Por Daniel Wizenberg / @daniwizen

BUENOS AIRES.- Dios ha muerto. Maradona fue una totalidad accesible, como todos los santos populares. “Vivía en estado de originalidad, la única palabra que se me ocurre es artista” me dice Pablo Linietsky.  Diego era un familiar lejano.  Cada vez que salía en la tele todos los argentinos sabíamos si estaba bien o andaba en alguna. Un día de 2005 en la parte de atrás de un estadio de tenis me lo encontré de frente, no sabía qué hacer, con un nudo en la garganta le pregunté si lo podía abrazar. “Claro, papá” me dijo, me abrazó y siguió escapando de los fotógrafos. Recuerdo que en un popular programa de radio preguntaban a todos sus entrevistados por su anécdota con Maradona. Los 40 millones de argentinos tienen una.  Porque se lo cruzaron, porque lo vieron de lejos, porque mientras él hacía un gol, estaba por morirse o resucitaba, una novia te besaba, un profesor te tomaba examen o algo, cualquier cosa, te pasaba: lo que hizo el tipo fue la canción que sonó de fondo, el contexto de nuestras vidas. Y su figura contradictoria, ese “Dios sucio” del que hablaba Galeano, la síntesis de un pueblo. Tuvo un tremendo alcance global con su obra pero algo de cada uno de nosotros, los de acá, se reflejó en su personalidad. Nos dio orgullo, vergüenza, alegría, tristeza, y todo lo que genera uno de los tuyos. Habrá 3 días de duelo nacional y el gobierno propuso velarlo en la Casa Rosada. Recién saqué a pasear la perra y ya escuché de lejos conversaciones de funeral en la peluquería de al lado, la construcción de la esquina y el supermercado de la otra cuadra. Ya escuché llorar a gente sensible y murmurar a los  refutadores de leyendas. Yo me enteré a las 13.15 hs. por Tomy, uno de mis sobrinos, quien nació 25 años después del gol a los ingleses. Por Whatsapp me dijo: “Hace dos segundos estoy en shock”.


Murió un familiar