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Los quiteños, puertas adentro

Los quiteños, como varios citadinos de urbes que estuvieron durante siglos bajo el yugo del coloniaje español, vivimos aún en el pasado. La figura de la empleada doméstica es una vergonzosa muestra de nuestro clasismo, de nuestro machismo y de nuestros graves complejos.

Captura de cuadro. Escena de la película chilena La nana (2009), de Sebastián Silva.
Captura de cuadro. Escena de la película chilena La nana (2009), de Sebastián Silva.

Por Julia Rendón

Hace unas semanas, Alexandra Kennedy-Troya escribió un artículo de opinión en el diario El Comercio, titulado Criadas y empleadas, en el cual hacía un parangón entre el cuento de Clarice Lispector titulado “La criada” y la realidad de las empleadas domésticas. Es uno de los pocos artículos que he podido encontrar sobre las asistentes domésticas en Ecuador y, aunque es un comienzo, no alcanza a plantear un verdadero cuestionamiento sobre las condiciones de estas trabajadoras en el país. Estoy segura de que el debate sobre la “asistente doméstica” es casi inexistente y cuando algo se dice, no va más allá de hablar sobre la reivindicación de mejores condiciones económicas y la afiliación obligatoria a la seguridad social.

Este no es un tema menor en una sociedad que tiene un alto porcentaje de contratación de estas trabajadoras. Es tan poco lo que se habla del tema que hasta se hace difícil poder nombrarlas. Me referiré a estas trabajadoras como asistentes o empleadas domésticas, sin ir muy a fondo sobre la validez de los términos. Ese sería un tema aún más extenso.

Hace cuatro años que volví a Ecuador luego de vivir varios años fuera, y puedo decir que he sufrido un caso grave de cultural reverse shock. Para empezar, hablamos de ellas, no de ellos, pues es un trabajo sexuado. Pero nada me ha traumado tanto como el rol de la empleada doméstica en este país. Estuve acostumbrada a cocinar, lavar, limpiar mis propios baños, entre muchas otras cosas, por más de quince años. Apenas volví, cuando buscaba dónde vivir, miré alrededor de veinte casas en las zonas de Cumbayá y Tumbaco, y todas, sin excepción, contaban con un cuarto o un baño para empleada. ¿Tener un baño aparte para la empleada, no es absurdo? Bueno, supongamos que el baño aparte sirve para dar privacidad y comodidad a la trabajadora…  Ahora, parece ser que los quiteños piensan que sus asistentes domésticas solo necesitan espacio para su cama de una plaza. Tampoco creen que sea necesaria una ventana. Quizá les parece absurdo que una persona que aparentemente solo está hecha para limpiar excusados y lavar platos quiera un poco de aire, o ver otra cosa que no sea una pared. Conozco a una persona que vive en un departamento sin baño para la empleada y ha decidido que la chica que trabaja para ella tiene que usar el baño de la sala comunal del edificio, que queda en la planta baja.

Después de mucho buscar, hallé una casa sin baño aparte y con un cuarto que convertí en mi estudio. Ahora, cada vez que entro al conjunto residencial, veo a los hijos de mis vecinos jugando con su empleada. Acá se tiene hijos que luego son criados o pasan la mayor parte del tiempo con aquellas personas con quienes no se quiere compartir el baño.

Hace un par de semanas, estuve en una casa en la que separan los cubiertos. Hay un cajón con cubiertos para la asistente doméstica y un cajón para la familia dueña de casa. En el supermercado, no es poco común encontrarse a las señoras paseando entre las filas seguidas de sus hijos, y detrás de ellos, las empleadas. Es inconfundible la escena: las empleadas siempre van vestidas con uniforme, como para que uno no confunda quién es quién. Siempre me pregunté qué tan necesario es que te acompañe la empleada doméstica a hacer las compras. ¿Es eso parte de su trabajo?

Pero, a nadie más parece sorprenderle. Todo esto está naturalizado. Estamos acostumbrados a vivir con ello.  

De hecho, el año pasado, en una cena que recuerdo muy bien, un amigo que vivió en el extranjero y regresó luego de un tiempo a Ecuador nos confesaba que el poder contar con una empleada fue una de las razones principales que le alentaban a volver a su país. Para él, tener a alguien que limpie la casa, cocine y saque a pasear a sus perros es un gran beneficio que no se puede dar en otros países.

