Por Juan Manuel Crespo y Natalia Greene*

Es muy conocida la situación crítica que atraviesan el clima y los ecosistemas del planeta Tierra. Según el último informe del 2022 del IPCC, la emergencia climática es tan apremiante que necesitaríamos llegar al máximo histórico de emisiones de carbono en el 2025 si no queremos un colapso absoluto del clima en el planeta. De lo contrario, es poco probable que la Tierra sea habitable en 2050. Las temperaturas ya han aumentado más de 1,1 °C y los expertos científicos alertan y plantean que la temperatura no debería superar los 1,5 °C para evitar el colapso climático. 

En este sentido, uno de los mayores factores de riesgo para el aumento de la temperatura es la deforestación de los bosques, que capturan gases de efecto invernadero. La Organización de las Naciones Unidas para la Agricultura y la Alimentación (FAO) calcula que entre 1990 y 2020 se perdieron 420 millones de hectáreas de bosque -una superficie mayor que la de la Unión Europea en su totalidad- a causa de la deforestación. Así mismo, el Secretario General de la ONU advirtió que, a pesar de los esfuerzos que se hacen para detener la deforestación a nivel global, cada año se pierden 10 millones de hectáreas de bosques en el mundo.

Es en este contexto, y a puertas de una nueva Asamblea General de las Naciones Unidas y de la semana del clima en Nueva York, es que la discusión respecto de la implementación de políticas por medio de acuerdos de bosques es más urgente que nunca. No hay tiempo que perder y las promesas no son suficientes. A pesar de que existen diversos acuerdos firmados, algunos incluso históricos, en la realidad la deforestación avanza a pasos agigantados y dichos acuerdos no son más que promesas vacías. Se siguen generando emisiones de carbono incontrolables con el consecuente incremento del calentamiento global, así como la pérdida de ecosistemas y medios de vida para la biodiversidad y territorios de vida de pueblos que habitan en las zonas ecológicamente más sensibles del planeta, como es el bioma de la Amazonía, indispensable para la mitigación y adaptación a la crisis climática global.

Los científicos advierten que es necesario restaurar los bosques o el impacto ambiental será devastador y tendrá consecuencias climáticas a largo plazo. La mayoría de las especies animales tiene su hogar en los bosques. El 80% de las especies de anfibios, el 75% de las especies de aves y el 68% de las especies de mamíferos viven en los bosques, según el reporte La situación de los bosques del mundo 2020: Bosques, biodiversidad y personas. Este informe evidencia que las selvas tropicales son actualmente el objetivo de la deforestación, y los científicos ambientales advierten que si se destruye esta zona vital, todo el planeta sufrirá. 

Particularmente este es el caso de la Amazonía. Actualmente, el sur de la Amazonia brasileña ha perdido el 30% de sus bosques, y si la destrucción no se detiene, la zona perderá el 56% de sus bosques al 2050. Los científicos sostienen que la pérdida de la Amazonia tendrá un impacto global por varias razones. La fotosíntesis, el proceso por el que los árboles extraen el dióxido de carbono del aire, ayuda a reducir (pero no a eliminar) los gases de efecto invernadero que contribuyen al cambio climático. Los árboles proporcionan un almacenamiento de carbono a largo plazo, y menos árboles significa menos eliminación de carbono de la atmósfera.

La deforestación en el Amazonas también tendrá un impacto en las precipitaciones. La deforestación disminuye la cantidad de humedad que puede pasar de los árboles a la atmósfera mediante un proceso llamado evapotranspiración. En algunas zonas, la disminución de la humedad podría provocar lluvias más intensas y más precipitaciones que las necesarias. En otras zonas podría ocurrir lo contrario, y experimentar una reducción de las precipitaciones en un 40%.

El aclareo, o la eliminación de zonas boscosas como el Amazonas, significa que los animales que antes vivían entre los árboles no tendrían un hábitat. Algunas especies podrían adaptarse y vivir en los llamados «fragmentos de bosque» cerca de las zonas urbanas. Pero estas especies podrían traer consigo sus enfermedades infecciosas y hacer posible la transmisión de animales a humanos (el COVID y la viruela del mono son solo los primeros ejemplos de ello). Es otra de las razones por las que los líderes mundiales intentan dar prioridad a las iniciativas de restauración de bosques.

El Plan Estratégico de las Naciones Unidas para los Bosques 2017-2030 se propone aumentar la superficie forestal mundial en un 3%. Esto equivaldría a añadir en los bosques dos veces el tamaño de Francia. Lastimosamente, el plan no va por buen camino, ya que regiones como África o Sudamérica siguen perdiendo más hectáreas cada año de las que se restituyen. Es tan dramática la situación que, como dijo la vicesecretaria general de la ONU, Amina Mohammed (2021): «…cada año se destruyen 10 millones de hectáreas de bosque, una superficie mayor que la del Reino Unido. Si la pérdida de bosques tropicales fuera un país, sería el tercer mayor emisor de dióxido de carbono del mundo».

