Por Karol Noroña / @KarolNorona

-”Cristina no lo creía, hasta que escuchó los latidos de su bebé en el eco. Sus ojitos brillaban, su corazón estaba calientito. Pero no le permitieron cumplir su sueño. El cuerpecito de ella se lo encontró amarrado las manos, boca abajo. Intentaron quemarla, pero la dejaron ahí, sola, con una soga”.

-Su grito hoy es en contra de la inoperancia y la indolencia…

-”¿A qué mujer de tu familia tienen que matar para que te importe la violencia de género? Eso le decimos al Gobierno, Fiscalía y Policía. Y aquí nos vamos a quedar gritando hasta que haya justicia”.

-Lilian, tía de Cristina, víctima de femicidio en Santo Domingo de los Tsáchilas el 8 de diciembre del 2020.

***

Los pasos de ‘July’ son firmes y retumban ante los ojos de las mujeres que la observan con ternura. Sus manos pequeñitas sostienen un cartel: “Somos nietas de las brujas que no pudieron quemar”, dice. Ella sonríe, emocionada, mientras su madre se arrodilla para dibujarle seis lunares morados alrededor de sus ojos curiosos que no dejan de ver a las cientos de mujeres que en Ecuador levantan su reclamo en contra de un sistema capitalista y patriarcal que asesina a una mujer cada 72 horas, que precariza su condición laboral, que revictimiza a las sobrevivientes de violencia sexual y obliga a niñas y adolescentes a ejercer una maternidad forzada, que ataca a las disidencias sexuales, a las mujeres racializadas, a las mujeres con discapacidad y que abandona a las personas privadas de la libertad.

A sus cinco años, ‘July’ se unió al hartazgo colectivo para luchar de la mano de su madre que, durante dos jornadas, el domingo 7 y lunes 8 de marzo del 2021, elevó el grito de las mujeres en resistencia, el grito de la revolución a escala nacional.

Eran las 10:15 y ‘July’ corría junto a su madre para unirse al bloque morado de ‘Mujeres en resistencia’, la primera movilización en conmemoración del Día Internacional de la Mujer Trabajadora que se abrió paso en las calles de Quito el domingo 7 de marzo. “Si nuestras vidas no valen nada, nos declaramos en huelga. ¡Somos mujeres en resistencia!”, fue la principal consigna de la marcha que hermanó a más de 1 000 personas en el norte de la capital ecuatoriana.

Las mujeres proletarias -embanderadas con el rojo socialista-, las luchadoras por la despenalización del aborto y la erradicación de la violencia machista con pañuelos verdes -símbolo de la Marea Verde- en cuellos y manos y el morado en sus labios y pechos, las mujeres transgénero y personas no binarias con antifaces, pasamontañas y mascarillas que protagonizaron el bloque negro-lila se unieron frente al edificio de la Caja del Seguro del Instituto Ecuatoriano de Seguridad Social para avanzar luego por la avenida 10 de Agosto hasta llegar a la plaza de Santo Domingo.

Entre abrazos, baile y consignas, la movilización se inició, mientras las tamboreras de Batuka Batumbá hacían retumbar sus instrumentos. Allí estaba Lola Parreño, socióloga e investigadora feminista, quien decidió unirse a la colectiva de resistencia musical para hacer memoria. “Siempre acompañamos el 8 de marzo porque nos parece que es una forma de hacer pública la demanda de nuestras luchas para que la vida de las mujeres sea digna. Exigimos que el aborto sea legal, seguro y gratuito para todas en Ecuador, que el Estado actúe frente a la violencia que ha sido más fuerte durante la pandemia. Como dice Ruth Montenegro, madre de Valentina Cosíos, una niña de 11 años, víctima de femicidio en junio del 2016: ‘Si no nos juntamos, nos vence la violencia y la muerte’. Así que encontrarnos y juntarnos es una estrategia contra esa misma violencia”, relató Lola.

El sol ardía en Quito, pero no hubo momento para frenar el paso o dar marcha atrás. No después de conocer que 873 mujeres fueron asesinadas por la violencia machista desde el 1 de enero del 2014 hasta el lunes 8 de marzo del 2021. Según la Alianza para el Mapeo y Monitoreo de Feminicidios en Ecuador, que se encarga de desarrollar el registro, 118 mujeres fueron víctimas de femicidio durante el 2020, y 23 en lo que va del 2021. Entonces, el pedido de miles era claro y colectivo: la ejecución de la Ley Orgánica Integral para Prevenir y Erradicar la Violencia contra las Mujeres, cuyo presupuesto fue reducido por el Gobierno de Lenín Moreno en un 84% y pasó de USD 5,4 millones a USD 876 862 en diciembre del 2019.