Las empleadas hacen mucho más que lo que se supone deberían hacer. A estas trabajadoras se les permite tocar tu comida y preparártela pero, por lo general, no se les deja sentarse en la misma mesa a comer contigo. En la mayoría de los casos –voy a aventurarme a decir que en casi todos los casos–, las empleadas comen en la cocina mientras los dueños de casa se sientan en la mesa de comedor.

Una de las cosas que más me sobrecogió fue cuando fui a visitar a la esposa de un amigo que había dado a luz hacía poco. Entre las tantas charlas que pueden tener dos mujeres sobre bebés recién nacidos y lo maravilloso que es estar con ellos, a la señora no se le ocurrió más que hablarme de lo que hacía su empleada para ayudarla. Cuando le pregunté si las noches le eran difíciles, me contestó que más bien habían sido muy fáciles, pues ella no tenía que levantarse cuando el bebé se despertaba. Su empleada se levantaba y llevaba al bebé a su cama para que ella lo pudiera amamantar sin tener que molestarse. ¡La empleada le lleva el bebé a la teta! ¿Cómo se podría detallar esto en el anuncio de un empleo?

El trato que se da a estas trabajadoras refleja a la sociedad quiteña. Somos una sociedad que vive día a día la época colonial y que cree que hay gente que está a nuestro total servicio. Creemos que ser hombre o mujer determina nuestros oficios y nos relacionamos como en el siglo XVI: de acuerdo a la clase socioeconómica a la que creemos que pertenece el otro. Pensamos que porque tenemos una casa o el auto más grande —basta con ver losmastodontes que circulan por las pequeñas calles de Quito, como si todo el mundo trabajara en hacienda— podemos disponer de la vida y derechos de otras personas. Además, somos una sociedad profundamente machista. Tanto hombres como mujeres disponemos de otras mujeres para que nos hagan el aseo, entre otras cosas. Probablemente estas trabajadoras tienen que dejar a sus hijos para cuidar a los de otros. Es machista una mujer que no entienda el dolor de otra por tener que separarse de sus hijos y que no sea solidaria con ella.

Falta mirar puertas adentro. ¿Cómo y qué derechos damos a estas trabajadoras? ¿Cómo tratas a la señora que trabaja en tu casa? ¿Se puede sentar en tu misma mesa?  ¿Es necesario que utilice otro baño? ¿Cuánto tiempo pasa con tus hijos? Hace falta que los quiteños empecemos a limpiar nuestro propio desorden.

20 COMENTARIOS

  1. Gran verdad, es un secreto a voces. Son seres humanos con las mismas necesidades que cualquier otro y no hay derecho que hayan personas que se crean superiores y las menosprecien en tantos aspectos. Yo tuve muchos conflictos con el arquitecto que construyó mi casa y no entendía el porque yo quería ventanas, y ventanas que pudieran abrirse y agua caliente en el cuarto para la persona que a lo mejor podría tener para que ayudara en casa. Para mi era construir un dormitorio como cualquier otro en la casa. He visto tanta discriminación dentro de muchos hogares, donde les dan platos y cubiertos diferentes, cosas bueno logro entender.

  2. Buen análisis, pero me parece que incluso la nota está siendo un poco exclusiva. Es verdad que en Quito hay un gran porcentaje de familias que optan por la colaboración de una persona externa para las tareas domésticas, pero sería muy interesante profundizar el caso de las «empleadas» en el sur de la capital, por ejemplo.
    He visitado muchas casas de amigos y familiares (en el sur de Quito), y las personas encargadas de las tareas domésticas son tratadas de una manera muy similar a la de un familiar. No existe la discriminación de los cubiertos, ni se mencione el tema del baño. Creo en lo personal que el trato con las empleadas no es un tema atinente a los quiteños – como reza el título del artículo – sino más bien una consecuencia de los estratos sociales. Incluso en algunos casos que he conocido, la empleada no es contratada como una persona para que ayude en las tareas del hogar, sino mas bien por sentido de colaboración y apoyo.

  3. Muy buen punto de vista el del artículo. Sin embargo, concuerdo en que esta enfocado en un sector muy pequeño de nuestra sociedad. Conozco muchos casos en los que las empleadas si son tratadas por igual en el hogar y que se les paga más del básico y los beneficios de ley por hacer tareas y quehaceres puertas afuera, pero que ellas rompen cosas, se las llevan sin permiso e incluso realizan llamadas nacionales de hasta 2 y 3 horas. Además de que algunas hasta dejan de trabajar sin previo aviso. Hay que tomar en cuenta que los abusos son de lado y lado.

