Ocho de marzo

Por María Gabriela Montalvo Armas

Al pensar en este día, pienso en las múltiples luchas que hemos peleado y seguimos peleando las mujeres y las cuerpas feminizadas para ser consideradas tan solo lo que siempre hemos sido: seres humanos con derecho a la vida y a la dignidad.

Algunas veces nos preguntan cómo nos hicimos feministas. No creo que nos hacemos, no nos convertimos como quien adopta una nueva fe, sino que descubrimos que alguien más, una más, muchas más, están sintiendo eso que no sabíamos cómo se llamaba, están hablando de lo que nos asustaba, se están organizando para demandar y defender nuestro derecho a aquello por lo que internamente clamábamos.

Un día algo adentro nuestro se reabre y podemos mirar de nuevo y ver, comprender, nombrar todo eso que nos pasa, todo eso que nos afecta, todo eso que nos lastima, que nos inmoviliza o que nos calla.

Es así como llegué a comprender, desde mi experiencia de la maternidad, sí, desde el amor maternal, que alguien pueda necesitar abortar. Es así como llegué a darme cuenta de que toda mi preocupación por ese algo que no cuadraba en el mundo se explicaba bajo el mejor contado de todos los cuentos de la humanidad: el cruel cuento del género y la normalidad.

Es así como dediqué todo mi esfuerzo y mi capacidad a estudiar y cuantificar y medir, porque eso es lo que sé hacer, esta abrumadora desigualdad.

Desde que me descubrí parte de esta gran y diversa hermandad soy más fuerte, soy más clara, soy más humana, más animal, más planta, más tierra, más vida.

Hoy, 8 de marzo, canto con Violeta Luna para que nos dejen vivir nuestras vidas, para que nos dejen “Afuera de la trampa”.

Dejadme por favor vivir mi vida,
amándola,
mordiéndola,
quitándole el veneno,
limpiándola.
Dejadme que me salve o me condene,
dejadme que vomite,
que sangre,
que sonría,
(…)
Dejadme por favor vivir mi vida,
que escape,
que reniegue,
(…)
dejad, pero dejad
afuera de la trampa mi cabeza.

Foto: Gabriela Endara.

Evocación de mi hijo

Por Daniela Alcívar Bellolio

El 17 de junio de 2017 parí a mi hijo Benjamín, de 28 semanas. Pesó 1 kilo y midió 36 centímetros. Vivió veinticuatro horas fuera de mi panza. Fui y soy madre. La experiencia de la maternidad y del duelo –esos misterios que se unieron para parirme a mí otra vez– me obligó a enfrentarme a los mitos devastadores de este sistema patriarcal: la culpa, la auto incriminación, el señalamiento de los otros, el fantasma del fracaso. Mi cuerpo había sido incapaz de llevar a término su embarazo: ¿en qué fallé? ¿Qué hice mal? ¿Qué pecados estoy pagando? Para una madre que sabe que vio por última vez el hermoso rostro de su hijo, que intenta guardar entre los brazos la sensación, el leve peso, el fugaz perfume de ese hijo pequeñísimo que gestó y amó, para una madre que adquiere la súbita certeza de que una parte de su cuerpo se ha vaciado y no se volverá a completar, estas preguntas tienen el tono indefinible de la muerte. O más precisamente: el de la muerte en vida.

El 8M para mí es ver, aunque entienda a medias, descubrir cada día, la potencia micropolítica de mi cuerpo vulnerable abrazado a otras vulnerabilidades. Desprender de la fragilidad la condena del fracaso, saber que mi sensibilidad de mujer, ese mismo cuerpo roto al que tan acostumbrada estuve a despreciar, me salvó de la muerte. Entender que en un sistema que apunta a la competencia, a la fuerza, al dominio, a la macro política, a las historias de éxito, mi pequeña historia –mi pequeño hijo– es germen amoroso que se despliega y se alimenta de otros cuerpos abiertos a la contingencia. Para mí el 8M es el día en que conmemoro a las decenas y centenas de madres desconocidas que me escribieron y llamaron y, lejos de apuntalar ese odio por una misma que el patriarcado nos enseña a sentir desde que tenemos uso de razón, me abrazaron con sus palabras verdaderas: grande mamá, mamá leona, mamá transformada por Benjamín. El 8M es demasiadas cosas, es la revolución más radical imaginable hoy. La reivindico y me abrazo a ella y me fortalezco en ella, porque está hecha de pequeñas revueltas, de ínfima deconstrucciones, de inclaudicables solidaridades, de íntimas e imprescindibles liberaciones. El 8M imagina el fin de la violencia como matriz de nuestras relaciones, el mundo que estamos construyendo las mujeres con nuestras cotidianas revueltas íntimas. El 8M para mí es la certeza de que no hay muerte que no se mire de frente, sosteniendo la mirada, si hay otra mujer a tu lado, acompañando.