Los puños de Cristina Almeida se levantaban al ritmo de los tambores. Ella caminaba y sus compañeras la seguían y cantaban a su lado. Ella, sobreviviente de violencia y presidenta de la Fundación Nina Warmi, que acompaña a mujeres que han decidido quebrar el círculo de violencia y familias de víctimas de femicidio, se movilizó por sus ancestras y por las nuevas generaciones. “Estamos aquí para reivindicar los derechos de las mujeres con toda la fuerza, con todo el amor, pero a la vez, con todo el hartazgo, porque sucede que cada tres días una mujer es asesinada en manos de quien decía amarla. Pero también nos movilizamos a nombre de todas las mujeres que trabajan fuera de casa y que perciben un salario, y aquellas que están en casa ejerciendo labores de cuidado sin recibir remuneración por ello, pese a que es el trabajo que sostiene la vida y las familias. Marchamos por quienes viven en zonas rurales, por las trabajadoras sexuales, por nuestro derecho a la vida digna”, cuenta.

La exigencia de las mujeres llega desde el hartazgo porque la escalada de violencia se incrementa y la brutalidad es mayor. El 5 de marzo, el Puente Vivas Nos Queremos, en Cuenca, que se convirtió en un espacio de memoria y tributo a la vida de las mujeres víctimas de femicidio, fue atacado y destruido. “Putas feministas”, escribieron los grupos antiderechos y extendieron su agresión a la activista azuaya Liz Zhingri. Su respuesta fue la contundencia. “Escribo, pero ahora ya sin temblores, ya sin llorar, ya sin frío y sin miedo. Mis palabras, la alquimia. Mis palabras, la restitución”, dijo en un poderoso artículo publicado en La Barra Espaciadora.

La génesis histórica del 8 de marzo como hito de las mujeres se inició en la lucha y en las reivindicaciones de las trabajadoras. Ahora, las mujeres reclaman desde las entrañas de sus ancestras, los dolores y resiliencias de sus abuelas, de los saberes y sanación natural de sus brujas y la visibilización de sus causas está encauzada por el amor. En aquella movilización, que reunía diversos reclamos y organizaciones sociales, había mujeres artistas, cantoras, actrices y bailarinas. Había música y reivindicación. Había grito y no silencio, como aquel mandato sororo y acogedor que Mariela Condo plasma en su canción ‘Manila’, una composición de su abuela materna.

Sinchita shayari Manila / párate fuerte Manuelita /…Makasha nikpika Manila / Si te quiere pegar Manuelita / Rimasha nikpika Manila / Si te quiere insultar Manuelita / Jatari, jatari Manila/Levántate, levántate Manuelita (Manila, Mariela Condo)

#8M
Junto al parque La Alamaeda, en Quito. Varias colectivas y organizaciones sociales marcharon el 7 y el 8 de marzo. Foto: Cobertura Feminista 2021.

En la plaza San Blas, del Centro Histórico de Quito, segunda parada de la marcha, las compañeras de Mujeres de Frente, una organización feminista y antipenitenciaria, levantaban sus carteles: “La cárcel no es justicia, la cárcel criminaliza la pobreza”, “Penalizar el aborto es penalizar la pobreza”, decían. Luego de la masacre registrada el 23 de febrero del 2020, que dejó 79 personas privadas de la libertad asesinadas en cuatro centros carcelarios, las mujeres también reclaman un cambio estructural para reducir los índices de pobreza. En el 8 de marzo se reclama no solo por la violencia, sino por la precarización laboral que deteriora la calidad de vida de las mujeres y que fortalece la brecha salarial aún más en tiempos de pandemia.

En el informe de la Encuesta Nacional Empleo, Desempleo y Subempleo, elaborada por el Instituto Nacional de Estadísticas y Censos (INEC), se revelan datos alarmantes sobre las condiciones laborales de las mujeres, pese a que las cifras han sido cuestionadas por propios exfuncionarios que afirman que la situación es aún más grave. Según el INEC, apenas el 24,6% de mujeres que conforman la población económicamente activa en el país ejerce un empleo pleno. La tasa de desempleo abierto que enfrentan las mujeres es del 6,7%, mientras que para los hombres es del 3,7%. Para diciembre del 2020, el ingreso laboral promedio de un hombre con empleo fue de USD 309; mientras que para una mujer con empleo fue de USD 262. En el 2019, el ingreso laboral para las mujeres fue de USD 292,97, es decir que, luego de la pandemia, se registró una reducción del 12%.

