Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

My soul is painted like the wings of butterflies
fairytales of yesterday will grow, but never die
I can fly, my friends. Freddie y Brian

Oh yes I’m the great pretender
just laughing and gay like a clown
I seem to be what I’m not, you see
I’m wearing my heart like a crown
pretending that you’re still around. Buck Ram. The Platters

El gran impostor

Críptico, enigmático, reservado con respecto a sus orígenes, el niño Farrokh Bulsara (Zanzibar, 5 de sep. de 1946) sabía que pronto conquistaría el mundo cantando. En 1959, cuando tenía 13 años, ya su boletín escolar lo describía como un “buen cantante, pianista destacado”. Era, además, un gran lector de teatro y había mostrado talento para el dibujo y para el diseño de moda, aunque lo suyo siempre fue la música.

Hace 27 años, el 24 de noviembre de 1991, Freddie Mercury, el vocalista de Queen, murió víctima de una bronconeumonía que se agravó por el sida. «Creo que el título The Great Pretender resume muy bien lo que hago», dijo luego de grabar su versión del tema de The Platters, en 1987. Su carrera artística fue una sucesión de actos performáticos, de travestismo y de mascaradas.

Desde el anuncio de su muerte, el 22 de noviembre, y desde su fallecimiento horas después, el mundo ha vivido expectante por todo lo que significara revivir de cualquier manera al gran impostor.

El primer paso fue cumplir un pedido suyo: que la banda siguiera trabajando, que su voz continuara sonando y que su música se mantuviera viva. Por eso, en 1995, se publicó el álbum Made in heaven, con varias piezas que habían quedado grabadas y que luego fueron ensambladas bajo la dirección de Brian May.

Se sugirió que George Michael –luego de su magistral interpretación de Somebody to love en el tributo de 1992, en el Wembley Stadium– entrara a reemplazarlo, pero enseguida se desmintió esa posibilidad; entre 2004 y 2009, los miembros activos Brian May y Roger Taylor incorporaron en su formación a Paul Rodgers, hicieron giras y grabaron un álbum, y entre 2012 y 2015 invitaron al estadounidense Adam Lambert para girar por varias ciudades de Asia, Europa, Oceanía y América. “Intento recordar a la gente lo extraordinario que era Freddie sin intentar imitarlo”, dijo Lambert, alucinado con la experiencia.

Con el entusiasmo que siempre ha despertado y despertará la memoria de Freddie, se anunció en 2010 que pronto habría una película sobre su vida. Ocho años han transcurrido desde entonces y con ellos, la expectativa por la biopic del ‘Mr. Bad Guy’ creció gracias a una avasallante campaña publicitaria que colmó todos los espacios mediáticos alrededor del globo y ha puesto al mundo entero a escuchar y a hablar sobre Queen. ¡Inmenso mérito este!

Pero, la esperada película Bohemian Rhapsody no hace justicia a la vida y obra de un compositor que fue capaz de trastocar la estética del mundo del pop-rock y que puso toda su energía al servicio de una obra insuperable. Esto hace aún más necesario hablar de él y escucharlo una y otra vez.

La joya de la corona

Esta película –dirigida por Bryan Singer en una primera etapa, y por Dexter Fletcher en una segunda– se encarga de contar una historia edulcorada, aséptica, moralista y apurada sobre una figura profundamente compleja.

Hacia 1970, luego de haber sido parte de bandas colegiales como Ibex y Wreckage, Freddie forma parte de Sour Milk Sea, en Londres. El grupo dura poco y enseguida es aceptado en Smile, la agrupación con la que trabajó como utilero y que enseguida después de su incorporación se llamaría Queen.

Fred jugueteaba con la guitarra y con el piano durante sus años escolares, mientras se perdía en las pinturas del artista victoriano Richard Dadd, en sus intrincados escenarios, con sus hadas y sus duendes, seres fantásticos que luego poblarían el laboratorio creativo de Queen. Estas experiencias cercanas a la dramaturgia y a la literatura serían parte de puestas en escena para videoclips como el de It’s a hard life (1984) o el de Made in heaven (1985), con esa presencia operística inconfundible y las alusiones a La consagración de la primavera, de Stravinski y a La Divina comedia, de Dante. “Muchas de mis canciones son fantasía –dijo luego Freddie, en 1974–, puedo soñar todo tipo de cosas. Es el mundo en el que vivo. Es muy extravagante y esa es la forma que tengo de componer. ¡Me encanta!”.

