Everardo González, un hijo de la crónica

Un periodista que deviene en documentalista en México no es personaje menor. Pero Everardo González es mucho más que un gran personaje: sus películas han sido capaces de reflejar –a través de historias cotidianas y particulares, a través de voces proscritas–  uno de los mayores dramas de la humanidad: la violencia. La humanidad en medio del crimen y toda contradicción sustancial de la vida humana son su materia prima.

Por Diego Cazar Baquero /@dieguitocazar

Desde el fotoperiodismo hacia el cine documental, atravesando el agreste México de la violencia, la migra y el narcotráfico, Everardo González se erige como una de las voces más contundentes del género documental visto como una crónica visual del mundo contemporáneo.

La voz de Everardo suena bajo, casi en las frecuencias del susurro, como si quisiera apaciguar estallidos y contar secretos mientras alguien más limpia la última mancha de sangre sobre las baldosas. Everardo es un hijo de la crónica de largo aliento. Sus películas capturan las voces de «los imposibilitados», como él llama a los seres anónimos de esta vida actual, pero no buscan mimetizarse con ellos. La cámara canturrea y brinda pulque con los bebedores, palmotea a los ladrones y a los asesinos para luego intercambiar infidencias, la cámara sabe callar y escuchar para mirar mejor.

En mayo, durante el festival de cine documental Encuentros del Otro Cine (EDOC), que tuvo lugar en Quito, Guayaquil y Cotacachi, Everardo González charló con nosotros, brindó también y contó mucho sobre su oficio, su obra y su país.

¿Cómo vives la relación con el periodismo desde el oficio de documentalista?

Yo creo que a mí me formó la idea de la no ficción. El acercamiento a la realidad que tuvo Truman Capote, Riszard Kapuscinski, Gay Talese, en la entrevista, uno de los íconos para mí fue Oriana Falacci, Alma Guillermoprieto, Juan Villoro, los cronistas, herederos de todo eso. Entonces, muy rápido encontré en su trabajo una metodología para aplicarla a mi propio trabajo que parte del periodismo narrativo, de esta interpretación de la realidad, de esta parcialización de la realidad también, de la construcción de historias, que ayuda a que se sientan los contextos, no solo a que se entiendan. Le debo mucho a una generación grande, que es mucho mi generación de periodistas en México frente a esta imposibilidad de permanecer que hoy te dan los medios. Por ejemplo, a mí me gusta mucho lo que escriben los cubanos en El Estornudo, o lo que escriben los españoles en Frontera D o lo que escriben los salvadoreños en El Faro. Son los medios a los que yo me apego, entonces he aprendido un poco de ellos, de su oficio. No puedo compararme con ellos porque ellos lo ejercen en el día a día, pero sí me inspiran, por supuesto.

El periodismo tiene esa característica que nos convierte en voyeristas y tú –según lo has dicho– te consideras un voyer en tu trabajo. ¿Cuál es tu límite cuando llegas a hurgar en la vida de los otros?

Tengo que respetar las reglas y los límites que los otros me imponen. Cada persona y cada proyecto te van imponiendo límites distintos. Hay algunos simples, como: no filmes a mi familia, o No quiero hablar de tal o cual tema, o Está bien, pero no puedes entrar a mi casa. Yo creo que hay que tener como premisa que nuestro trabajo no merece lastimar al otro. Por eso no hago mucho documental de denuncia aunque en el contexto la denuncia exista. No me considero juez ni un procurador de justicia. Procuro acercarme sin muchos juicios, sin imponer mi idea del mundo al otro sino tratando de ser el registro más fiel posible de cómo el otro ve las cosas.

México, triste y afortunadamente y esa es la paradoja, ofrece al periodismo una materia prima increíble. Lo que tú has abordado lo has hecho desde voces no oficiales. Trabajos como Los ladrones viejos o La canción del pulque abordan a esos seres que normalmente son tratados como colaterales, secundarios o que ni siquiera son tratados. ¿Por qué aproximarte a la realidad a través de la gente de a pie? 