Foto: Gabriela Endara.

No siempre serán tiempos jodidos

Por Desirée Yépez

Hoy desperté en Nueva York. Hoy desperté en la ciudad en donde se gesta de algún modo el 8M. La ciudad del mito de las mujeres quemadas durante una huelga para defender su derecho al trabajo justo. Hoy desperté en Nueva York pensando en que todavía son tiempos jodidos para nosotras. 

Estoy en Nueva York, quizá desde una situación de privilegio, como una excepción a la regla. Soy mujer, joven, negra. ¿Cuántas mujeres negras hay ahora mismo en los medios de comunicación? ¿Cuántas mujeres jóvenes negras tienen ahora mismo acceso a un micrófono, a una columna de opinión? Pocas. Poquísimas. ¿Una? ¿Ninguna?

En Estados Unidos, conocí a una mujer negra, líder de opinión en los medios de comunicación hispanos. Lori Montenegro es jefe del bureau en Washington de la cadena Telemundo. “Cuando iba de una compañía a otra me dijeron: ‘Cuando esos mexicanos vean que eres negra, no vas a durar ni seis meses’. Eso me dolió y se me aguan los ojos todavía”, recuerda la periodista cubana.

Bueno. Ahora es una de las voces más relevantes en la comunidad hispana. Y mi acercamiento a ella me hace preguntar si en Ecuador será posible. Y creo firmemente que sí. 

Hoy desperté en Nueva York pensando en todas las mujeres que llegaron a Estados Unidos sin oportunidades y lo hicieron. Pensé en los obstáculos de idioma, racismo, educación que superaron. Imaginé a las mujeres que hace prácticamente un siglo se ‘inmolaron’ para conseguir días mejores y simbólicamente abrieron el camino para que hoy: 8 de marzo de 2019, yo, una mujer joven, negra pueda decir, escribir y difundir lo que pienso. Lo que veo. Lo que siento. 

Mi 8M reivindica todas las veces que creí que no podría. Mi 8M reivindica que es posible: no siempre serán tiempos jodidos para nosotras. Seguimos abriendo el camino.

Foto: Gabriela Endara.

Mi feminismo son mis hijos

Por Karina Marín Lara

Maternar en el desvío, en el camino al margen de la norma. Ser madre de lo incómodo, lo trastornado, lo monstruoso, lo diverso. Ser cuerpo femenino que da a luz lo que no gusta, lo que preocupa, lo que se diagnostica y se condena. Maternar en las afueras de lo idóneo. Desviarse poco a poco junto al cuerpo del hijo catalogado por la ‘discapacidad’. Respirar distinto. Empezar a ser mujer desde lo incierto, de a pocos.

Salgo a las calles porque materno en el desvío y esa es mi resistencia. Salgo porque mis hijos son mi feminismo. Paro hoy porque nuestro desvío, el suyo y el mío, no es acogido por el mundo pero sí condenado a la zozobra del mundo. Salgo porque mi ser mujer sabe que la inclusión no es un modelo, sino un proceso de reparación histórica. Las mujeres sabemos de eso: reparaciones históricas. Marcho porque el cuerpo de mi hijo etiquetado como ‘discapacitado’ tiene derecho a sonar distinto, a moverse y lucir diferente, a bailar y a cantar en donde le venga en gana. Marcho porque yo quiero sonar distinto, moverme y lucir diferente, bailar y cantar en donde me venga en gana. Mi feminismo es un feminismo de la disidencia. Los cuerpos de mis hijos y el mío: disidencias que se encontraron en medio de la vulnerabilidad de un amor que no se detiene. Ya no nos detenemos.

Maternar despacio, desde la diferencia. Amar la diferencia. Dejar de ser dolor, sacrificio y ternura para ser potencia, lucha y resistencia. Mi feminismo se hace en el desvío, no en la norma. El patriarcado, que es sistema de sistemas, es tan capacitista como capitalista, es tan capacitista como racista, es tan capacitista como machista. Lucho contra la imposición de los cuerpos capaces, normalizados, útiles para el mercado y la propaganda. Mi feminismo se hace en el reconocimiento de mi cuerpo imperfecto y en el abrazo con el cuerpo valiente de ese hijo, con el cuerpo distinto del otro.