    • También había esclavos que querían comer más..y algunos hasta trataban de escaparse. «Hay abusos de lado y lado»

  4. Muy bueno el artículo. y que me dicen de los guardas se seguridad, cómo los tratan, además de exigirles que les habrán la puerta y si son afrodescendiente los discriminan, eso lo he visto en el edificio donde hábito en el sector de la Paz.

  5. Totalmente de acuerdo! Y quė hay del uso de posesivos para referirse a ellas? «Mi empleada», «Mi Rosita» etc…

  6. De donde habremos sacado estas manias? Ah si, se me olvidaba que estas costumbres importadas de europa se nos quedaron de la colonizacion y para swguir con ellas y comprobar su valia, las hemos exportado exitosamente al igualitario USA, que cosas no? Al menos ahora los gringuitos no usan esclavas porque eso si que era feo!

    Ya seriamente, el cuestionamiento deberia ser para la humanidad en general pues en todo el mundo y en todas las culturas se cuecen estas habas! No es un mal predominante de quiteñidad como pretende el articulo.

    • No, pero si se mantiene como institucion normal y aceptada, con aire de legitimidad y status en Quito. Sociedad racializada, pues no se trata de que haya empleadas domesticas, sino del trato que una trabajadora tiene de su empleador, y las nociones de todo lo que implica ser empleada.

  7. Creo que sataniza el hecho de tener una empleada domestica. En primer lugar se esta dando empleo a un sector de la poblacion que quizas por su nivel academico no tendria acceso a otro tipo de trabajo. En segundo lugar creo que debemos hablar de empleados en general, yo he sido empleada de una empresa en un cargo gerencial y tampoco podia meterme al baño del gerente general, y no me sentia discriminda. Para cada tipo de trabajo debe existir una etica y un buen trato, tambien soy madre y tambien deje a mis hijos para ir a trabajar como muchas quiteñas y no por eso me siento discriminada. No creo que hay que irse en contra de quienes contratan empleadas domesticas, creo que mas bien debemos enfocarnos en cambiar la cultura y tratar a todo empleado de cualquier tipo con dignidad y respeto.

    • Bastante de acuerdo con su opinión, Anónimo de hoy.
      A la articulista que ha retornado del extranjero: El hecho de que una empleada de casa tenga un baño y dormitorio para su uso personal también es concepto de respeto a la privacidad e independencia de esa persona; en Europa, Asia, Africa, América, Oceanía, existe el servicio doméstico, no es ofensivo el término ni tiene porque serlo. Hoy existe la denominación «servicio profesional» por ejemplo, y no creo que los profesionales universitarios se tengan que sentir menospreciados por ese título con el que se firman contratos laborales. El término «criado» quizá ya es obsoleto, debe usted saber que antiguamente y aún hoy en recónditos parajes, la gente campesina solía «regalar» los hijos a familias que las acogían y «criaban» convirtiéndose en los fieles, protegidos, bien queridos acompañantes y llame usted «colaboradores» en las tareas de los hogares. Y de hecho, se les daba educación, soporte económico, salud, vestimenta, alimentación, y todo lo necesario para que tuvieran una vida digna; y esto se extendía a quienes más tarde componían las familias propias de los dichos criados. El aspecto del uniforme: muchas empresas públicas y privadas, y otras entidades, tienen uniformes para todos los empleados, trabajadores, etc. para mantener un orden en el vestir adecuado a las actividades laborales, lo mismo pasa o pasaba con las y los empleados domésticos además se les favorece con el uniforme no por denigrarlos sino por ayudarlos en sus finanzas, pues como todo trabajador debe tener una buena presentación.

      • Sus comentarios retratan con mucha claridad lo que aquí se denuncia. Ven como una dádiva el dar empleo, justifican el uniforme como una supuesta ayuda a sus finanzas, no ven discriminación en separar lugares. Lo ven tan natural que no se dan cuenta. Con todo respeto, ojalá algún día evolucionen su triste y patética forma de pensar.

