Por Diego Cazar Baquero / @dieguitocazar

What do you get for pretending the danger’s not real
meek and obedient you follow the leader
down well trodden corridors into the valley of Steel.
What a surprise

the look of terminal shock in your eyes
now things are really what they seem.
No, this is no bad dream

Sheep (Animals). Roger Waters.

En 1977, Pink Floyd lanzó el álbum Animals y fue Roger Waters quien decidió que su portada mostrara a un cerdo volando sobre la central termoeléctrica Battersea Power Station, en Londres. El concepto del disco proviene de la novela Rebelión en la Granja, de George Orwell, y ha sido considerado una dura crítica al capitalismo y al vértigo de la industria, en contraste con el deterioro de la vida rural.

Desde entonces, y durante estas cuatro décadas, Algie –el cerdo volador de Pink Floyd– ha sobrevolado los escenarios donde Waters ha tocado portando leyendas contra líderes políticos que atenten contra los Derechos Humanos y de la naturaleza, y a favor de causas humanistas.

En un país como Ecuador, ahogado entre bandos –o bandas– que toman partido por políticos en funciones o por exlíderes encausados por la justicia, como si la vida humana no tuviera más matices, la llegada del músico británico resulta por lo menos reveladora, pues, como se esperaba, corrió el riesgo de ser capitalizada por esa misma clase política representada en Algie, el famoso cerdo volador.

Horas después de su presentación en el Estadio Monumental de Lima, el sábado 17 de noviembre, Waters decidió hacer una escala en Ecuador en medio de su Us + them tour, antes de su recital en Bogotá, y ver a su amigo Steven Donzinger –quien además es uno de los abogados del Frente de Defensa de la Amazonía (FDA), conformado por algunos de los damnificados que presentaron la primera demanda en contra de Texaco, en 1993, en Nueva York.

El objetivo del ex ‘Pink’ fue encontrarse con los afectados por la multinacional petrolera para recorrer juntos algunos puntos de la selva en los que, a simple vista, se puede comprobar los altísimos niveles de contaminación del agua y de los suelos, incluso hoy, 25 años después de que la petrolera terminara de operar en el territorio.

Luego de su aterrizaje en Lago Agrio (Nueva Loja), la mañana del lunes 19 de noviembre, Roger fue recibido por una delegación de colonos y de algunos líderes de nacionalidades kichwa, cofán y wao, representantes de las provincias de Orellana, Sucumbíos y Napo. Janeth Cuji, por ejemplo, estuvo en el aeropuerto “respaldando esta lucha de la gente que interpuso la demanda y de las comunidades que están afectadas”, me explicó. En 1993, esta mujer bajita, morena y de fuerte mirada tenía 21 años y era dirigente de la Federación de Organizaciones de la Nacionalidad Kichwa de Sucumbíos-Ecuador (Fonakise). Ahora, a sus 46, Janeth continúa alzando su voz en donde crea necesario para exigir que Chevron-Texaco cumpla con la reparación debida para la población, con los pagos exigidos y “para que se haga justicia”.

¿Qué es justicia?

César Quimontari Ñigua ´Moipa´ es el presidente electo de la Organización de la Nacionalidad Waorani de Orellana, que agrupa a 34 comunidades wao en esa provincia. Luciendo su corona de plumas para el evento, de acuerdo con la tradición, ‘Moipa’ me contó que entre los años setenta y principios de los ochenta, cuando él aún no nacía, la corporación Texaco “invadió” el territorio waorani.

Cuando era niño, Manuel Salazar iba a la escuela a pie, por un camino negro y hediondo. También eran los setentas. Manuel era hijo de una familia de migrantes que habían llegado a esta zona de la Amazonía desde la sureña provincia de Loja, atraídos por el prometedor boom petrolero. Y llegaron los ochentas, años de cuando Manuel conserva la imagen de los pájaros, de los monos y de los perros muriendo en medio del camino con las patas embarradas del petróleo que Chevron –en ese entonces Texaco– derramaba a la vera de los senderos. “En ese tiempo no preguntaban, solo llegaban y decían que tenemos que mover las casas porque ellos iban a explotar”, me dice ahora Manuel, mientras viajamos en un autobús muy cerca del pozo Aguarico 4.

Entrevista exclusiva

El ethos de Texaco

Hoy, las consecuencias de las acciones de Chevron-Texaco son notorias en los ríos, en los animales y en el bosque de la Amazonía ecuatoriana. Nacionalidades indígenas como los Tetetes y los Sansahuaris han desaparecido e irónicamente hoy solo quedan dos pozos petroleros que llevan sus nombres. Por eso “estamos haciendo el seguimiento de esta lucha hasta que Chevron cumpla”, me dijo ‘Moipa’ antes de salir del aeropuerto junto a sus compañeros amazónicos y embarcarse en un bus, como parte de la caravana de la que formó parte también Roger.