Si la calidad de vida para las mujeres cisgénero es difícil, la situación se agudiza para las disidencias sexuales. Con un cartel lila en manos, la activista transfeminista Nua Fuentes salió a las calles para exigir trabajo digno para las mujeres trans en Ecuador. “Recordemos que no existen condiciones laborales adecuadas. La mayoría de mujeres trans tiene que dedicarse al trabajo sexual o trabajos informales porque no tienen inclusión laboral”, reclamó, indignada.

Odalys Cayambe, fundadora de la organización de mujeres trans Vivir Libre de Guayaquil, una voz combativa de la población trans, coincide con Nua y dice que es indispensable que se visibilicen las violencias ejercidas en contra de la población trans. “Necesitamos trabajar en políticas públicas reales. Las mujeres trans resistimos y aquí estamos, aunque nos violenten solo por ser trans y digan que no tenemos derechos. Gracias al feminismo estamos haciendo visible esta realidad que es la violencia que vivimos la población trans no binaria”, exige.

 Esto va por la niña de nueve años / Obligada a un embarazo porque la violó su hermano / Una niña sin derechos porque el clero considera que el aborto es peor de lo que le han hecho (Ni una menos, Rebeca Lane)

#8M
En Cuenca, la concentración feminista adhirió a sus causas la exigencia de justicia para la activista Liz Zhingri, amenazada por grupos antiderechos el pasado viernes 5 de marzo, cuando también se registraron ataques en el puente Vivas nos queremos, un espacio memorial dedicado a las víctimas de la violencia machista en Ecuador. Varias colectivas y organizaciones sociales marcharon el 7 y el 8 de marzo en Ecuador. Foto: Cobertura Feminista 2021.

‘Verónica’ elevaba su consigna plasmada en un cartel: “Aborto libre”, decía, en lenguaje de señas. Es la exigencia de la Marea Verde que está cubriendo Latinoamérica y que ha llegado a Ecuador con fuerza. El Estado ecuatoriano y la Corte Constitucional se han matenido en silencio frente al vacío del acceso al aborto seguro, libre y gratuito en una nación en la que 14 niñas -menores de 15 años- quedan embarazadas cada día. Siete son obligadas a asumir una maternidad forzada -producto de una violación sexual- y siete tienen que recurrir a abortos inseguros.  

Ana Vera, directora ejecutiva del Centro de Protección y Promoción de Derechos Humanos Surkuna, dice que la despenalización del aborto es una lucha que debe permitir que las mujeres se reapropien de su cuerpo, de su vida, y que se reconozcan como sujetos con dignidad. Pero también es esencial hablar de los entornos de aquellas niñas, adolescentes y mujeres que han sido obligadas a ser madres y reconocer que una reparación para ellas es solo posible con sus voces, es decir, al devolverles la palabra.

Diana Herrera, vocera de la colectiva Creando Juntas, coincide con Ana y recuerda esa lucha por el acceso a la salud sexual durante la manifestación. “Ya tenemos cuatro demandas legales ingresadas a la Corte Constitucional para que se pronuncie y se dé celeridad. En un país justo, las niñas no son mamás”, demanda.

La violencia sexual sistemática se ha recrudecido en contra de las mujeres y aún más durante la pandemia. El 22 de febrero pasado, en Ecuador hubo conmoción luego de que se conociera el caso Querubín: siete niñas y adolescentes, una de ellas con discapacidad, fueron rescatadas en Puerto Quito después de haber sobrevivido años de ataques sexuales perpetrados por sus padres.

Si es que mañana muero / No le tengo miedo / Pues soy mujer y llevo / El dolor adentro / Soy mujer de lluvia / De sangre, en luna / De tierra, sal y duna / Con amor, sin duda (Nada, Lido Pimienta)

#8M
Varias colectivas y organizaciones sociales marcharon el 7 y el 8 de marzo en Ecuador. Foto: Cobertura Feminista 2021.

Los gritos estallaron cuando las mujeres llegaron a la plaza de Santo Domingo e intervinieron el monumento del mariscal Antonio José de Sucre. “Estado violador. ¡Vivas nos queremos”, se leía en la fachada, mientras ellas gritaban: “Señor, señora, no sea indiferente, nos matan y nos violan en la cara de la gente”. Se abrazaban, se tomaban de las manos y corrían para apoyarse. El movimiento feminista Aborto Libre Ecuador convirtió la canción tradicional Arroz con Leche en un himno que se cantaba entre el baile y la unión hilada por pañuelos verdes. Metros adelante, Zorroras Twerk, una colectiva de mujeres bailarinas, reivindicaba el cuerpo femenino moviendo su pelvis al ritmo de los géneros urbanos.