  8. Interesante el artículo aunque un poco flojo en torno a investigación. Pones en evidencia un problema social que efectivamente está naturalizado en las y los quiteños, y me parece ingeniosa la forma en cómo pones en evidencia aquellas folklóricas escenas de la mujer de sociedad de compras con la empleada y los hijos. Pero lo cierto es que creer que solo la sociedad quiteña reproduce estas prácticas, me parece que es reduccionista. Solo basta mirar una sociedad mucho más conservadora que la quiteña: la cuencana. Allí estas prácticas son bastante más frecuentes de las que ahora solo se encuentran confinadas a unos pocos «gamonales» y familias «destacadas» de la ciudad.

  9. Esta imagen, se ve reflejada en otros países de Latinoamérica también, vivo al Sur del Continente y puedo decir que me ha resultado chocante y doloroso mirar y observar que mientras mas cerca estas del primer mundo o creer que perteneces a esa casta, te hace mas civilizado, el resultado es que te alejas de ser empatíco con el universo y con las criaturas que ahí co-existen. Esta no es una escena exclusiva de una ciudad, región o país, es un tema que estamos generando en una sociedad, que aunque se habla de horizontalidad en las empresas, en los hogares la verticalidad es un derecho adquirido.

  10. Y los beneficios de ser empleada puertas adentro que? No pagar arriendo, ni servicios, ni comida. Habra patronos/ as que las tratan a la patada, pero estoy seguro que aquellos/as que las tratan decentemente son la mayoria: les permiten comer la misma comida, les ayudan en lo posible si tuvieron problemas de salud, murió um familiar o algún conflicto legal, incluso se preocupan que ellas o sus hijos tengan una mejor educación. Ser empleada doméstica le da a una mujer humilde acceso a unos niveles de bienestar que no tienen en otras profesiones, así como unas son quizás sobre explotadas otras son dueñas y señoras de su tiempo, pueden invertir una tarde entera en planchar un par de camisas y un mantel mientras miran la telenovela en el televisor de la casa. Y por no hablar de las abusivas que se llevan una cosita por aquí otra por allá, golpean a niños o maltratan a ancianos, meten a sus esposos o novios cuando los patronos no están y hasta son cómplices de robos, porque ai hay malos patronos también hay malas empleadas. Y sobre el tiempo que pasan las empleadas con loa hijos frente al que le pueden dedicar sus padres, casi ninguna madre está satisfecha con el tema y lo miran como un sacrificio inevitable

    Más bien las reformas del correismo igualando el salario de las domésticas al básico obligó a muchas familias de clase media a prescindir de sus ayudantes domésticasy contratar las solo por horas, de hecho las «puertas adentro» son mucho menos habituales que en el pasado. No creemos discursos de conflixto y resentimiento social sin mirar todos los ángulos y quedarnos en el panfletarismo pseudo egalitario

  11. No pasa de ser una observación desde un punto de vista muy limitado. Sin negar que hay condiciones inapropiadas, el punto de vista que hay humanos de segunda clase es global. Si esta mujer emigró de Europa debería darse cuenta, por ejemplo, como tratan a los migrantes Sirios en ese «primer mundo». Si emigró de Norteamérica, el trato a los migrantes latinoamericanos es igual de inhumano. No somos de ningún siglo pasado; de hecho me molesta el que siempre menospreciemos nuestra sociedad frente al «primer mundo», eso es parte del problema; para mí, como socióloga, la raíz del problema.

  12. Porque siento que los comentaristas se sienten intimamente ofendidos y de manera muy ligera toman como defense valida que en otros paises tambien hay empleadas para que aqui se haga. igual la defensa que las «empleadas» se benefician del buen patron. Me parece las dos defensas muy a lo Colegio de el porque me dice que yo estoy mal si los otros tambien estan mal.

    Y como sociologo, para responder al ultimo comentario, me parece poco relevante la comparacion a otros contextos socioculturales para hacer una observacion situada sobre una estructura racializada y sostenida por la normalizacion de la dominacion del uno sobre el otro. De la manera de entender como normal las ideas de la empleada separa fisica y socialmente de la humanidad del empleador, es irrelevante su comparacion con otras sociedades, pues la normalizacion de una u otra practica corresponde a un lugar o sociedad especifica.