Cae la tarde y llueve, como casi siempre en la región amazónica. La carretera ha sufrido ya la llegada del invierno y la caravana avanza sin mucho apuro hasta un desvío terroso que nos conduce a una pequeña playa del río Aguarico. Este cauce, de 390 kilómetros de longitud, se convertirá más allá en el río Napo, y a su vez este se unirá después al gran río Amazonas hasta desembocar en el océano Atlántico. La gabarra cruza las aguas agitadas del Aguarico con cerca de veinte comuneros a bordo, otra veintena de visitantes, entre periodistas y ecologistas, y Roger Waters acompañado de su equipo. Del otro lado del caudal hay selva. Entre la vegetación se ven unos cuantos mecheros con sus lenguas de fuego estiradas, prueba obscena de que la industria petrolera ecuatoriana que se precia de aplicar tecnología de punta en el Yasuní, quema los residuos que produce la explotación de petróleo y echa a la atmósfera los gases, como ocurría hasta hace veinte o treinta años, y contamina, además del suelo y lo que de él depende, el aire.

Ciertamente, la visita de Roger Waters no es un truco de magia que, de súbito, provoque la remediación y el pago de aproximadamente 18 000 millones de dólares a los habitantes amazónicos afectados (cifra que debería reconocer). Sus actos públicos son hechos de altísimo valor simbólico, son los actos de un músico, de un activista, y también los de un referente mundial y ético desde el mundo de la cultura. Hablar de Roger Waters es, hace muchos años, hablar de un artista comprometido con los intereses de las colectividades. Este hombre que perdió a su padre en la Segunda Guerra Mundial y a su abuelo en la Primera Guerra Mundial no llegó a Ecuador para cantar (y quizá no quede ya tiempo para que eso ocurra nunca más), pero quiso visitar a las víctimas de un atentado ecológico que, a todas luces, ha perjudicado la vida de uno de los pulmones más importantes del planeta, más allá de quien gobierne el país.

“Alguna vez, un defensor de Chevron dijo: ‘pelearemos hasta que el infierno se congele, y cuando esté congelado, continuaremos litigando sobre el hielo’. Pues bien, ahora nosotros les decimos que preparan sus esquís”. La sentencia del músico legendario arrancó los aplausos de quienes llegaron a la rueda de prensa, la mañana del martes 20 de noviembre en el Swissotel, de Quito.

Pero antes, Carmen Cartuche, presidenta actual del Frente de Defensa de la Amazonía (FDA), agradeció su presencia y su respaldo a la lucha de las víctimas. “Justicia es reparar el suelo que está contaminado, limpiar el agua que está contaminada, atender la salud de las víctimas”, dijo.

Waters reclama que la atención que el mundo entero le dedica se oriente hacia el cerdo que sobrevuela nuestras cabezas.

Así como en Brasil expuso nombres de algunos de los gobernantes contemporáneos, entre los que incluyó al entonces candidato y hoy presidente electo Jair Bolsonaro, censurando la emergencia del neofascismo en el mundo. Así como en Argentina se reunió con familiares de varios soldados caídos en la guerra de las Malvinas, y así como en su show prefirió invitar como teloneros a los músicos mapuches de Puel Kona para criticar la exclusión y violencia en contra de los pueblos originarios. Así como en Santiago de Chile habló del pueblo palestino e impulsó con su voz la campaña global que exige el fin de la ocupación en Palestina con acciones no violentas a través del Boicot, Desinversión y Sanciones a Israel. Así es que Roger llegó a Ecuador. Prefirió conocer de cerca a las personas que sostienen una lucha de casi tres décadas en contra de la corporación que derramó más de 80 000 toneladas de residuos petrolíferos en la zona circundante a Lago Agrio, en un período de 28 años.

Algie, el cerdo, es la encarnación simbólica de las miserias humanas.

Pero, como este largo litigio contra Chevron se ha transformado en un burdo espectáculo plagado de bajezas, de cinismo y de injusticia a costa de los cientos de miles de víctimas, Waters también tuvo que vivirlo. Antes de que su avión aterrizara en Quito, la mañana del lunes 19 de noviembre, las autoridades aeroportuarias ecuatorianas comunicaron a la tripulación que no existían los permisos necesarios para volver a despegar desde la capital hacia Nueva Loja (Lago Agrio), capital de la provincia amazónica de Sucumbíos.

En rueda de prensa, al día siguiente, Roger contó que tuvo que hablar directamente con las autoridades de la Dirección General de Aviación Civil para lograr que le autorizaran viajar, pero que a Donziger –su amigo, el abogado defensor de los pobladores amazónicos damnificados, agrupados en el FDA– no se le permitiría volar. “Estaba en el aeropuerto de Bogotá cuando las autoridades me dijeron que había la posibilidad de que no pudiera aterrizar siquiera en Quito –relató ante las cámaras–. Después supimos que el permiso para volar a Lago Agrio había sido rechazado (…). En todo caso, nos dijeron que no podríamos llevar a Steven Donziger como pasajero. ¡Esto parece una comedia, pero es lo que pasó! No sabemos quién es, pero lo podemos suponer (…). ¡Es patético!”.