Astrid, una mujer afro, bailaba con fuerza mientras decía que “juntas somos poderosas”. Sonreía y abrazaba a sus compañeras. Esa es su lucha y su respuesta ante la violencia, en un país en el que 7 de cada 10 mujeres afro son violentadas. Las mujeres que hacen cultura en Ecuador también responden a la violencia con arte, pero también con entereza. La plataforma Mujeres por la Cultura llegó a la plaza para exigir la creación de políticas públicas y protocolos que creen espacios seguros, pero que, a la vez, evidencian que las mujeres artistas sufren violencia en el país.

El acto final fue un manifiesto poderoso que llamó a la unión. Diana tomó el micrófono y, acompañada de Cristina, dijo ante las más de 500 mujeres que las escuchaban. “Tejamos esta hermosa hermandad que nos lleva a la emancipación total. Si nuestras vidas no valen nada, nos declaramos en huelga. Somos mujeres en resistencia”, exclamó, mientras el llanto, la alegría y la indignación se tomaban la Plaza.

Somos la mitad del cielo y haremos una revolución / Romperemos todos esos grilletes de la explotación / Únete, únete compañera, únete mujer obrera, únete que todos juntos vamos a triunfar (Consigna de Luna Roja)

#8M
Varias colectivas y organizaciones sociales marcharon el 7 y el 8 de marzo en Ecuador. Foto: Cobertura Feminista 2021.
Fernando Montenegro, padre de Michelle Montenegro.

Fernando me hace imaginar lo que sería la vida sin mi padre. Él, que con su grito se planta ante el Estado cada día para exigir que encuentre a su hija Michelle Montenegro, joven docente y activista por los Derechos Humanos, desaparecida el 5 de junio del 2018, reclama no solo por ella, sino por todas y todos quienes un día salieron de casa y no volvieron. Me hace imaginar lo que sería mi silla vacía en casa. Elizabeth, madre de Juliana Campoverde, desaparecida y asesinada el 7 de julio del 2012 por Jonathan C., líder de la iglesia Oasis de Esperanza, recuerda a aquellas madres coraje que no se cansan, que convierten su dolor en una lucha que no acaba.

Ellos, junto a sus compañeros de la Asociación de Familiares y Amigos de Personas Desaparecidas de Ecuador (Asfadec), protagonizaron la movilización convocada por las organizaciones Luna Roja, Bloque Proletario, Comité de lucha contra la violencia desapariciones y feminicidios y Retumba La Prole, la tarde del lunes 8 de marzo del 2021, en Quito.

Contrario a la jornada del domingo 7, cuando el sol quemaba, en la Plaza del Teatro, en el Centro Histórico, la lluvia lo cubría todo el 8 de marzo. Pero el agua no detuvo la marcha en la que activistas de Luna Roja denunciaron una vez más los efectos violentos del “sistema capitalista, imperialista y patriarcal”, la inoperancia y falta de acceso a la justicia que viven las familias que buscan a sus hijos, hijas, padres, madres, amigos y amigas. Su reclamo se visibilizó en las voces que se escucharon hasta la Fiscalía General del Estado y el Arco de la Circasiana, en el norte de Quito. A la par, las lideresas indígenas y diversidades étnicas protagonizaron otra movilización que arrancó en el parque El Arbolito y llegó al Consejo Nacional Electoral.

“Un 8 de marzo por la mujer ambulante, por la mujer violentada, por la mujer trabajadora, por la mujer desempleada”, “De camino a casa quiero ser libre, no valiente”, “Nunca más tendrás la comodidad de mi silencio”, fueron varias de las consignas que se gritaron durante la marcha. Y se escuchaban en medio de un ambiente especial: el compañerismo se sentía en los tamboreros de Retumba La Prole, mientras los zanqueros caminaban y amenizaban la lucha de las madres de mujeres víctimas de femicidio en Ecuador.

Yanera Constante se protegía de la lluvia, pero su grito no cesaba, en cambio, se fortalecía. Caminaba de a poco, intentando que el cartel de búsqueda de su hija, Giovanna Pérez Constante, desaparecida el 4 de diciembre del 2010 en Ambato, no se mojara con el agua. Su voz forcejea contra el olvido y retumba en los espacios cuando habla de los sueños de su ‘Pepa’, como la llamaban sus familiares y amigos.