  13. Considero que este artículo debería llamarse «Los quiteños de la clase alta: puertas adentro»; ya que al leerlo, queda claro que la autora se está refiriendo a ese grupo social en particular, que corresponde tan sólo a un 8 a 10% de la población total de la ciudad de Quito, habitada, en su mayoría, por personas de las clases populares y medias. Mi pregunta es ésta ¿por qué la autora omite el estrato social al que se está refiriendo? ¿Es una omisión involuntaria? ¿Existe cierto reparo en la autora para visibilizar su pertenencia a determinada clase social? En ese sentido, considero que el artículo necesita una revisión editorial, ya que está generalizando prácticas sociales propias de sólo un fragmento de la población quiteña, pudiendo confundir a personas poco informadas sobre las distintas realidades de la ciudad de Quito, que no pueden, de ninguna manera, ser generalizadas y reducidas de esa forma. Leyendo los comentarios, coincido con algunos en el sentido de que, por ejemplo, en las clases populares y medias, se suele contratar trabajo doméstico por horas, o por relaciones de colaboración entre vecinos. Además, como quiteña de la clase media, me resulta peligroso que la autora afirme que es común ver en los supermercados a las señoras haciendo compras con sus empleadas detrás de ellas. Hago siempre compras en distintos supermercados de Quito y, no recuerdo haber visto que esas prácticas sean algo común, al menos en sectores como La Gasca o la Mariana de Jesús, Atahualpa y El Recreo, que son en donde me he movido por haber residido ahí. Quizás en Cumbayá o Tumbaco se den esas prácticas, pero no debería por ello generalizarse o pensarse que sucede así en toda la ciudad. Por otra parte, estoy de acuerdo con un comentario anterior, en el que se afirma que, en el artículo, hay cierta denuncia hacia la ciudad en general, por considerarla retrógrada, práctica común en quienes han vivido años en Occidente -entiéndase Europa Occidental o EEUU- y regresan luego de mucho tiempo, para comparar a la ciudad -o al país en general- negativamente, con respecto a los países del mal llamado ‘primer mundo’, considerando que, la práctica del trabajo doméstico -ejercida de forma bastante clasista, racista y aún xenófoba- es común en la mayoría de sociedades de la clase alta del mundo, y no únicamente en nuestro país. Obviamente, nuestro país no es un dechado de virtudes, está compuesto por sociedades muy complejas y plagadas de conflictos, enmarcada en fortísimas relaciones de poder, hegemonías y subalternidades; pero considerar que esto es patrimonio de los quiteños, resulta francamente injusto; no por ello es menos válida la denuncia de la autora, pero ésta debería estar debidamente matizada y contextualizada.

  14. Estoy de acuerdo con los comentarios más expertos que consideran al artículo flojo. Es indudable que se trata de una generalización por un lado, y por otro, que advierte una mirada reducida aunque aparentemente abierta a partir del contacto con el «primer» mundo.

    Ni Quito es el reducto del neocolonialismo ni la asistente o empleada doméstica es exclusiva de la clase alta en nuestro país. Es más, aunque es real que las condiciones de trabajo doméstico solían ser inaceptables en muchos casos, la situación ha cambiado muchísimo porque hay leyes que efectivamente las reivindican y protegen y, porque la conciencia de la «diferencia» ha cambiado y sigue cambiando afortunadamente. Y es verdad, más bien, a veces hacen falta leyes que protejan al empleador del posible abuso del empleado y no sólo en el ámbito doméstico.

    Sin embargo, creo que la miopía del artículo radica sobre todo en la incapacidad de reconocer la potencial ( y actual) riqueza de esas relaciones donde los vínculos superan generalmente un contrato y un salario. Y quienes más advierten la riqueza potencial o actual de estas relaciones son los auténticos extranjeros, quienes son capaces de construir, en la mayoría de los casos que conozco, relaciones y experiencias entrañables.

    Yo, por mi parte, me siento privilegiada y agradecida de haber podido enriquecerme desde chica con estas relaciones, de vivir hasta hoy dando y recibiendo cariño y respeto. Sabiendo además que aquello que tanto valoras, lo cuidas. Y conociendo que en todo sistema, en toda organización hay una jerarquía, como en la familia, donde los roles de responsabilidades no son intercambiables.

    Para mí, toda relación se construye desde el respeto y desde la dignificación del trabajo, que es desempeño y esfuerzo. De cualquier trabajo, por tanto y en cualquier contexto.

    Esa es la conciencia que trasciende las nociones de clase y que nos lleva a la dimensión humana donde todos nos encontramos. Esto naturalmente es para mí que no soy una especialista.

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