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¿Quiénes son el precariado?

Precariado. ¿Sabemos lo que significa ser parte del precariado? Quizás somos precarios y no lo sabemos. Este informe de Juan Francisco Trujillo nos demuestra por qué el mundo enfrenta un dilema en cuanto a las relaciones laborales y a la formación académica de sus habitantes. La paradoja es clara: no importa cuántos títulos universitarios o de posgrado tengas, el mercado laboral no te garantiza un lugar donde trabajar.

Imagen tomada de images.playgroundmag.net

Por Juan Francisco Trujillo / @JuanfranT

Trabajadores temporales, en prácticas, desempleados, estudiantes endeudados, personas con discapacidad y miembros de minorías étnicas enfrentan cada vez más situaciones adversas a la hora de conseguir empleo estable y adecuado, y se vuelven parte del denominado precariado.

Si en los últimos meses o años te has cuestionado sobre las circunstancias que te llevaron a aceptar tu actual empleo, la insuficiencia del salario que recibes o el nivel de calificación que requieren las actividades que desempeñas, probablemente te encuentras ante una situación de precariedad. Esta es una realidad que comparten millones de profesionales alrededor del mundo con carreras universitarias, que se ven forzados a aceptar empleos en áreas ajenas a su experiencia para poder sobrevivir.

El término precariado fue introducido por el economista Guy Standing en su libro The Precariat y fue acuñado para definir a lo que considera una nueva clase o estructura social. En esta categoría entra todo tipo de profesionales, generalmente con educación universitaria, obligados a aceptar condiciones vitales y laborales marcadas por la inestabilidad, que deben adaptar sus expectativas a empleos de baja productividad y mal pagados. El precariado se diferencia de la clase trabajadora tradicional que cuenta con prestaciones sociales fijas, contratos estables y beneficios adicionales.

Un grupo en particular es mayor objeto de análisis: los jóvenes. Cuando hablamos de jóvenes en estado de precariado hablamos de profesionales sobrecalificados en relación con los puestos de trabajo que pueden ocupar en el escenario laboral real. Es cada vez más frecuente que países de la región y de otras partes del mundo proclamen que cuentan ya con la generación mejor preparada de su historia. Ciertos gobiernos se vanaglorian de haber formado hombres y mujeres con estudios de tercer y cuarto nivel, pero todos ellos enfrentan un dilema particular: poseen una extensa experiencia académica en contraste con su escasa experiencia laboral.

Una situación parecida a esta es la que vive Fernando Silva, ecuatoriano que llegó a Madrid siendo adolescente. Mientras cursaba sus estudios universitarios tuvo empleos temporales durante los veranos como pintor, en una empresa de mudanzas y en una textilera. Hace dos años regresó a Ecuador, después de obtener una licenciatura en Ciencias Políticas, con la intención de encontrar mejores oportunidades. “El desconocimiento de la ciudad y de otros aspectos junto al mismo obstáculo de la falta de experiencia hizo que me decantase por encontrar simplemente un empleo como algo primordial”. Este quiteño cuenta que durante un tiempo trabajó como encuestador, pero sin sueldo ni horario fijo. Más adelante se enteró de una vacante en una clínica veterinaria donde trabajó en el área administrativa. Aunque la experiencia fue positiva, esto no le permitió desarrollar destrezas propias de su profesión. “Tras un tiempo sin encontrar nada relacionado con mi carrera, opte por ahorrar ampliando mis horas de trabajo con el objetivo de volver a Madrid y estudiar un máster con miras a poder conseguir un empleo en donde pueda aplicar los conocimientos”.

Ciertos gobiernos se vanaglorian de haber formado hombres y mujeres con estudios de tercer y cuarto nivel, pero todos ellos enfrentan un dilema particular: poseen una extensa experiencia académica en contraste con su escasa experiencia laboral.

De regreso en la capital española, se inscribió en una maestría en Comunicación Política que terminó hace poco, pero la situación tampoco ha mejorado. La tasa de desempleo en el país ibérico que ronda el 20% afecta en mayor medida a los jóvenes, que como él, no encuentran espacio en su área de especialización y a menudo deben aceptar dos o tres trabajos a medio tiempo en bares, tiendas de ropa o alimentos.

A menudo sucede que el acceso a créditos, becas o fondos para estudios de posgrado, permite alargar la época de estudios, que no necesariamente viene acompañada por oportunidades de trabajo. Dicha tendencia, piensa Fernando, se ha ido implantando debido a la competencia laboral. La premisa es que hay que especializarse cada vez más y en un mayor número de campos para poder tener más posibilidades y oportunidades de conseguir un empleo que no sea precario, aunque al final esto no supone ninguna garantía.  