Pues, porque hay algo que me identifica con ellos. Hay algo que a mí me gusta mucho de aquel que está imposibilitado de ejercer el poder. Creo que el documentalismo en países como México está obligado a tener una posición política y social y tiene un compromiso con esa realidad. La riqueza de México se debe a lo no oficial y también a los grandes conflictos. Entonces, me gusta mucho escuchar a aquellos que a veces no tienen opciones y que cruzan límites orillados por las condiciones que los rodean y que asumen las decisiones que tomaron. No me gusta la mojigatería y es en los universos de los invisibles donde la mojigatería no tiene cabida. Donde simplemente se vive con lo que se puede, con lo que se debe, y las decisiones responden a condiciones muy adversas. Me gusta el ser humano que pelea por sobrevivir, que está permanentemente enfrentando la imposibilidad.

¿Cuál es tu idea del poder? 

El poder está muy relacionado con el sometimiento. En estos ciudadanos que yo retrato hay un ejercicio de poder. Esa idea del poder para hacer el bien no sé si exista. Yo veo el ejercicio del poder como un ejercicio de sometimiento aunque la causa sea justa.

¿Esta comprensión del poder no te ha revelado ciertas evidentes injusticias estructurales que son insalvables?

Sí, claro, ¡Tal cual, insalvables! Eso ocurre justamente por el ejercicio del poder. Siempre habrá en las sociedades alguien que somete y alguien sometido. Es parte de la condición humana y eso genera brechas inmensas de desigualdad. Me gusta cuando te refieres a lo insalvable porque es casi utópico pensar que esto cambiará y que nos volveremos más justos.

Hay documentalistas que intervienen abiertamente en la realidad, otros son más observacionales, contemplativos, experimentales. ¿Cuál es tu personal responsabilidad como documentalista frente a esta realidad insalvable? Suenas desesperanzador… 

Sí. O realista. Yo soy de la idea de que cada proyecto va pidiendo su propio estilo. Para mí este es un ejercicio de improvisación permanente. Nunca he tenido una película que termine siendo lo que yo quería que fuera porque el compromiso es con lo que se obtuvo. Lo que te lleva a tocar ciertos temas tiene que ver con los compromisos sociales que uno asume, compromisos con la realidad. Pero una vez que la película está filmada el compromiso es con la obra, no necesariamente con la realidad que se retrató. Sin una no existe la otra. Yo entro a esto con la voluntad de hacer una película, si no fuera así haría activismo. Le pongo mucho compromiso a la obra porque si esa obra no conecta con un espectador, el retrato de la realidad no tiene sentido. Entonces, no me sale siempre, pero tengo ese deseo de que mis películas sean vistas.

El código deontológico del periodismo no se puede violar, más allá de que trabajes experimentalmente en el arte. ¿Cuáles son los principios fundamentales que guían tu trabajo? 

Entender que, a diferencia de lo que se cree, la única verdad posible es la que está proyectada en la pantalla. Creo mucho en la subjetividad, en la mirada parcial de las cosas y en el punto de vista del autor, en dónde se posiciona para ver la realidad que va a retratar. Por supuesto que hay proyectos como La libertad del diablo o El paso, que dependen más de una base sólida de lo verdadero. Hay otros que no necesariamente, porque pueden vivir más de la lírica y se pueden permitir ejercicios mucho más de la lírica. Entonces trato de entender dónde está el concepto de verdad posicionado, cuál es la necesidad de acercarte a ese absoluto que es la verdad pero creyendo fielmente en la parcialidad, en la subjetividad, en la interpretación, en la construcción. La realidad es inasible. Lo que tú ves como realidad no es lo que yo veo como realidad. Por eso no comulgo mucho con el cine militante, que tiene otra razón de ser, como empujar una idea o promover una causa. Porque para mí esas son camisas de fuerza en el ejercicio de libertad que pide un proceso creativo.

¿Cuál crees que es la diferencia entre hacer cine documental y hacer cine? 

Bueno, no sé si todos los documentales sean cine. Yo no creo que la antropología visual sea cine, porque tiene una razón de ser distinta a las artes. Una razón de ser más científica. No creo que el documental de divulgación sea cine. Tampoco creo que el documental ideológico sea necesariamente cine. Creo que se parte de la idea de lo que es el arte: una voz autoral que utiliza artificios del cine como la construcción narrativa, la imagen, la generación de atmósferas por el sonido, el montaje.

Es decir, el cine como herramienta.

