Por Luis Fernando Fonseca / @LuifinoFonseca

Jorge Martínez se impacienta y es notorio por la gesticulación de sus manos cuando habla. Ha dormido poco –confiesa al teléfono– y casi descarta volver a su cama de hotel en Quito porque hay que conectar las guitarras, probarlas, hacer que todo esté bien para el concierto de esta noche. Han pasado tan solo unas horas de su presentación en Cuenca y el sábado 9 de marzo un sol inclemente vuelve inofensiva a la brisa de los pasillos del lugar que ostenta cinco estrellas y al que suelen llegar políticos y futbolistas. La de Jorge es una preocupación auténtica, involuntaria, que se dejará ver cada tanto, cuando dé instrucciones –sobre las tablas– al resto de músicos en Ilegales.

Reapareció en las páginas de diarios y revistas del país desde fines de enero, luego de hacer una ‘gira de medios’ en las dos ciudades que acogieron la primera parte de su Rebelión tour, que lleva el nombre de su más reciente disco. Es la obra rabiosa de un músico que ha sobrepasado los sesenta años y cuyo bajista, Willy Vijande, contó –en el documental Mi vida entre las hormigas– que Ecuador hizo de Ilegales una banda rodeada de fanáticos que no habían imaginado siquiera en España —Fans que deliran como si sus shows fueran el principio del fin, los reciben en aeropuertos, forman clubes y hacen filas para que les firmen autógrafos.

Ilegales desata un delirio que ha motivado a los productores a montar cuatro de sus conciertos este año –dos en marzo y otro par en mayo– en grandes recintos nacionales mientras otros músicos padecen ausencias repetidas. La fila en los alrededores de la Casa de la Cultura devela que a su Ágora llegarán algo más de cuatro mil personas, algunos con una ebriedad que exhibe su alegría y otros con el latente recuerdo de visitas pasadas. El debut en estas tierras del grupo asturiano fue en 1987 y –pese a la censura de la que fue blanco en ese entonces– ha labrado la historia de un par de generaciones con el ímpetu que ya quisieran tener otros nombres del género.

En el graderío del Ágora hay una audiencia que empieza a calentarse con el grupo local, Luis Rueda se planta en el escenario con actitud de quien trae a sus espaldas más de tres décadas en la escena, sin la inseguridad del telonero que da la bienvenida, sino con el desparpajo de quien quiere decir un par de cosas entre cada canción. Los asistentes corean sus canciones con aire nostálgico, frente a una pantalla que ilustra de forma psicodélica y oportuna cada letra, y las notas del pasacalle El Chulla Quiteño en medio de La Mala Reputación terminan con una explosión de aplausos. El guitarrista guayaquileño ya había compartido escenario con Ilegales en Cuenca, un día antes, y –hace siete años– en la capital, en Ambato y en el puerto del que proviene. Ahora, no estuvo anunciado en los carteles del show, pero abrió el telón como se debe.

Tras la valla que divide a los espectadores de las localidades Box (pista) y VIP (inicio del graderío) un grupo de guayaquileños –mujeres de jeans ceñidos y pelo teñido en su mayoría– mira a Los Toreros Muertos luego de una introducción clásica, esperando el par de temas que pide a gritos su memoria. El cuarteto presenta su Estruendo Folklórico y a nadie parece incomodarle que en ese disco fusionen punk con pasodoble, mambo y más ritmos que los estelares han calificado de detestables.

La puesta en escena de Los Toreros… es una fiesta en que la música lucha por escapar del segundo plano, tras el histrionismo y humoradas del cantante y actor Pablo Carbonell, a quien –al igual que a mí, que no soy su fan– le molesta un poco la insistencia de la primera fila de que toque el par de temas suyos más conocidos.

—¿Qué?, ¿que no te llamas Javier?  —le dice con ironía a un oyente— Pues yo tampoco; mucho gusto.

El regreso de este grupo a Ecuador no motivó a muchos de quienes vinieron a ponerle atención a su pasado. Un desinterés que se repetirá con Ilegales, pues al menos el grupo de guayaquileñas VIP se queja de que la banda no toque los temas que conocen, como si de banda del recuerdo se tratase. Esta actitud es reforzada por la maquinaria de propaganda encargada de difundir los conciertos actuales: la pretensión influencer de un par de usuarios empedernidos de Facebook ha remplazado a las pautas en los medios de comunicación llamados tradicionales. Que Martínez haya sido entrevistado por unos fue menos una idea de los organizadores locales que de su productora a escala internacional y del propio músico, a quien no le faltan argumentos, y que suele hacer estallar las plataformas donde aparece, casi burlándose de las buenas intenciones de quienes se limitan al frío marketing, siempre esquivo a la crítica y a cosas que a él mismo le gustaría ver y leer.