Como vemos, aunque Brian May ha dicho alguna vez que la mayor influencia de Fred fue él mismo, entre las principales referencias artísticas Freddie tuvo al rocanrolero británico Cliff Richard; pero fue con Jimi Hendrix –a quien fue a ver en todos sus primeros recitales en Londres– con quien desató sus pretensiones escénicas. Siguió de cerca los pasos de Jackson 5, Led Zeppellin, The Who, Yes y Aretha Franklin y una de las mayores fuentes de inspiración para completar la composición de Bohemian Rhapsody fue A day in the life, de The Beatles.

Ya en 1968, antes incluso de que Queen naciera, el entonces estudiante del Ealing College intentaba darle música al verso “Mama, just killed a man” junto a uno de los miembros de Smile, y aventaba sus dedos contra las teclas de un piano sacando al oído el himno del Sgt. Pepper’s Lonely Hearts Club Band. Por entonces, ese prototipo de Bohemian se llamó The cowboy song y aunque para los Smile solo fue un fallido intento de Freddie por incorporarse a la banda, realmente él había sembrado una semilla que años más tarde transformaría la lógica de la programación radial, de la composición de canciones de pop-rock y del proceso de grabación en estudio. El estigma que llevaban encima de parecerse a Led Zeppellin desaparecería. 

La canción no es un truco de magia ni aparece de un momento a otro. Freddie Mercury era también el Farrokh Bulsara que nació en la ciudad africana de Zanzíbar, y era también sus raíces de la India y el zoroastrismo de sus predecesores, con sus símbolos duales y esa presencia tan marcada del Infierno en franca oposición al Cielo de los ángeles. En medio de sus juegos, el pequeño Farrokh escuchaba música india y música árabe en las radios locales, y el adolescente Fred ya había llegado a la ópera y al teatro.

No quiero decir que Freddie no estuviera consciente de lo que llegaría a significar para el mundo moderno esa primera frase (“Mama, just killed a man”) en 1968, pues más bien parecería que lo que logró finalmente estuvo siempre dentro de sus planes. Ocurre que la película que se nos ofreció como el relato de su vida lleva, además, el nombre de una de sus más importantes composiciones y tampoco a ella le hace justicia. Es de esa amalgama de influencias, tan ausente en el filme, de donde llega su obra musical. El cantante de Queen fue un receptáculo de referentes de la Inglaterra monárquica y colonial pero también fue el observador atento de un pueblo dominado por el imperio persa, por los portugueses y más tarde por los ingleses. Es decir, un mosaico cultural confuso y rico. Y también fue el adolescente Fred Bulsara que llegó a Londres para dejarse deslumbrar con la vida y el ritmo de una gran capital.

No puede pasarse por alto que la publicación de Bohemian Rhapsody en 1975 haya significado la bisagra estética de la banda y también su catapulta hacia los estadios más codiciados del mundo. Bohemian Rhapsody no quedará en la historia por ser el nombre de una película esterilizada de la era Trump sino por ser el registro de un momento trascendental en la historia de la música popular contemporánea, la joya de la corona de la Reina. Por eso no cabe enlatarla en el espíritu conformista de estos tiempos, como pretende hacerlo este filme.

Perseguir una aventura cinematográfica que estuviera a la altura de la canción que llegó al primer lugar de las listas británicas durante nueve semanas, y a la de uno de los cantantes más versátiles de la historia ya era de inicio una osadía. Porque pretender encumbrar aún más lo que está en la cima es arriesgarlo todo. Bohemian Rhapsody, la película, es una receta formidable de ventas, pero al mismo tiempo es una colosal superchería.

El gran ausente

En esta película no asoma ni las narices David Bowie, una figura que marcó la vida de Freddie desde que este tenía 22 años. No se puede comprender la actitud escénica de Mercury ni los procesos creativos de la banda sin contar que Bowie estuvo presente de muchas maneras en sus vidas.

