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Las aguas sucias de un pueblo

Foto: Jorge Vinueza

Por Edwin Madrid


El viernes 11 de septiembre, se estrenó en Quito Un enemigo del pueblo, una obra de Henrik Ibsen (Noruega, 1828-1906), escrita en 1882, adaptada por el periodista Roberto Aguilar y dirigida por el dramaturgo Cristoph Baumann.


Una banda de músicos –4 vientos y 1 redoblante– hace su aparición y avanza desde el fondo del escenario hasta colocarse al frente para, paulatinamente, perderse, al bajar la plataforma que sirve para la orquesta en el Teatro Sucre. Cuando la música calla, la primera frase que se escucha: Disculpará, no más, advierte que la obra de Ibsen ha sido adaptada para un público ecuatoriano. La frase es de Catalina, quien conversa con Tinoco, el periodista que escribe para La voz del pueblo. Aparece el alcalde, cuñado de Catalina, un hálito de sorpresa cruza por el periodista y el alcalde hace sentir su autoridad antes de despedirse, justo cuando ingresa el doctor Ayora, esposo de Catalina, quien detiene la salida del alcalde y conversa sobre la vida del pueblo y su relación con la piscina, el mayor atractivo que tiene para los turistas. El alcalde sale de escena y llega Rebeca, hija de Catalina y el doctor, trae un correo para su padre. El doctor se abalanza al sobre, es una noticia que esperaba hace mucho, lo abre y lee, solo para decir que es su descubrimiento, pide permiso para revisarlo detenidamente y sale.

Allí empieza la historia: el sobre contiene el informe del [Instituto Nacional de Higiene Leopoldo] Izquieta Pérez, el análisis sobre las aguas del pueblo, que, literalmente, señala:

…las aguas del balneario y las del pueblo son tan infectas como una cloaca.

Esta verdad certificada abre dos ámbitos de comportamiento: morales y sociales, que se convierten en una confrontación. Por un lado, los que sostienen esa verdad a raja tabla, a pesar de que les cueste el destierro, el exilio, hasta quedarse sin nada y tener que comerse la camisa: El doctor Ayora, su esposa Catalina y los niños. Por el otro, aquellos que prefieren ocultar esa verdad, distorsionándola para favorecer sus propios intereses: el alcalde, el periodista y las asociaciones sociales de los ricos del pueblo, representadas por doña Victoria y Lieberman, suegro del doctor.

Foto: Jorge Vinueza
Foto: Jorge Vinueza

Es interesante cómo se muestra el juego del poder, cómo unos se metamorfosean en el curso de la historia, lo que se evidencia en el cambio de ideales del periodista, quien apareció con un discurso de salvar al pueblo de los negociados oligárquicos, un hombre que se autocalificó: de abajo, por los que tiene que luchar. En el hilo de la historia desvanece este principio y se pone a merced de la dueña del periódico, del alcalde, y de los ricos del pueblo, en lo que podríamos llamar un miserable cambio de camiseta. Lo que no sorprende, porque prensa e intereses de los dueños de los medios van de la mano. Eso parece saberlo muy bien Roberto Aguilar, quien ha reescrito la obra, y no da el plano de víctima al periodista, sino que su personaje sale robustecido con esas contradicciones humanas. Lo mismo puede decirse del alcalde, un personaje que nació para político, que siempre supo, desde el seno familiar, que lo suyo sería gobernar. Encarna el cinismo y la sangre fría de un político que hará todo lo posible para defender sus intereses y los de los ricos para quienes y por quienes gobierna. En ese mismo lado esta doña Victoria, señora de alta sociedad que pesca a río revuelto, para su comodidad, y no escatimará maniobras para tener presencia en las decisiones importantes del pueblo. Un personaje humorístico, por lo espontaneo y la suerte de inocencia en su actuación, que pudo haberse explotado más, ya que es una especia de bisagra entre uno y otro bando del conflicto.

Foto: Jorge Vinueza
Foto: Jorge Vinueza

El doctor Ayora es la columna de la decencia y de la moral, un hombre incorruptible a los fuegos cruzados de la política, un hombre de ciencia y de trabajo, un padre de familia, ejemplar, dispuesto a morir antes de abandonar sus ideales. Está convencido de que hay que difundir la verdad en el pueblo, así como de exigir a sus gobernantes inmediata actuación para solucionar ese problema de salud pública. Pero todo su esfuerzo y el de su familia chocarán con la nube de corrupción política, que lo deja como presa para el escarnio público, mas su parlamento, sus convicciones, lo llevan a descubrir –vale la redundancia– otro descubrimiento: la pestilencia del balneario es menor a la pestilencia moral con la que se gobierna el pueblo. Metido en una lucha de ideales que arrastra a su esposa y niños hasta la desolación total, sin hermanos ni suegros que le protejan, sucumbe por demagogia y a la corrupción, que lo envían a la otra orilla, donde se da cuenta de que el hombre más fuerte del mundo es quien más solo permanece, como si ser honesto se tratara de una especie rara con la que hay que acabar antes de que contamine a todos y antes de que todos exijan que se cumplan con sus derechos y libertades.

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Foto: Jorge Vinueza

Un teatro político cuyo director, Cristoph Baumann, no oculta, porque pensó que «presentarla en Ecuador despertaría paralelas en el contexto sociopolítico actual”; por eso mismo invitó a Roberto Aguilar, agudo periodista, que ha enfilado su crítica al gobierno. Es decir, director y dramaturgo, se pusieron sobre los hombros un reto: crear una obra de arte a pesar de las coyunturas, un ejercicio del que no salen tan bien librados.


Un teatro político cuyo director, Cristoph Baumann, no oculta, porque pensó que «presentarla en Ecuador despertaría paralelas en el contexto sociopolítico actual”


 

El texto del libreto se torna reiterativo cuando se monta la asamblea popular, los puntos de vista que se sostienen en la asamblea son los mismos que han sido esgrimidos por el alcalde y el médico, posiciones irreconciliables, que tras una manipulación de la asamblea se declara al médico como un enemigo del pueblo provocando su linchamiento. Sin embargo, este acto que se muestra de manera cartelista, porque hasta se cita cierto poema de Brecht: primero se llevaron… cae en esa retórica nostálgica de esa izquierda sin ideas a la que se critica. No importa que los actores se confundan con el público para manejar un discurso que ya estaba dicho, de manera más sugerente y más profunda, en las confrontaciones de médico y alcalde, médico y periodista, médico y Catalina; periodista y doña Victoria, alcalde y periodista, periodista y médico. No conozco la obra de Ibsen, seguro no se dará el mismo tiempo a la asamblea, que convierte a la obra de Baumann en una representación de más de dos horas.

Una obra política, montada con un gran elenco, con actuaciones impecables, que quiere aprovecharse de las coyunturas y llamar a la reflexión sobre la mayoría que

Foto: Jorge Vinueza
Foto: Jorge Vinueza

maneja el actual gobierno y sobre los intríngulis de la política que siempre acarreará corrupción y cinismo. Una manera legitima de denunciar los atropellos del poder; precisamente, por esta legitimidad, por más que el director, Baumann, se sienta complacido de haberla estrenado en el Teatro Sucre, ¿no era mejor llevarla a los barrios, cambiar de público?