Han pasado casi 11 años desde que ‘Pepa’ ya no está en casa. La investigación del caso de Giovanna tiene 58 expedientes -100 hojas cada uno- y ha llegado a la mesa de 10 fiscales y 14 agentes policiales. Pero no hay avances; continúa en indagación previa, la primera fase del proceso legal. La denuncia de Yanera llegó a la Corte Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en mayo del 2020, aunque sin resultados. Pero Yanera no se cansa porque -asegura- buscar a su hija es buscar su propia vida.   

En Ecuador, según datos del Ministerio de Gobierno, la institución que debe encargarse de la búsqueda, existen 1 449 personas desaparecidas desde 1947 hasta el 25 de enero del 2021. Las familias que buscan a sus desaparecidos cuestionan esa cifra y dicen que se trata de un subregistro mal gestionado por el Estado. Pero, ¿quién piensa en esas 1 449 familias que viven el vacío?, cuestiona Lidia Rueda, presidenta de la Asfadec.

Si hay algo que caracteriza a los ‘rastreadores’ es su solidaridad. Son compañeros de lucha, pero, a la vez, amigos de aquellos que bromean para que el dolor pierda intensidad -aunque difícilmente se logra-, son hermanos y hermanas que se sostienen cuando las lágrimas no permiten hablar, cuando la indignación contra la desidia estatal desborda.

La movilización hizo una segunda parada en la Fiscalía General del Estado. Siluetas negras -con el nombre de madres y personas desaparecidas- cubrieron el “Ecuador ama la vida”, enclavado en la fachada de la Fiscalía, un acto simbólico para denunciar la falta de celeridad, sensibilidad y eficiencia en la investigación de femicidios y desapariciones.

Carmen Mugmal, madre de Brigith Tituaña, joven asesinada por su esposo y el padre de sus niños el 7 de abril del 2020, recordó frente a la Fiscalía que aún espera justicia, luego de que la audiencia de juzgamiento contra Wilmer Q. se suspendiera el 28 de enero del 2021. “El juez informó que tenía otras audiencias que atender y que estemos atentos a nuestros casilleros judiciales para revisar la notificación de la próxima audiencia”, relató.

Brigith era la menor de cuatro hijos y la bautizaron como ‘Sol’, el diminutivo de su segundo nombre, Solange. Carmen, quien dedicó su vida a laborar como trabajadora remunerada del hogar para que sus niños y niñas cultiven sus estudios y se forjen como seres humanos trabajadores, vio crecer a una mujer independiente, que se convirtió el sostén económico de su hogar.

La marcha llegó al Arco de la Circasiana pasadas las 18:00 y una bengala roja encendió las consignas de más de 200 personas que no dejaron de saltar mientras gritaban: “¡Nadie se cansa!, ¡nadie se cansa!, ¡nadie se cansa!”. Hubo rap y hip-hop de resistencia en las voces de mujeres quiteñas y guayaquileñas que fijaron un compromiso: la lucha es el camino.

Maribel Angulo, madre de Álvaro Nazareno, desaparecido el 14 de marzo del 2011 en el área de Emergencia del Hospital Eugenio Espejo, en el centro de Quito recordó que la falta de acción también es violencia y no dejó de levantar la memoria de su hijo. “Mi Álvaro era la perla de la familia y lo sigue siendo. Álvaro, mi grito por ti siempre será con amor, pero para el Estado será con rabia hasta encontrarte. Siempre estaré en las calles por él, por las mujeres y por las madres porque no podemos permitir que nos pisoteen. ¡Ya basta de tanta indolencia!”, reclamó, con la voz desgarrada.

El compromiso es uno solo: encender la mecha hasta que haya justicia.

***

En este 8 de marzo no nos fallamos, nos unimos. Escribimos desde el hartazgo y el amor. Caminamos desde la esperanza y en contra de la indolencia y la política silente. Somos hermanas, madres, amigas, soporte y abrazo. Somos la soledad y el dolor; la lluvia y la luna. Somos los cuidados, la reivindicación y la vida. Somos la lucha de las cholas. Somos -como escribió Cristina Peri Rossi, la poeta uruguaya del exilio en ‘Condición de mujer’-, las advenedizas, las perturbadoras, las desordenadoras de los sexos, las transgresoras.

Somos la revolución feminista y el grito en resistencia que está cambiando la historia.

#8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M #8M


¿Ya escuchaste nuestro podcast?

Al oído Podcast