Desde que en 1969 el Freddie estudiante del Ealing College decidió montar una tarima improvisada para que David tocara en un festival estudiantil, hasta que en 1992 el autor de The man who sold the world se arrodilló en el escenario del Wembley Stadium para orar por el alma del archifamoso cantante de Queen, que había muerto hacía un año, la presencia de Bowie es infranqueable.

Pero hay más: David Bowie fue atendido por Freddie Mercury en una tienda de zapatos en la que trabajaba (aquel con cierto recorrido musical y él todavía un inquieto desconocido con intensos afanes de ser músico). Freddie mismo le probó un par de botas. Más adelante, mientras los Queen grababan los temas de su álbum Queen II, en el Trident Studio en horas de la madrugada, se cruzaron con Mick Rock, el fotógrafo de Bowie que días antes había hecho la imagen de su álbum Pin ups, y quien se convertiría días después en el autor de la famosa imagen de los cuatro integrantes de Queen sobre un fondo negro, iluminados apenas por una luz contrapicada. Contrario a lo que insinúa la película, esta fotografía fue influenciada por una foto de Marlene Dietrich de 1932, que Rock admiraba, y se convirtió en la portada del álbum Queen II.

En su cuarto álbum, A night at the opera (1975), el éxito abrumador de Bohemian Rhapsody se arrebataría la imagen también para ser adaptada a su videoclip. Sobra decir que luego, en 1981, Freddie y David crearon y grabaron Under Pressure, para el álbum Hot Space, como resultado de la frustración por no grabar con éxito los coros de Cool Cat.

Un final prematuro

La película se vendió con la idea de que el Wembley Stadium de Londres sería una columna vertebral de la historia. Sin embargo, termina con el concierto Live Aid, de 1985, forzando un drama que no existió al hablar de una separación previa entre Freddie Mercury y el resto de la banda y su regreso cual hijo pródigo arrepentido de su traición.

Nada hay en el filme de las dos noches del apoteósico recital de Queen en ese escenario el 11 y 12 de julio de 1986 como parte del Magic Tour, cuando reunió a 500 000 personas entre las dos fechas. Y nada hay tampoco del concierto tributo de abril de 1992, cinco meses después de la muerte, con 72 000 asistentes y más de 50 millones de teleespectadores en 75 países.

“Siguiendo la enorme conjetura de la prensa de las últimas dos semanas, es mi deseo confirmar que padezco sida. Sentí que era correcto mantener esta información en privado hasta hoy para proteger la privacidad de quienes me rodean. Sin embargo, ha llegado la hora de que mis amigos y seguidores conozcan la verdad y espero que todos se unan a mí y a mis médicos para combatir esta terrible enfermedad. Mi privacidad ha sido siempre muy importante para mí y soy famoso porque prácticamente no doy entrevistas. Esta política continuará”. Comunicado de Freddie Mercury, el 22 de noviembre de 1991.

Sin ninguna duda, es meritorio el casting de actores y el trabajo de actuación, sobre todo en Rami Malek, quien demuestra haber dedicado mucho tiempo de calidad para comprender sicológicamente la gestualidad de un Freddie Mercury que tambaleó entre su mundo creativo interior y la extroversión de su corporalidad y de su voz.

Pero pesa la deuda de haber omitido los últimos años de vida de un artista que, con su discreción respecto de su padecimiento de sida y su pasión por hacer canciones, dejó una lección de valentía y de amor por la vida que buena falta le hace hoy a la humanidad. Si a eso se le puede llamar legado, pues que sea eso lo que nos quede de Freddie y de Queen. El sentido de la dignidad que conllevó su silencio de cuatro años agónicos y la lealtad de los miembros de la banda y de Mary Austin –su eterno amor– son probablemente los valores que mejor describen a Queen y que hacen tan memorable su obra, y en esta película los echamos mucho en falta.

Así y todo, en estos días de nuestras vidas se agradece sobremanera habernos puesto a hablar sobre Freddie Mercury y a escuchar a Queen hasta devolvernos esa sensación tan movilizadora de que el espectáculo debe continuar.