Por Damián De la Torre Ayora  / @damiandelator

La literatura como el auxilio frente al exilio. La escritura como el chirrido de la represión que escapa desde la válvula de una olla de presión. La palabra como herramienta para revelarse, porque la palabra es resistencia. Con estas breves ideas podría resumirse el trabajo de la escritora uruguaya Cristina Peri Rossi (Montevideo, 1941), pero esta síntesis resultaría insuficiente, realmente, para abarcar un universo por el cual fue merecedora del Premio Cervantes en 2021, el galardón que equivale al Nobel de lengua española.

Nocturno urbano. Relatos y poemas (Fondo de Cultura Económica, 2022) es la más reciente publicación sobre la obra de la autora. Se trata de una selección de sus cuentos pertenecientes a Cosmoagonías y los poemas que construyen Habitación de hotel, líneas y versos que se transforman en un farol en medio de la noche, en una luz artificial pero artífice para encandilar la oscuridad que nos habita. Y es que cada relato y poema se constituyen en una sombra que persigue, que no se despega de los rincones exteriores e interiores de nuestra existencia.

Cristina Peri Rossi

Antes de recorrer este libro, resulta necesario entender el momento en que deambula Peri Rossi cuando hace del cosmos una agonía para guarecer en las moradas de sus letras. El exilio es la mochila con que migra de su Uruguay natal en los 70’, lo hace al igual que casi 400.000 de sus compatriotas que se percatan de que una dictadura es la peor de las condenas. Si bien arriba a los años del ocaso franquista, y así el destino la lleve a ese territorio de aguante que se llama Barcelona, el eslabón de la represión no la suelta, por lo que el afamado cronopio Julio Cortázar le ayudó a huir a Francia, donde permaneció por unos años hasta volver a España ya despojada de su nacionalidad uruguaya, la cual recuperaría a mediados de los 80’.

Tras estas vivencias recupera su ciudadanía y la esperanza de que en Latinoamérica empiezan a caer los regímenes de facto. Ahí es cuando escribe sus Cosmoagonías. Por su parte, en 2006, publica Habitación de hotel, ganadora del Premio Ciudad de Torrevieja, periodo en que es toda una escritora consagrada, reconocida como única mujer del boom, pero no sin esto apartada de su compromiso con lo político y, sobre todo, con el lenguaje, a sabiendas de que, más allá de las dictaduras, bajo la democracia también se esconde el autoritarismo.

En sus cuentos se hallan el amor y el humor, la ternura y el dolor, la ironía de la vida. La curiosidad como cómplice para (re)preguntarse por el mundo. Con sus ‘Rumores’ plantea los sueños que a unos nos faltan, la incertidumbre del futuro, el terror a no saber si después del presente existirá la lectura más allá de que se resida en Buenos Aires, Berlín o Varsovia. Nos invita al ‘Club de los amnésicos’ para entender que con la mala memoria viven quienes no tienen espejos, pero que un amnésico enamorado es consciente de que la mujer que ama “es una incógnita sostenida por su imaginación, es decir, por su memoria”.

Lanza un manifiesto frente a los suicidas y presenta, además, un ‘Club de los indefensos’, aquellos que perdieron su capacidad de elección, aquellos que no tomarían el riesgo de caminar por ‘La ciudad de Luzbel’ sin darse cuenta de que el no preocuparse por el futuro representa vivir en la inmortalidad.

También uno es inmortal cuando escribe, porque la palabra escrita es un vestigio que no se lo lleva el viento así nunca se tenga respuesta. El poder de la palabra no solo se encierra en un libro, sino en las más aparentes ínfimas cartas a la empresa eléctrica, al Municipio, al buzón de sugerencias (se insiste: así no tengan respuestas como un mensaje con dos vistos azules). De esta manera, entendiendo a la inmortalidad del poder de la palabra, aparecerán cabalgadores y mártires, desarraigados y centinelas, por lugares aledaños donde uno se refleja en medio de espejos de colores.

Cristina Peri Rossi

Le llega el turno a la poesía, donde Peri Rossi sabe a plenitud que su casa es la escritura. Esto, porque es una pasajera en tránsito perpetuo -como diría Charly García- en cientos de habitaciones de hoteles, por lo que nunca le creció una planta ni un perro, tan solo los años y los libros abandonados. Por eso no le quedó otra opción que apoyarse en la invención del lenguaje: así se puede inventar la palabra amor… y también la palabra olvido.

Las palabras también tienen su vida sexual: al compás del saxo hay sexo mientras se lame la mano de quien se ame. Y preferible lamerse en vez de enviar un mensaje con virus informático que destruya el sistema operativo de un celular o de una computadora: ese es el castigo por permitir que los sentimientos viajen por fibra óptica en lugar de viajar por la piel. Y qué mejor que hacerlo en la noche ojerosa de desvelada palpitante junto a aquella persona a quien más se quiere.

En medio de una arqueología de amores y desamores, la poeta develará su vida como noctámbula, obediente a la desintoxicación amorosa, segura de que “toda pérdida es la primera pérdida”, su trajinar en aeropuertos y en la pista de aterrizaje que representa la literatura. Recordará que una primera cita es lo que el viento se llevó sin que eso le robe el asombro, porque “la vida brota en todas partes” así se “hunda en el ataúd del olvido”.



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