En una entrevista con la cadena de televisión Teleamazonas, Waters se refirió a las acusaciones que se publicaron en redes sociales acerca de que habría cobrado 10 millones de dólares como comisión, si los demandantes afectados logran cobrar el monto de la sentencia de 18 000 millones de dólares. “Hubo una colecta internacional para ayudar en esta causa y ahora están tratando de satanizar a Dozinger y de anular a cualquier persona que haya colaborado. Yo invertí en este movimiento y no me interesa obtener ni un solo centavo en mi beneficio. Pase lo que pase, espero recuperar el dinero que puse cuando esto termine, pero no podría tomar ventaja o un solo centavo de las personas. Voy a seguir apoyando esta causa porque sin personas como yo, que ayuden a financiarlo, sería muy difícil ganarle a Chevron. Me siento muy satisfecho de ayudar en esta causa pero sería incapaz de aprovecharme de forma personal”.

Cuesta creer que un músico, que puede cobrar esa misma cifra por una corta serie de recitales en cualquier escenario del planeta, mendigue dinero a costa de una vida entera de proclamas y de una obra artística puesta al servicio de sus causas sociales. “Ustedes necesitan organizarse –le dijo a la periodista de Teleamazonas–, yo no puedo hacerlo por ustedes. Si tienen personas en el poder que hablan de explotar el Yasuní, ¿de qué están hablando? Parece no ser importante, pero sí lo es. No pueden aceptar que quieran destruir una zona tan rica y hermosa como esa a cambio de jugosas ganancias, como lo hizo Texaco”.

Mientras el Secretario de la Presidencia de la República del Ecuador respondió con silencio a la propuesta que Waters hizo de visitar personalmente al actual presidente ecuatoriano, Lenín Moreno, partidarios del expresidente Rafael Correa –ahora detractor a la distancia de su delfín e impulsor de la explotación petrolera en zonas habitadas por poblaciones amazónicas no contactadas– capitalizaron la visita a su favor para criticar a Moreno, otro adalid de la expansión de la zona extractiva. Todos ellos, de uno y otro bando (?), perdieron de vista que la Amazonía ecuatoriana –y principalmente el Parque Nacional Yasuní– ha sido entregada y está siendo estrangulada por la industria petrolera y por la minería gracias a las diligentes gestiones de uno y otro gobierno. Y de los gobiernos anteriores también, por supuesto.

El poder político en Ecuador ha intervenido siempre en este conflicto, de una u otra manera. En 1992, y a pesar de que este ha sido esencialmente un proceso entre Chevron-Texaco y un grupo de comunidades amazónicas, el expresidente Sixto Durán Ballén liberó de responsabilidad a Chevron y aceptó una propuesta de remediación de los daños que, realmente, nunca ocurrió.

En 1994, dos años después de que la petrolera extranjera dejara el territorio ecuatoriano, el mismo Estado se hizo cargo de algunos de los campos amazónicos y continuó afectando la selva y a sus pobladores bajo el mandato de todos los gobiernos siguientes, pues repitió las mismas prácticas que la multinacional utilizó, luego de que la estatal Petroecuador reclutara a los mismos técnicos y directivos que habían trabajado antes con Texaco. Y esas prácticas se mantienen hasta hoy. A propósito, en octubre del 2017 contamos la historia de Sixto Martínez, un habitante de Pacayacu –una parroquia rural del cantón Lago Agrio– que perdió a su esposa, víctima de cáncer, y que sufre hoy porque las fuentes de agua que abastecen su comunidad están contaminadas debido a sus actividades extractivas.

Más adelante, en septiembre de 1998, funcionarios del gobierno del exmandatario Jamil Mahuad liberaron de responsabilidades a Chevron-Texaco; Mahuad, por su parte, avaló la supuesta remediación y liberó a la firma de toda responsabilidad frente a los habitantes de la Amazonía. Desde entonces, hasta hoy, mucho río bajo el puente. En estos momentos, el proceso legal se encuentra observando cuáles son los activos de la corporación en Canadá, donde se encuentra una parte significativa de su capital.

Todos somos homo sapiens

Hoy, 25 años después, la tierra, los animales, las aguas y las personas que habitan la Amazonía ecuatoriana siguen afectadas. Aunque el abogado Donziger reconozca el mérito de los afectados en las cortes, diciendo que “la gente ha ganado el caso sobre Chevron”, y que “los ecuatorianos han triunfado sobre una de las más poderosas petroleras del mundo y todos los ecuatorianos deberían estar orgullosos de esos ciudadanos heroicos”, Manuel Salazar no sabe si padece de cáncer pero no descarta la posibilidad. Su madre está enferma. No sabe aún si sufre cáncer pero todo indica que sí. El cáncer, la hepatitis B y la poliomielitis son enfermedades comunes entre los habitantes de la zona. De hecho, el cáncer y los abortos espontáneos representan las tasas más altas en esta zona de la selva amazónica de Ecuador.

“La pregunta fundamental es si crees o no en los derechos humanos –dijo Roger Waters–. Si lo haces, tu posición es clara, si no lo haces, también”.

Quienes no lo hacen prefieren arrancarse el pellejo los unos a los otros, como cerdos hambrientos en esta cruenta era digital.

Puedes escuchar el audio de la entrevista completa, aquí: