Inicio Entre Nos Alberto Salcedo Ramos: «Nuestro único capital es la reputación»

Alberto Salcedo Ramos: «Nuestro único capital es la reputación»

Foto: Julieta Solincee.

Por Víctor Vimos

El oficio del cronista no acaba cuando el texto es entregado en la sala de redacción, o cuando es publicado. Como todo ejercicio de la curiosidad, este se mantiene activo a cada instante, dentro y fuera del texto, siempre en el campo en el que experiencia, sentimiento e idea parecen engendrar la semilla de una historia.

La crónica periodística más reciente tiene en Alberto Salcedo Ramos a un cronista a tiempo completo. Su reflexión sobre el oficio, el riguroso trabajo de campo que lo sostiene y el modo en que su escritura emparenta a este género con la literatura, ponen en discusión puntos importantes para el periodismo de hoy.

Esta conversa iniciada en Perú y concluida en Colombia así nos lo muestra.

En una crónica podrían diferenciarse dos partes, en tanto texto escrito: la de afuera, más asociada con la preocupación estética, y la de dentro, más ocupada de la forma. En esta segunda, ¿qué tanto importa la independencia a la hora de edificar el oficio de cronista?

Yo procuro ser independiente, pero no soy de los que anda por ahí dándose golpes de pecho en nombre de esos conceptos que el gremio suele escribir con letras mayúsculas, como “Verdad” y “Objetividad”. Procuro ser independiente, digo, y entiendo eso como la voluntad de tomar distancia de las voces que me dan la información e incluso de los intereses de los dueños de los medios. En la crónica esto quizá es más fácil, porque no es un género que desvele a los propietarios de la prensa.

Esa independencia puede entenderse, en cierto modo, como un intento de tomar distancia con uno mismo. ¿Hasta qué punto el cronista puede asir “la verdad” de una historia?

El escritor colombiano Héctor Rojas Herazo decía que amaba la verdad pero desconfiaba de quienes creen haberla encontrado. Yo procuro ser justo, apegado a los datos verificables, procuro ser honesto siempre. No vendo lo que escribo como la última palabra. ¡Jamás! Eso sí: siempre me hago cargo de lo que afirmo. Los banqueros tienen dinero, los actores de Hollywood tienen fama, y nosotros los reporteros solo tenemos el nombre. Nuestro único capital es la reputación.

Una forma de acercar a la crónica a las orillas de la “verdad” –con todo lo subjetivo que hay de por medio– podría estar en el rigor investigativo. Pero, ahora mismo, ¿esa condición se cumple en el periodismo? Si no es así, ¿qué tipo de información estamos recibiendo?

Siempre ha habido quienes tienen rigor y quienes no lo tienen. Lo que noto ahora es una cierta tiranía de la inmediatez sin contexto, derivada del apego excesivo a las herramientas tecnológicas.

Alberto con Wikdi, protagonista de una de sus crónicas
Alberto Salcedo Ramos con Wikdi, protagonista de una de sus crónicas

Hace un momento señalabas que, en tanto texto, la crónica puede tener un punto de unión entre fondo y forma. Allí, ¿qué tan importante es la claridad ética, política, moral, al momento de elegir los puntos de vista desde los que se cuenta una historia?

Es fundamental. A mí me daría asco e indignación toparme con una crónica en la cual se exaltara a un violador. En el periodismo hay que ser guardián de ciertos valores importantes para las sociedades. Algunos estetas son capaces de soltar una idea tremendista para provocar. Por ejemplo, García Márquez defendió a Bill Clinton en un comentario titulado “El amante inconcluso”. Allí dice, entre otras cosas, que la literatura de ficción la inventó Jonás cuando llegó a su casa con el cuento de que se desapareció tres días porque una ballena se lo habría tragado. Se trata de un chiste delicioso para defender a un infiel. En el género de opinión es válido ese recurso, pero en un texto informativo el lector no te permite hacer eso.

Esa forma de investigación amplia que sostiene a la crónica, como uno de sus efectos, genera una cantidad elevada de datos. ¿Cuál es tu criterio para discriminar los mismos a la hora de empezar a escribir?

No me gusta eso de “discriminar los datos”. Prefiero hablar de una valoración de toda la información que consigo. Hago eso para medir los alcances de la historia, los datos importantes, las preguntas a las que debo dar respuestas como reportero.

Una de las formas estéticas que cuida la crónica pasa por el uso de los datos. El momento en que estos aparecen en la escena del texto, suele ser muy consciente. ¿Un dato mal colocado podría desorientar el sentido del texto?

Los datos deben ser completos, consistentes, verificables, y deben estar bien puestos en la historia.

Citabas a Marck Kramer para decir que “el buen cronista siempre se confunde con el paisaje a contar”. ¿Hasta dónde tu trabajo con gente de la costa, tu región natal, no termina siendo una forma material de expresar tu deseo por vivir en esa cultura? ¿Se puede tener un ojo crítico desde ahí?

Tener un “ojo crítico” no es algo que me preocupe cuando hago crónicas. Yo quiero contar historias, y contarlas lo mejor que pueda. Para eso investigo y para eso invierto muchos días en el trabajo de escritura.

En textos como “El pueblo que sobrevivió a una masacre amenizada con gaitas”, el uso de la memoria de los otros llega a momentos muy conmovedores. ¿El tratamiento del recuerdo de tus interlocutores tiene para ti alguna condición especial a la hora de trabajar un texto?

Amo oír las voces de la gente. Es lo más hermoso que puede haber en nuestro oficio. En mis crónicas esas voces suenan todo el tiempo. Sin ellas, mi trabajo no tendría sentido.

“La víctima del paseo”, en cambio, es un texto arrollador de claridad personal, en el que el recuerdo propio se usa de forma feroz. ¿El uso de la primera persona aquí es una licencia que permite cualquier tipo de especulación? ¿Qué es lo que hace que un texto así sea un texto periodístico?

¿Especulación por qué? Cuento una historia muy dolorosa que padecí en carne propia. Ojalá a nadie le tocara vivir algo así. No comparto en absoluto la idea de que escribir en primera persona, cuando eso es necesario, sea sinónimo de ‘especular’.

aLBERTO CON EL COLOMBIANA RESUELVE CONFLICTOS
Junto a Juan Sierra, protagonista de una de las crónicas de su libro La eterna parranda.

Tu trabajo basa parte de su fuerza en el uso de las formas populares de la oralidad colombiana. ¿El uso de ese material es una apuesta política por incluir al otro, marginalizado todavía por la cultura central que, en la mayoría de casos, sigue narrando los hechos históricos que moldean el presente?

Martín Caparrós dice que la crónica es política porque tiene en cuenta ciertas voces excluidas que de otro modo jamás saldrían en la prensa. Comparto esa opinión, que es la misma que tú expresas en tu pregunta.

Tu oficio como maestro puede dar luces sobre el futuro de la crónica. ¿Los jóvenes que se acercan a ella, están interesados en todo su andamiaje, o existe cierto clima de novedad, de certidumbre, frente a una herramienta que, en algunos casos, es usada para exotizar la realidad?

He notado esa cierta debilidad por lo freak, por lo extravagante. El gran lastre de la crónica latinoamericana es ese, justamente: mucha pornomiseria y poca presencia en ciertos temas relacionados con el poder.

¿Qué responsabilidades tienes con tus historias? ¿Cuáles son los errores que no puedes permitirte con ellas?

La responsabilidad de investigarlas bien y de escribirlas con el corazón.