Por Diego Cazar Baquero

“La eternidad está enamorada de las obras del tiempo”.

William Blake.

Fabián Jarrín es un obrero de la palabra que se ha convencido de que las canciones son un modo de mirar nuestra transitoriedad. “Claro, mirar la transitoriedad implica, en cierto modo, apartarnos de ella. El arte nos regala a veces ese ejercicio”.

Ya desde sus libros de poesía (De la sed, el saber y la piel/ 1995, Inventario en Claroscuro/1998, Un poema entre líneas/ 1996-2008) y desde sus primeras canciones grabadas como cantautor, a inicios de los dosmiles, expelía el perfume de la curiosidad y el ahínco de quienes –parafraseando al uruguayo Jorge Drexler– se dejan deslumbrar más bien por las tramas y no tanto por los desenlaces. “El tiempo para nuestra conciencia, por cambiante que sea, es esencialmente un condicionante”, ha dicho el ‘Negro’ Jarrín para explicarse este empeño musical suyo.

‘Tiempo’ es un trabajo hecho en casa, cosa que ya es una condición de la cantautoría. Y –aunque esto él no lo dice– también es un ejercicio de empecinamiento sutil y fetichista publicar un CD en plena era digital, cuando se acostumbra, más bien, a parir canciones sueltas para darles vida propia en la red. “Hay gente que aún gusta del fetiche CD o del objeto acetato –explica, para atribuirle un sentido a su acto orgánico de hacer canciones–, hay quien sí se detiene a mirar los créditos y se conecta con tal o cual partícipe de la producción a partir de ese hecho, tal como lo hacíamos los melómanos hace décadas. Sin embargo dejar de exponer el material en las plataformas digitales no sería subversivo sino necio”.

Fabián Jarrín
Arte: Ricardo Salvador.

Fabián conserva el misticismo del trovador que observa, recuerda lo que ve y entonces se entrega a la soledad, a la intimidad. Su apodo –‘Negro’–parecería aludir a la sombra que cobija el proceso de gestación. Constructor de las dos guitarras usadas en esta grabación, ejecutor él mismo de los instrumentos que suenan en toda la selección de canciones, autor de la grabación, de la edición y de la mezcla, Fabián logra sortear las limitaciones de presupuesto que enfrenta todo músico promedio y se inserta con absoluta consecuencia en la estirpe de los compositores independientes de hoy.

Ese rasgo de aparente tradicionalismo nostágico es, subrepticiamente, lo que permite que en ‘Tiempo’ se hayan juntado varios amigos músicos para alimentar el trabajo de Fabián, privilegiándolo con esta “complicidad”. El cubano Vicente Feliú, el uruguayo Damián Gularte, el cancionista colombiano Pala, los brasileños Leo Minax y Antonio João Galba; y los ecuatorianos Pancho Prado , María Tejada, Joanne Vance y Alex Alvear son parte de este laboratorio de parcería, como él elige llamar al proceso de creación de ‘Tiempo’.

Desprenderse de las causas traicionadas, de fundamentalismos ideológicos y de contextos contradictorios ha sido la responsabilidad que asumieron y asumen a diario muchos compositores, algunos de ellos provenientes de la cantautoría que se fundó en la chanson française o en el movimiento de la Nueva Trova Cubana. “La cantautoría en estos tiempos, evidentemente alejada de los discursos y las formas asumidas en las décadas de los sesenta y setenta del siglo pasado, es el resultado de un enfoque que comenzó ya a darse a finales de los noventa –cuenta el ‘Negro’ Jarrín–, tiempos en que intentó más seriamente decir menos y sugerir más”. Eso ha servido para moverse, para andar y para proponer. Fabián cree que hay quienes trabajan la composición de canciones sin claudicar ante los principios esenciales que sostuvieron las bases del género y que ya hoy prescinden de banderas: “Siguen doliéndose de las injusticias y de la banalidad imperante por disimuladas que sean, de las tiranías por maquilladas que aparezcan”, dice. Se trata de la cantautoría que ha sido capaz de superar las coyunturas para mirar desde una perspectiva universal. Fabián Jarrín prefiere hacerse preguntas a proclamar consignas o venerar dogmas. Su canción “no protesta, es supremamente incrédula pero esperanzada”.

Fabián Jarrín
Foto: Paúl Ortega.

El sonido de ‘Tiempo’ junta dimensiones y permite reconciliaciones entre los pasados y los ahora. Es el trabajo generoso de años de encierro que algún día –hoy, mañana– se entregan a los oídos de los otros y esa, para el autor, es “una conexión basada en valores profundos compartidos, que es aún más posible entre los que comparten nuestro día a día”.

“Hoy está claro, felizmente, que aunque los momentos en lo político, en lo social, son dramáticos, la labor del cantor no es repetir consignas, no es denunciar, sino suscitar reflexiones, evocar miradas a los valores de fondo que resisten la brutalidad y la mentira imperantes. Saben que el fuego no se combate con fuego, menos cuando los dueños de los medios son también los dueños de las autoridades”.

‘Tiempo’ es un solo discurso hecho de instantes incontables, sólido y maduro, porque se sostiene sobre su propio proceso de creación, porque es el cúmulo de consecuencia que se reúne con la experiencia, en el regazo del silencio y de la contemplación del devenir y de su sinsentido. ‘Tiempo’ es el canto transformado en lazo. ‘Tiempo’ es la mirada de esa transitoriedad que, en el juego del movimiento, nos hace sentir que estamos vivos. “Imagino que si nuestra conciencia lograra prescindir de la transitoriedad, si nos volviéramos atemporales, eternos, la percepción de vida se disolvería y paradójicamente pasaría lo que dice Blake, que la eternidad se enamore de las obras del tiempo.