“Si no hay odio, no hay rock and roll”

El bajista Willy Vijande será el primero en caminar a través del escenario, hacia un costado en que lo sorprenderán los aplausos de recibimiento tras sus gafas negras y bajo su calva prominente. Han transcurrido 35 años desde que visitó Ecuador, en el debut de unos Ilegales cuya actitud punk les precedía. El inicio de una historia que continuó Jorge, otro calvo coleccionista, admirador confeso de Elvis Presley y The Beatles –de quienes ha llegado a hacer una versión, I Should Have Known Better– y que ahora se muestra encantado de escuchar a compositores como David Holmes o Steven Wilson con una consigna: el rock está para quedarse.

Foto: Christian Arturo Benavides.

El arranque del concierto tiene al teclado Roland de Mike Vergara –que también se hace cargo de la guitarra rítmica en ciertos pasajes– interpretando Dance of the Knights, de Sergei Prokofiev, como fondo de los versos: “El médico dice que todo va bien. / No hay que internarme, / no hay peligro ni mal. / Pero estando solo / alguna vez / me entran ganas de matar a mamá…”. Un fragmento de la canción Stick de hockey cantada con más ímpetu que la original. Le sigue No Tanta, Tonto, una advertencia sin exageraciones ni moralismos contra el abuso de drogas en que la batería de Jaime Beláustegui marca el paso del tiempo de una forma que recuerda a temas como Voy al bar, que llegará más adelante.

Rebelión (La Casa del Misterio, 2018) es un disco de 29 minutos para cuya composición Martínez se fijó en los moldes que había en los discos de mediados del siglo pasado. “Esos con canciones muy cortas aunque menos pesadas, con menos hierro”, y que se distinguen de la primera de sus placas –Ilegales, 1982– por saber conjugar su guitarra cortante de siempre con un teclado que alimenta pasajes tan melodiosos como el de El Bosque Fragante y Sombrío, que recuerdan sus instrumentales dispersos en otras épocas o a El Corazón es un Animal Extraño (Avispa, 1995).

Al segundo tema completo de la noche lo antecede un saludo que extiende la épica de la banda en estas tierras, y Jorge Ilegal reitera que quienes ya los habían visto antes saben de qué va lo que harán sobre el escenario, mientras que a los principiantes les da la bienvenida al “día del Fin del mundo” para rasgar sus cuerdas al ritmo de ¡Hola Mamoncete!

Para Agotados de esperar el fin –coreada por una asistencia que ha pintado de negro el auditorio, bajo su lona blanca y desgastada– el guitarrista reiteró que sus opciones de vida no están entre vivir en un nostálgico pasado o prometedor futuro sino en la mezcla de ambos que es el presente ilegal. Esta pieza, al igual que Destruye fue recogida en el soundtrack de la película Sin otoño, sin primavera (Iván Mora Manzano, 2012), que retrata el pasado guayaco con un aire sepia que evoca la manera en que el escritor quiteño Paul Hermann describió a la banda que nos ocupa hace algunos años:

“La gente se concentró en sus vicios y su rudeza y, muchas veces, pasó por alto la profundidad de sus canciones que no pudieron escucharse totalmente en vivo y que por los años de los acetatos fueron, como casi todo en nuestro país, difíciles de conseguir” (Los hombres duros sí bailan, Revista Cartón Piedra, 2014).

Foto: Christian Arturo Benavides.

Aunque Martínez no pudo saltarse la prohibición de tocar la canción Eres una puta, en 1987, esta vez preparó a sus oyentes para ese tema reivindicando la crudeza de Me gusta como hueles, a la que unió con otro himno de su inofensiva misoginia: Regreso al sexo químicamente puro. Cuando lo conocí este año, el artista ponía como blanco de sus críticas a la española ‘Ley Mordaza’ que ha impedido la difusión de ciertas opiniones, pero que no logra cercar al rock y sus mensajes.

—Con el ambiente de hipersensibilidad que hay ahora, no me sorprendería que viniera algún defensor de los animales a decirme que no llame ‘caballo’ a la heroína porque eso ofende a los animales —decía con una camiseta de la revista satírica Mongolia—; joder, es que hoy se ofenden por todo; sé que se trata de la peor droga que hay, mató a muchos de mis amigos, pero es peor andar diciéndole a la gente qué le está permitido decir o hacer y qué no”.