Sí. Se vuelve una herramienta. Exactamente. Entonces no creo que todo documental sea cine. Pero creo que el documental que yo hago sí, por la formación que tengo, por los colaboradores con quienes trabajo, que tienen preocupaciones más pegadas a la estética, a la tecnología, a la filosofía de la imagen, y que no necesariamente corresponden a disertaciones sobre la realidad, que es la materia prima del documental. Ahora, creo que hay una gran diferencia entre hacer documental y hacer ficción: en el documental, la vida que se retrata continúa después de los créditos, y ese ser humano que fue filmado padece lo que se ha retratado aun después de los créditos. La vida sigue. El documental es el registro de un instante.

América Latina ha sido construida a través de la crónica, de los cronistas, sin embargo, en el periodismo, se relegó durante muchos años a la crónica. Con el nacimiento de medios digitales como El Faro, en El Salvador, en 1998, parece ser que el periodismo latinoamericano volvió la mirada a ese origen y a esa necesidad de narrarnos.

Sí. Es esa rendija que la crisis del periodismo le permitió al latinoamericano. Hoy es muy difícil que uno siga a un periódico por la ideología. Uno lo que sigue son plumas, incluso en periódicos con los que uno no comulga editorialmente. Y no es casual que hoy las plumas más interesantes estén en los espacios independientes, de autogestión, en blogs, en medios como El Faro, Gatopardo, Nuestra Aparente Rendición, El Estornudo, porque estos son los medios que encuentran aquellos que no lograron cobijo. Hablo de los de mi generación hasta los que tienen hoy 20 años. Somos los no pensionados, los que no tenemos historial en las empresas, somos quienes no tenemos todos los beneficios que la institucional del pasado daba a sus trabajadores. Hablando de México, yo me siento muy halagado cuando se me considera parte de ese movimiento porque tengo mucho respeto a cómo se construyó la historia de México desde Bernal Díaz del Castillo pasando por Miguel León Portilla, Carlos Monisváis, el propio (Juan) Villoro, pero también los hermanos Mayo, los hermanos Alva, los hermanos (Agustín y Miguel) Casasola, todos aquellos que construyeron, a partir de la crónica visual y la crónica escrita, la identidad que tenemos como nación o como territorio. Me gusta saberme heredero de ellos y lo digo sin arrogancia.

¿Octavio Paz?

Por supuesto, Paz y todo el grupo Vuelta, aunque se pelearan, todos ellos son quienes nos dijeron que la crónica valía la pena. Valía la pena contar las historias y no quedarse tan solo en el plano informativo.

¿Tú te consideras un cronista visual, entonces?

Sí, me considero eso más que un cineasta. De hecho, comulgo más con la gente que se asume como cronista que con quien se asume como cineasta.

Octavio Paz, en El laberinto de la soledad, dijo que México no tiene hombres y mujeres, sino que tiene solo hombres, “hombres a secas y a solas”. ¿En tus documentales has mostrado esa premisa? 

Pues sí, porque es el origen que yo tengo y es lo que veo en la realidad. A veces he sido muy criticado de que mi cine es muy masculino, de que hablo mucho de los hombres. Quizá porque yo también conozco lo que es padecer el ser hombre. Y sé que esto va muy a contracorriente de lo que sucede hoy en día, pero son preocupaciones genuinas que tengo. Cuates de Australia es una película que habla casi enteramente de eso: la parte que le corresponde a uno por haber nacido varón, cómo el entorno te condiciona y hace que construyamos y formemos parte de sociedades sexistas, desiguales. Pero eso tiene un porqué, y yo sí creo en la interpretación del espectador, en que una película le detone más preguntas que respuestas sobre este gran problema del que Octavio Paz habla, que es el no rajarse. 

Tus películas retratan la violencia pero también abordan la sicología actual del mexicano –como en su tiempo lo hizo Roger Bartra en su libro Anatomía del mexicano, recopilando relatos de varios autores. Tú registras un tiempo histórico en tus documentales y también un universo de identidades contemporáneas. ¿Qué crees que se viene en el México de hoy y en el de mañana? 

Creo que va a crecer la división. Creo que vamos a enfrentar una confusión fuerte, vamos a formar parte de las sociedades hiperpolarizadas, pero también veo una movilización de la sociedad civil que es muy esperanzadora. Yo tengo la bendición de tener un hijo adolescente y leo en él conceptos que son difíciles de comprender para mí como la equidad. Ellos ya no lo discuten.

¿Lo tienen naturalizado?

