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El Agujero negro en el que nos miramos

Después de su recorrido en importantes festivales internacionales, Agujero negro –segunda película del ecuatoriano Diego Araujo– llegó a las salas de cine comercial desde el 7 de septiembre en Quito, Guayaquil, Manta, Portoviejo y Cuenca, y partir del 21 de septiembre en Machala.

Por Carla Larrea Sánchez

(El siguiente texto puede tener spoilers)

Los postulados más clásicos sobre la función del arte en una sociedad apelan a un espejo, a un registro, casi a una radiografía de qué individuos somos y acerca de cómo construimos las relaciones entre nosotros y con nuestros entornos inmediatos. El arte como reflejo y, en esa medida, el cine como espejo.

Agujero Negro es el último estreno cinematográfico local. Dirigida por Diego Araujo y producida por Hanne-Lovise Skartveit –dupleta que se dio a conocer con su ópera prima Feriado–, esta película tuvo un proceso de creación mucho más rápido que lo habitual: “Es una película que empezó con veinte páginas de guion, diecinueve días de rodaje y un año y medio después la estrenamos”, cuenta su director.

El filme tuvo su premiere en el Bafici (Buenos Aires Festival Internacional de Cine Independiente) en Argentina. Su estreno en Ecuador fue en el Festival Latinoamericano de Cine de Quito (FLACQ), en el que recibió el premio del público. Su estreno en Norteamérica fue en la sección Focus on World Cinema del Montreal World Film Festival, en Canadá, y su estreno en Estados Unidos en el Latin American Film Festival del American Film Institute, en Washington.

Esta película fue escrita en conjunto por su director y su productora y, replicando métodos de dirección que usaban directores como John Cassevettes y Sidney Lumet, el dúo creativo invitó a los actores protagonistas de esta historia a desarrollar improvisaciones a partir de aquellas veinte páginas y a ser parte del proceso de construcción de la narración desde la investigación de sus personajes y las relaciones que exploraron entre ellos antes de filmar. Víctor Arauz, Daniela Roepke, Marla Garzón y Alejandro Fajardo fueron los actores que dieron vida a esta historia.

A partir de experimentar esta estrategia de trabajo, en palabras de Araujo, el resultado es una película creada en conjunto, en comunidad, que cuenta la historia de Víctor, un escritor que alguna vez fue una promesa literaria y que recibe la noticia de que Marcela, su pareja, está embarazada. Los futuros padres deciden que Víctor termine de escribir su siguiente novela mientras Marcela se hace cargo de los gastos del hogar. Se mudan a una urbanización amurallada donde Víctor conoce a Valentina, su vecina adolescente por la que, poco a poco, desarrolla una obsesión y él parece hundirse en un agujero del cual no logra salir.

Este relato cinematográfico está contado a través de un lenguaje fresco, propositivo, que incluye en su estética el blanco y negro, el formato 4:3 (no tan habitual en la pantalla grande, pues responde a la estética de televisión análoga), planos largos y sin cortes –que muestran las relaciones entre los personajes y están al servicio de la puesta en escena y del trabajo actoral–, música original, que refuerza y fortalece el tono cómico que maneja la narración.L

La propuesta es arriesgada y da cuenta de una visión clara y contundente del director, quien pudo transmitir eso a su equipo para cristalizar una película de gran factura estética con poco dinero.

Sin embargo, a diferencia de  los aspectos técnicos y de lenguaje cinematográfico, la historia y los personajes se sostienen en estereotipos del amor romántico y de roles de género. Víctor, el personaje principal, un genio frustrado, tiene a su lado a una mujer aparentemente autónoma que lo apoya incondicionalmente a pesar de que él no lo haga de vuelta porque vive obsesionado con su trabajo y con su necesidad de reconocimiento. Es un personaje que responde a la imagen de los grandes genios de la historia del arte: Picasso, Dalí o Hitchcock, todos ellos apasionados por su trabajo a tal punto que su ego no les permite concebir el mundo más allá de sus obras, extensiones de sí mismos. Detrás de ellos están mujeres que, con su apoyo incondicional, se han puesto al servicio de las ambiciones de su pareja. Mujeres que han decidido quedarse en relaciones en las que la idea de que el amor lo puede todo se vuelve una especie de dogma, para quienes tener una relación estable es sinónimo de éxito, realización personal y validación social.

La mujer detrás de Víctor es Marcela, una diseñadora que decide trabajar para conseguir dinero mientras su esposo culmina su proceso creativo.

En Agujero negro, Víctor se obsesiona con Valentina, una adolescente libre y espontánea que ve en Víctor a un hombre común. Como Nabokov retrató a su Lolita, en Valentina habitan la inocencia y la sensualidad, una tentación ante la que es imposible no sucumbir. El genio frustrado reconoce en una adolescente de dieciséis años su necesidad de vitalidad y desde allí es que ella se convierte en el objeto de su deseo. Víctor es celoso, posesivo, invasivo, mentiroso. Posee todas las características de un posible violentador, de un hombre que construye relaciones tóxicas basadas en la idea de ese amor romántico. Es un personaje patético, lleno de defectos que reconocemos y de los que nos reímos –como nos propone el director de la película–, respetando una de las características fundamentales de la comedia como género narrativo. Al final, a este personaje le perdonamos todo después de que con dos palabras se arrepiente. Ante la promesa de que el amor lo puede todo, hacemos lo que hace Marcela: le creemos y nos olvidamos de todo aquello de lo que nos reímos pero nos incomoda. Y para él, la historia tiene un final feliz. El genio se queda con la mujer que lo mira en su pedestal, con la que lo reconoce como tal y no con la adolescente que lo cuestiona y mira desde un lugar horizontal, reconociéndolo como su igual.

El cine mantiene un vínculo muy estrecho con los espectadores. La conexión con el público es intrínseca en un mundo donde la mayor parte de la información que recibimos llega a través de imágenes. Y Ecuador ha ido construyendo su identidad a través de las pantallas desde la creación del Consejo Nacional de Cine, ahora Instituto de Cine y Creación Audiovisual (ICCA). Si bien la producción cinematográfica local no ha llegado a desarrollarse a nivel industrial, hemos atestiguado un notable crecimiento. Hemos sido testigos de películas que nos han retratado a través de historias diferentes con distintas apuestas estéticas, una realidad que hace veinte o treinta años era casi impensable.

El amor romántico es la abnegación de una y las promesas de cambio del otro. Agujero negro nos invita a mirarnos en un espejo y a reconocernos, pero también hace que nos preguntemos quién sostiene el espejo y desde dónde.