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El sabatinazo, tu oportunidad semanal

Por La Barra Espaciadora / @EspaciadoraBar

Si son trescientas cincuenta y ocho sabatinas y cada una cuesta, digamos, unos cincuenta mil dólares, entonces son… a ver… ¡diecisiete millones novecientos mil dólares!

Pepe siempre fue bueno con las matemáticas. De hecho llegó a ser editor de la sección económica del diario justamente por eso. Le gustaba echar números y ver cómo estos rebotaban en su cabeza.

Ese martes se encontró nuevamente vereda abajo, calculando. Su cara se pintaba más colorada que de costumbre pues este año el invierno quiteño se disfrazó de verano. Debajo de su transpirada camisa blanca retozaba, como un lunar, el destejido escapulario de la virgen de El Carmen. A Pepe le interesaba establecer una cifra aproximada de lo que le costaba al Ecuador un sábado de sabatinazos y si estos surtían el efecto esperado. Seguro que la formulita funcionaría muy bien para introducir la agenda política de la siguiente semana, pero Pepe no estaba tan seguro de que los sabatineados, los buenos y los malos, fueran siempre perdedores.

El café esa tarde se había poblado de cabezas blancas, algunas más que las habituales. Había un grupo grande de señoras mayores, comiendo despreocupadas, quién sabe, sus últimas humitas de la vida. Todas las mesas de la ventana estaban llenas, solo una quedaba libre al final del corredor, junto al baño de damas. Manuel aún no había llegado, así que Pepe pidió un cortado para alivianar la espera. Sus ojos verdes almendrados recorrieron las cuatro esquinas del lugar.

Pidió el periódico del día al mesero que le sirvió el cortado. Lo comenzó a ojear… Un mes ha pasado y el lío del Bonil continúa siendo la comidilla en los medios –pensó-. Con esto de que el Presidente finalmente lo acusó de agitador social, hasta el más frívolo se ha solidarizado con el Xavier. El café le resultó más ácido y amargo cuando su divagación decantó. Entonces, debajo del dintel de la puerta, fantasmagórico, apareció Manuel. Su semblante evocaba a un vaso de leche cortada.Bonil a la audiencia

-¿Y esa cara? –preguntó Pepe, acomodándole la silla.
-Y… nada, un poco avinagrado…
-Espero hayas tomado tus antiácidos… y los antihistamínicos…
-No comiences, que hoy estoy de pocas pulgas –su rancia sonrisa parecía recluida tras las púas del poblado mostacho cano.
-¡Dejá la vinagrera, ve, Manuel! ¡Te vas a morir con el ceño fruncido! Aprende mejor del Bonil… apretando, apretando, pero hasta el final contento. ¡Eso es ser un verdadero agitador social… ¡pero de masas alegres!
-A ver, Pepe… ¡El Xavier es solo otro feliz ganador de un sabatinazo!
-¿Feliz ganador? ¡Dejate de pendejadas!
-Ve, abrí los ojos… ¡al menos abrí el ojo bueno! ¿Crees que todos los sabatineados pierden? ¡Estás confundido!
-Entonces ¿qué?… ¿ganan?
-¡Ganan los más inteligentes! Los que toman al sabatinazo como una oportunidad. El Presidente se equivoca con ellos, cree que los saca de juego y lo que hace es sacarlos, pero del anonimato. Vele a la Martha Roldós, al Jaime Guevara, a la gordita horrorosa, al alcalde de veinte cuadras, las bestias salvajes, el cachetón, los cadáveres insepultos, las cheerleaders del neoliberalismo, los ponchos dorados, las momias cocteleras, etc., etc… ¿Crees que todos ellos han perdido?
-Pues, bien no les ha ido -lo dice, no tan convencido, mientras se rasca la cabeza tratando de entender por dónde va Manuel.
-¿Cuántos eran realmente famosos antes del sabatinazo? Unos más o menos… otros, ¡nada! Gracias al escarnio público es que hoy se les conoce a muchos. Si a eso le haces tus numeritos, ya vas a ver…

Una de las señoras mayores pareció reconocer a Manuel. Por entre las cabecitas de algodón le hizo un ademán de sonrisa y se coloreó solita. Manuel continuó imperturbable.

¿Ya te olvidarías lo de la coloradita limitadita, lo de los perros rabiosos o de esos disfrazados detrás de un tintero? Si clarito me acuerdo cuando el Presidente dijo: «Ya escucho a esos odiadores disfrazados de periodistas: que el presidente insulta, que injuria… ¡Mentira! Yo utilizo la ironía, el sarcasmo, y eso a los mediocres les parece doble insulto». ¿Te acuerdas?
-¿Qué habrá querido decir? -sonríe por fin Pepe.

Luego de pedir al mesero otra ronda de cafés, Manuel cuenta que recibió un correo electrónico de su compadre Andrés, en el que le relataba detalles sobre el sabatinazo que a él también le propinaron. ¿Su pecado? Cuestionar en el programa de radio del Rosero un viaje del Presidente a Cuenca, en un avión de las Fuerzas Armadas, que, según dicen, fue para acompañar a sus huestes morlacas durante la campaña electoral.censura

-¡No digas! ¿Al Andrés también le cayó un sabatinazo?
-¡Imagínate! Este es uno de esos pecadillos blancos que el Consejo Nacional Electoral se los pasa con vaselina por donde el sol no broncea.
-Pero, ¡qué desproporción! ¿Un sabatinazo por eso? ¡Con lo que cuestan!
-Vos siempre con tu ábaco, ¿no? Haciendo números…
-¡Y vos, siempre tan comemierda!

Pepe le hizo las cuentas a Manuel y le mostró de dónde sacó esos cincuenta mil dólares por sabatina: cien funcionarios de todos los ministerios y secretarías de Estado con viáticos promedio de cien dólares diarios, por dos días, suman veinte mil dólares. Que las pantallas LED gigantes, otros diez mil dolaritos; alquiler de tarima, cuatro mil; carpas, mil; sillas, quinientos; audio, tres mil; material gráfico promocional, dos mil; banderas, quinientos; refrigerios, cinco mil; gasolina, mil… y como dicen: para todo lo demás, existe Master Card -se ríe Pepe.

Solo te olvidaste de los costos de producción y transmisión de la cadena nacional de radio y televisión.
-Ah, ese es otro cantar. Creo que he sido cicatero con el precio…
-¡Qué joya! ¿No?

La noche ya se había pintado más allá de las ventanas, junto a las mesas donde quedaron por fin varios lugares libres. Afuera del café, la bruma noctívaga lucía el blur de la luz eléctrica.

Pepe y Manuel se despidieron y abordaron sendos taxis, de esos que todo lo ven y todo lo cuentan. Solo la semana que había iniciado se encargaría de traerles nuevo material de discusión, un par de rondas de café o de alcohol, e interminables cigarrillos. No habría mejor pretexto para encontrarse de nuevo, el siguiente martes.