Sí. La equidad está naturalizada, en el primer grado de su secundaria hay un grupo de niñas feministas. Entonces se va construyendo una identidad que puede llegar más justa, en un escenario que puede llegar a ser muy polarizado. Aunque suene a lugar común, veo en esa generación muchos de los resultados de las reivindicaciones por las que otras personas pelearon. El día en que estos chicos tengan la posibilidad de asumir cargos o discutir los rumbos de las sociedades, pues vendrán con conceptos de mucha más justicia que aquellos con los que creció una generación como la mía.

México tiene una historia extensa e intensa con respecto al narcotráfico, al crimen organizado, con causas y consecuencias como la migración, la marginación, la pobreza, la informalidad y la misma delincuencia…

La exclusión, la negación de derechos… 

Sí. Entonces, con esa experiencia que implica el ser mexicano, ¿qué puedes decirnos a los ecuatorianos –que acabamos de descubrir que hemos vivido hace ya años insertos en la llamada Red Global del Crimen– sobre cómo debemos interpretar este tiempo que estamos ahora viviendo?

Yo creo que la prensa tiene mucha responsabilidad, porque es la prensa la que debe romper burbujas, la que debe cuestionar. El sentido crítico que el ejercicio del periodismo empiece a tener va a ser el que le dirá al ciudadano que lo que creía que era una isla de paz no lo era, o estaba construida sobre una ilusión de negociaciones y pactos. Cuando los pactos y negociaciones se rompieron con los cambios de gobierno, lo que se abre es una caja de pandora. Eso es lo que pasó en México. El fenómeno de violencia tan brutal que vivimos hoy en México es consecuencia de la transición democrática, en un poder hegemónico que se rompió cambiaron los jefes, los mandos, y cambiaron los intereses también.

Y había deudas que pagar y deudas que cobrar… 

Exactamente. Por eso es que México entró en una guerra, en un estado de sitio, por algo que se cree que es bueno, es decir, la transición democrática. Ese es el riesgo de perpetuar a las personalidades en el poder, porque se generan cultos a la personalidad, no a las ideas. Cuando esas personas se van, lo que se acaba son los pactos con las personas. Por eso, me parece que en el periodismo está la mirada crítica y esto que sucedió en la frontera con Colombia no debe ser pasado por alto. Da miedo investigar las razones que llevaron a los primeros asesinatos de periodistas en este país pero creo que vale la pena mirar la experiencia mexicana para acercarse al ejercicio de comunicarle al otro que la idea de un país en el que no pasa nada es una falsedad.

En el foro que el Festival Encuentros del Otro Cine 2018 organizó en Flacso Cine, luego de la proyección de tu película El Paso, tú hablaste también sobre la responsabilidad de los gremios del periodismo. ¿Qué es lo que deben hacer?

Ustedes necesitan conocerse. Necesitan sentarse a tomar unos tragos, a tratar de ver cómo en grupo empiezan a protegerse, a establecer redes de seguridad, cómo compartir protocolos de seguridad para la cobertura de ciertos temas, cómo lograr presión frente a los editores o a los dueños de los medios para que no se mantenga esta condición del periodismo en donde el dueño del medio solo ve por intereses económicos, el editor solo ve por intereses del dueño, y el periodista cree que ve por la sociedad.

A veces el periodista tiene que velar por un sueldo con que mantener a su familias, ¿no?

Bueno, sí, cuando se cuestiona la posibilidad de corrupción de un periodista no se mira los sueldos de hambre con los que vive un periodista. Para eso sirven los gremios. No se trata de levantar una revolución, se trata de exigir condiciones.

Dicho esto, ¿qué es el periodismo para ti?

Pues, es el vocero del mundo. 

¿Qué es la música?

¡Uy, el remanso!

¿La mujer?

¡Es la madre, cabrón! 

¿La Malinche o la Virgen de Guadalupe? 

No, la Malinche. Es mucho más osada. La más cuestionada. La traidora, dicen, ¡pero no lo es, cabrón!

¿Qué es para ti la muerte, mexicano? 

Es la identidad completa.

¿La fotografia?

El divertimento.

¿La literatura?

Pues, es la meditación.

¿El padre?

¿El padre? Para mí es el ejemplo.

¿Te consideras un ejemplo de padre?

Espero que sí, ca… (risas)

¿La religión? 

El contenedor de frustraciones y de furia. No necesariamente el opio, el contenedor del mito.

¿Y qué es para ti México?

Una idea bien construida.