El compositor –obsesionado con que su mensaje se entienda entre cada nota– también ha dicho que el sonido debe ser muy, muy malo para que un concierto de Ilegales se estropee y la amplificación en escenario y exteriores le da pelea. “Les estamos dando caña de cojones, tengo muchos agudos y saltan las trompetas, suenas a veces y otras no”, suelta sobre los samplers antes de tocar Suena en los clubs un blues secreto, en la cual las teclas emulan el sonido del saxofón, una impostura que haría extrañar ese instrumento más adelante, en Ángel exterminador.

Ya en los oídos de quienes estaban al final del Ágora, como era predecible, las tesituras de sus canciones no podían apreciarse del todo. Los rebotes sonoros (reflexiones) van de tres a cinco segundos en el lugar, que requiere la emisión de 100 a 110 decibeles para menguarlos solo cuando el auditorio se llena. Vacío, es una caja de resonancia inútil para un concierto. Hasta Todo lo que digáis que somos Jorge se ocupó de la forma en que Mike afrontaba los temas y solo pareció estar satisfecho al finalizar El norte está lleno de frío, de la cual los locales Chancro Duro han hecho una versión grindcore, tal como ocurrió cuando Bestia, bestia fue reinterpretada en el hardcore de Mortal Decision. Ambas presentes en el setlist.

—Asumimos la obligación de regresar a un lugar con mejor acústica— escribiría el cantante unos días después.

Foto: Christian Arturo Benavides.

La forma en que se articula el cuarteto es irrebatible en los desenfadados coros de El Demonio. Y en Suicida, otra provocación, un par de cámaras subieron al escenario para hacer el registro de su estreno en auditorios locales. El interludio de Destruye, en cuyo coro las vallas casi son derribadas, fue momento para presentar a la banda y recordar a Alejandro Blanco, el bajista fallecido en 2016.

—Por los que están y los que no —brindó Martínez antes de decir que se parece a muchos de quienes lo miramos–; soy un hombre que lucha consigo mismo y a veces… pierde.

(Una de sus afrentas recientes es la de Mi amigo Omar, dedicada a un homosexual que ‘no se excluye en guetos por ser diferente’. Yo empiezo a dudar en llamarlo bukowskiano –algo que hizo Hermann al reseñar las temáticas violentas, sexuales, escabrosas que trata– cuando recuerdo la parte de la entrevista en que me dice que American Psycho –de Bret Easton Ellis– le parece una porquería nada comparable con lo revolucionario que es El Llano en llamas –de Juan Rulfo–. Pero esas son divagaciones)

Entre sus seguidores de siempre hubo quienes compararon al actual cuarteto con el trío ilegal que llenó el Palacio de Cristal de El Teleférico en 2011, cuando la banda se despedía de los escenarios porque su líder incursionaba en Los Magníficos, grupo que exploró incluso el bolero. Pero la presentación –que repetirán en Guayaquil el 16 de mayo y en Ibarra dos días después– fue más que correcta. Lúcida, con sus camisas blanquinegras y la rabia no siempre contenida. Fue todo ganancia, como resumió una frase de Jorge al final:

—¿Sabéis cuándo volverán a ver a un grupo que toque 36 canciones con energía?… ¡Nunca!”//

Las 36 canciones Ilegales:

    • Intro (La Danza de los Caballeros, de Sergei Prokofiev) – Fragmento de Stick de Hockey
    • No Tanta, Tonto
    • Hola, Mamoncete
    • Agotados de Esperar el Fin
    • Ella Saltó por la Ventana
    • Suena en los Clubs un Blues Secreto
    • Todo lo que Digáis que Somos
    • Voy al Bar
    • El Norte Está Lleno de Frío
    • Enamorados de Varsovia
    • El Bosque Fragante y Sombrío
    • Chicos Pálidos para la Máquina
    • Con la niebla
    • Yo soy quien Espía los Juegos de los Niños
    • Hombre solitario
    • Si la Muerte me Mira de Frente
    • Ángel Exterminador
    • Hacer Mucho Ruido
    • Mi Amigo Omar
    • El Demonio
    • Regreso al Sexo Químicamente Puro
    • Me Gusta Como Hueles
    • Suicida
    • La Casa del Misterio
    • Mundo Carapijo
    • Eres una Puta
    • Si no Luchas te Matas
    • Soy un macarra
    • Tiempos nuevos, tiempos salvajes
    • Dextroanfetamina
    • Bestia, bestia
    • Los chicos desconfían
    • Hombre solitario
    • Problema sexual
    • Destruye
    • La Chica del Club de Golf
    • Odio los pasodobles