Por Marcela García y Juan Diego Pérez

«En ese lugar todos los sentidos fácilmente se me activaban y yo quedaba en una especie de ensoñación. Por eso me duele tanto su desaparición». Marcela García

«Es que lo de la cámara siempre fue un asunto de querer estar cerca de la vida… Y la cascada de San Rafael era la vida misma». Juan Diego Pérez Arias

En el 2020, no solo lloramos a nuestros muertos por el COVID-19. Lloramos también la desaparición de la casa que habitamos y de sus símbolos de vida y de belleza, destruidos por otra pandemia de la historia: el extractivismo.

Para que no sea olvido y, más bien, sea memoria que alerta; para que sepamos lo que tuvimos y que lo desaparecimos por la devoción y el culto a una idea de desarrollo basada en la destrucción, dos miradas sensibles y enamoradas de lo sagrado y de lo bello, de la vida y de su color, dos peregrinos del andar con cámara por el Ecuador profundo y por sus calendarios remotos, Marcela García y Juan Diego Pérez Arias, nos entregan en este documento gráfico su testimonio de recuerdos y sus reflexiones sobre un símbolo de nuestra geografía. Un símbolo que una modernidad depredadora desapareció.

San Rafael: tierras movedizas

La primera vez que me deslumbró la cascada de San Rafael fue en 1979, de esa época data mi primera fotografía del lugar. Traté de capturar fragmentos de esa enorme masa de agua que me hipnotizó con su permanente movimiento, su potente sonido y su entorno salvaje. Me sentí como una intrusa en un santuario.   

Desde entonces he ido algunas veces y no solo a fotografiar la poderosa imagen del agua cayendo como en cámara lenta, sino su entorno y su enorme riqueza natural. En 1984, cuando intenté subir al Reventador, me perdí durante 4 días en medio de la exuberante vegetación de la base del volcán, una larga aventura que me impidió llegar al cráter pero que me permitió fotografiar los flujos antiguos de lava y esa riquísima flora que crece en su plataforma. Caminar en esas tierras movedizas no fue fácil, pero valió la pena, pues pude ver desde lo alto el hermoso paisaje que rodeaba a la cascada de San Rafael.

San Rafael
Foto: Marcela García, 1990.
Foto: Marcela García, 1990.
San Rafael
Foto: Marcela García, 2000.
San Rafael
Foto: Marcela García, 2000.

Este suelo inestable, que con el terremoto de 1987 se desprendió como si fuera parte de un gran pastel, dejando al desnudo las entrañas de la tierra, evidenció la fragilidad del terreno. Los daños fueron enormes y el cambio en el paisaje fue evidente.

Las veces que he estado por la zona de El Chaco, donde los ríos son tan dinámicos y las lluvias abundantes, he fotografiado  las formas y texturas de la piel de esta geografía intrigante formada de los escombros volcánicos originados en las erupciones del Reventador. Debido a los fuertes inviernos en el sector, la tierra se desmorona fácilmente, la capa vegetal desaparece y quedan a la vista los bellos colores de sus minerales interiores y las formas caprichosas de sus tierras movedizas.

San Rafael

San Rafael, la cascada más alta del Ecuador, con 150 metros de caída, se quedó un buen día sin caudal. La energía de su presencia ya no nos inspirará más. Nunca más una foto de este sagrado lugar. No más momentos de ensueño y quién sabe qué sucederá con su ecosistema, cuáles serán las consecuencias de este daño irreparable…

El alma de las tierras movedizas se la llevó el diablo.

San Rafael
Foto: Marcela García, 1990.
San Rafael
Foto: Marcela García, 2000.

Marcela García


Un día en el que la vida sonreía

San Rafael

La ligera libélula de metal se había deslizado al interior de un angosto cañón selvático flanqueado por acantilados, rocas y bosques que se aferraban heroicos a los empinados riscos. Volando a baja altura, con la gran hélice a todo motor, ahora avanzábamos con rapidez a contracorriente, a pocos metros sobre el río. El aire entraba frío por los costados sin puertas de la nave que, como un velero al que le cambia el viento, se inclinaba hacia uno y otro lado según dictaban los imprevistos caprichos de la geografía. Luego de salir de una de las curvas del río, ya la pudimos ver a la distancia. Finalmente llegábamos a nuestro destino. Sí, allí estaba, envuelta en un solemne manto de vapor y espuma blanca: San Rafael, la majestuosa y única cascada de San Rafael, la caída de agua más imponente del Ecuador.

San Rafael
Foto: Juan Diego Pérez, 2008.

Lugar mágico, donde el caudaloso río Coca se lanza al vacío y vuela y se desploma y se desintegra para luego de 150 metros de caída sumergirse en una caldera de espuma, olas y estruendo en titánica danza de purificación.

Llegamos al final del cañón y nos elevamos lenta y respetuosamente frente a la gran cascada. Este, sin duda, era un día en el que la vida sonreía.


San Rafael ya no existe más

Sentado entre los árboles, directamente al frente de la cascada, a pocos metros desde donde Heinrich Goldschmid debió hacer sus históricas fotografías de 1944, yo pensaba en los tiempos geológicos y en el soplo que es la existencia humana. Este monumento nacional había estado allí, en armonía y equilibrio natural, por miles de años y probablemente -pensaba yo- seguirá allí por otros miles más, mucho después de que nosotros ya no seamos ni polvo ni recuerdo.

San Rafael
Foto: Heinrich Goldschmid. La caída del Coca. 1944.

Pensaba en los primeros exploradores A’i Cofán que, en los confines de su territorio, la contemplaron. ¿Que sentirían, qué pensarían? Y Goldschmid, ¿cuáles serían sus primeras emociones y sentimientos cuando se encontró con ella durante su expedición en busca del volcán Reventador? ¿Se sentirían privilegiados, únicos, afortunados, agradecidos, hermanados con el cosmos?

Con la piel erizada, respirando la fuerza y grandiosidad de esta cascada, pero al mismo tiempo sintiendo una paz maravillosa, rodeado de selva, de cantos de aves y de la música y ritmo del agua que caía, tomé unas cuantas fotografías y, haciéndome eco de D.H. Thoreau, sentí con alegría sosegada que “soy el rey de todo lo que contemplo”, que ese es mi reino y que soy feliz, aunque esto sea lo único y todo lo que poseo.

San Rafael

Hoy, yo me pregunto cómo puede haber seres humanos tan anodinos y cuadrados que no vean en este portento natural sino números y vagas rentabilidades. Cómo puede haber políticos, viles comerciantes de lo público, de dientes afilados, uña larga y cuenta corriente en ascenso, que no vean en San Rafael y su caudaloso río Coca otra cosa que la posibilidad de un jugoso negocio personal. Un día Ecuador amaneció con una noticia corta que informaba escuetamente de que la cascada de San Rafael ya no existe más.

San Rafael
Abril de 2008. Vista de la cascada de San Rafael desde los alrededores del punto Goldschmid. Foto: Juan Diego Pérez.

Juan Diego Pérez Arias