“Siempre se nos dijo que para obtener un buen empleo y un futuro mejor debías estudiar y tener un título universitario, pero la realidad es otra –reconoce Fernando–. Y te encuentras ante una situación en la que has estudiado, te has esforzado y has conseguido un título pero la falta de oportunidades te hace preguntarte para qué tanto esfuerzo si al final vas a trabajar en un empleo en el que no hubiese hecho falta tener un título universitario”.

A escala global y en un contexto de crisis económica, el número de trabajos disponibles no crece a los niveles esperados, mientras que el desempleo y el empleo inadecuado aumentan. A esto se suma el hecho de que los niveles de crecimiento económico acelerado experimentados a partir de los años 50 ya alcanzaron su pico máximo y empiezan a decrecer.

Las reformas de corte neoliberal iniciadas en los años ochenta flexibilizaron los mercados laborales con una tendencia sostenida. La competencia por acceder a mano de obra barata coloca a los profesionales jóvenes, sobre todo a los denominados “millenials” (personas entre 15 y 34 años, que en Ecuador representan 1 de cada 3) en una situación en la que acceden a empleos temporales, pasantías no remuneradas o actividades con remuneraciones básicas y sin acceso a derechos que generaciones tuvieron como conquistas: vacaciones pagadas, seguro social y laboral, prestaciones de salud. Además ven recortados sus ingresos y su poder adquisitivo decrece a niveles acelerados. En la actualidad 3 de millones de trabajadores en Ecuador se encuentran en este rango de edad pero menos de la mitad de ellos (1,2 millones) tiene una plaza con horarios e ingresos adecuados, el resto se reparte entre empleo no remunerado, empleo no pleno o insuficiente, empleo no clasificado o desempleo.

“Siempre se nos dijo que para obtener un buen empleo y un futuro mejor debías estudiar y tener un título universitario, pero la realidad es otra –reconoce Fernando–. Y te encuentras ante una situación en la que has estudiado, te has esforzado y has conseguido un título pero la falta de oportunidades te hace preguntarte para qué tanto esfuerzo si al final vas a trabajar en un empleo en el que no hubiese hecho falta tener un título universitario”.

Se trata de una generación que depende de su salario, no es propietaria y es objeto de una constante presión provocada por deudas y créditos adquiridos tempranamente. Esto hace que deban trabajar horas extra o buscar actividades adicionales para redondear el mes. Esto da lugar en algunas ocasiones a que estos trabajadores y trabajadoras opten por empezar emprendimientos o actividades freelance para romper con las relaciones de dependencia rígidas, y en algunos casos esto es así, pero al mismo tiempo aumenta el riesgo de vulnerabilidad para otros. Un 51% de jóvenes ecuatorianos quiere tener su propio negocio o empresa pero al mismo tiempo el 41% reconoce que es difícil o muy difícil convertirse en un emprendedor.

De acuerdo con estadísticas disponibles, en el país, esta generación busca involucrarse en actividades que provean buen ambiente laboral (69%), sueldos justos (53%), innovación (40%) y estabilidad (26%).

En opinión de Standing, el precariado va camino de convertirse en una clase social por sí misma, alimentada al mismo tiempo por la inconformidad de su realidad y la esperanza de embanderar sus propias necesidades fuera de las reivindicaciones de la clase obrera y sus sindicatos y la clase media con su aspiración de acceso a la propiedad.  Así, la situación de un trabajador se debate entre el miedo a perderlo todo  y la necesidad de aceptar cualquier cosa que le genere ingresos porque “es lo que hay”. Como trasfondo aparece el latente peligro de aumentar las brechas al mismo tiempo que se reduce la movilidad social.

En el ámbito político, esto se expresa en un descontento, tanto hacia la socialdemocracia como al neoliberalismo, dando origen primero a movimientos ciudadanos de protesta y luego a plataformas políticas que intentan establecer una agenda y demandar determinados cambios. Pero esta es una arista susceptible de análisis en otros artículos.

Aunque con una visión algo marcada por la incertidumbre, Fernando concluye que el esfuerzo seguirá siendo su arma principal de cara al futuro: “La suerte únicamente es un punto intermedio entre la oportunidad y la preparación, y a pesar de las dificultades solamente queda creer en uno mismo y en nuestras capacidades y conocimientos”.