Maternar sin detenerme. Maternar la diferencia. Poco a poco. De a poco.

Foto: Gabriela Endara.

La memoria del género

Por Yadira Aguagallo

¿Cómo conmemorar este 8 de marzo, este en específico, después de todo lo vivido, después de todo lo andado?

La primera reflexión que se me viene a la cabeza es la estrecha e indivisible relación entre el género y la memoria. Los últimos 11 meses he conocido a mujeres cuya lucha tiene que ver con trabajar en la memoria como una estrategia en contra de la impunidad; pero no como la simple recordación de un hecho, sino como una posibilidad de impedir el olvido dotando a las pérdidas de parejas, hijos, hijas, padres, madres, amigos, de un significado que va más allá de solo el dolor.

Y no quiero decir que la pérdida de nuestros amados ya no nos duela o que ya no se sienta cada día en cada centímetro de nuestra piel, lo que intento explicar es que cuando género y memoria se unen se desatan fuerzas poderosas: la de la indignación, por ejemplo, motor de la exigencia por la garantía de derechos. La de la empatía, porque después de lo vivido ya no somos las mismas, pero nuestra diferencia radica en que nada humano nos es ajeno. La fuerza del amor, no solo por quienes perdimos, sino por los que se han quedado a nuestro lado, siendo puntales frente a lo desgastante que resulta la inoperancia de un Estado que prefiere callarse en lugar de asumir sus errores.

A Alexandra Córdova la conocí en el funeral de Paúl, Javier y Efraín. Solo con mirarnos supimos que tenemos la convicción suficiente para llegar hasta el final por la reivindicación de quienes nos fueron arrebatados. A Patricia Ochoa la conocí en un evento de la Defensoría del Pueblo, nos saludamos como amigas que han compartido la vida juntas. A Elizabeth Rodriguez la conocí en la audiencia ante la Comisión Interamericana de Derechos Humanos (CIDH) en la que era vocera de los familiares de personas desaparecidas, bastó escucharla para saber que su voz es la mía también. A Fernanda Restrepo la conocí en una de esas noches de vigilia en la Plaza Grande, sonreírnos fue suficiente para saber que ninguna de las dos se cansa en este camino de memoria.

En una marcha una mujer me abrazó y me contó la historia de su hermano desaparecido que nunca volvió a casa y de cómo cada día ella, su madre y su hija se despiertan con la esperanza de volverlo a ver. En un avión otra mujer se me acercó para decirme que si un día le pasa lo mismo que a mi espera tener la voluntad suficiente para pararse y gritarle al poder. Hace dos semanas Gloria, la madre del soldado Wilson Ilaquiche y Viviana, su hermana, también acuñaron el #NadieSeCansa.

Cuando la noticia del secuestro de Paúl nos fue revelada, mi hermana Fanny sostuvo mi mano y no la soltó durante los 18 días que duró ese cautiverio. Mi madre, Leonor, me levantó, me vistió, me obligó a comer para que siguiera en el camino de la lucha. Mi suegra, Guadalupe, no ha dejado de darme los buenos días y me abrió las puertas de su casa para que pudiese tener un lugar de descanso en medio de la tormenta. Carolina, hija de Paúl Rivas, me ha dado un ejemplo de dignidad y humanidad. Mariana, la madre de Javier, me sacó con un abrazo de uno de mis peores momentos de depresión. Mis compañeras de trabajo me sostuvieron, no hay un solo día en que no les agradezca por haberme devuelto a la vida. Y sería injusto seguir mencionando a todas las mujeres que me constituyeron en gran medida en lo que ahora soy, porque podría no alcanzar a enumerarlas.

Cuando inició este día, este 8 de Marzo en particular, me desperté pensando en lo terrible que resulta ser mujer en un país como este. Pensé en Emilia, en Martha, en Diana, en Juliana, en Ely, en todas las que nos faltan, en todas las que luchan, en todas las que no se cansan y eso me hizo replantear mi pensamiento inicial. Sí, sigue siendo injusto, indignante y cruel lo que nos pasa como mujeres, pero mientras construyamos memoria, mientras no dejemos que quede en el olvido, mientras busquemos la no impunidad, siempre, siempre, siempre hay posibilidades de Verdad y Justicia.