Vale destacar el hecho histórico que ocurrió el 2 de noviembre de 2021 en Glasgow, durante la COP26. Una coalición de 145 países firmaron la Declaración de los Líderes de Glasgow sobre los bosques y el uso de la tierra, en la que se comprometieron a detener y revertir la deforestación y la degradación de la tierra para 2030. Esta coalición concentra el 90,94% de los bosques del mundo, es decir, 3 ‘691,510,640 hectáreas de bosques. En esta Declaración, los países recalcan el papel crítico e interdependiente de todo tipo de bosque para lograr un equilibrio respecto de las emisiones de gases de efecto invernadero (GEI), adaptarse al cambio climático y mantener los servicios ecosistémicos. Concerniente a los bosques, vale resaltar especialmente dos metas: conservar los bosques y otros ecosistemas terrestres y acelerar su restauración.

Uno de los alcances de la COP26 2021 fue, precisamente, facilitar la alineación de los flujos financieros con los objetivos internacionales para revertir la pérdida y la degradación de los bosques, al tiempo que se garantiza la existencia de políticas y sistemas sólidos para acelerar la transición hacia una economía que sea resiliente y avance en los objetivos forestales, de uso sostenible de la tierra, de biodiversidad y climáticos.”

La Declaración fue acompañada de compromisos financieros adicionales para apoyar la implementación, incluyendo más de 15 mil millones de dólares en fondos de donantes y 7 mil millones de dólares del sector privado (Gobierno del Reino Unido, 2021). Sin embargo, los compromisos para detener la deforestación no son nuevos. Cuarenta países y 56 empresas se comprometieron en la Declaración de Nueva York sobre los Bosques de 2014 a reducir a la mitad la pérdida de bosques naturales para 2020, y a esforzarse por acabar con ella para 2030. Los Objetivos de Desarrollo Sostenible de la Agenda 2030 tienen una meta (15.2) para detener la deforestación para 2020.

Ecuador es uno de los países signatarios del acuerdo de Glasgow, y por tanto debe cumplir con la meta de parar y revertir la deforestación y la degradación al 2030.  Según Global Forest Watch, en 2010, Ecuador tenía 19,1 Mha de bosque natural, que se extendía por el 75% de su superficie. La deforestación anual bruta del Ecuador en el período 2016-2018, fue en promedio de 82.529 hectáreas por año y las emisiones que provienen del cambio de uso del suelo representan aproximadamente 13,7 millones de toneladas de CO2eq al año, lo cual constituye el segundo rubro de contribución al cambio climático del país, después del sector de la energía. Los datos provienen del Proyecto Cuarta Comunicación Nacional, del Ministerio del Ambiente, y del Instituto Nacional de Estadística y Censos (INEC). Siguiendo la tendencia de la tasa de deforestación anual del Maate, una extrapolación al 2040 sugiere la pérdida de 2 millones de hectáreas de bosque nativo, equivalente al 17% del bosque remanente del Ecuador.

La deforestación es la principal causa de pérdida de biodiversidad en Ecuador. Esta sustitución de bosque es provocada especialmente por la apertura de carreteras, expansión de la frontera agrícola, ganadera, maderera, minera y petrolera, grandes obras de infraestructura, quemas y extensión de áreas urbanas. En 2016, Ecuador había planteado ya la meta de reducir a 0 (cero) la tasa de deforestación de bosques naturales al 2020, meta que nunca tuvo acciones claras para cristalizarse y por lo tanto no se logró. Todavía se mantiene esta oferta política, no obstante tiene que concretarse en planes de acción concretos para lograr realmente disminuir la deforestación del país, y llegar a la meta de deforestación cero, a través, por ejemplo, de ejercicios de priorización de áreas, planificación, control y real involucramiento de las poblaciones en esta meta.

Este es un compromiso internacional sumamente importante para contrarrestar el catastrófico camino al aumento de temperatura de 2,7 °C, al que los países condenan al mundo al no plantearse NDC más ambiciosas, comprendiendo que tanto la deforestación, como la sequía y el deshielo agravarán más la crisis climática, y por tanto la salud de los ecosistemas, de las personas y del planeta. Además de esto, el Ecuador tiene un marco jurídico y político  amplio y complejo, siendo uno de los países en Latinoamérica con más cantidad de políticas ambientales y generación de datos relacionados con el ambiente. No obstante esto no se traduce en la práctica en acciones efectivas de monitoreo y control de la deforestación, en el caso de bosques, por ejemplo. 

Frente a esta realidad, es evidente la necesidad del Ecuador y del mundo en general, no solo de cumplir con estos acuerdos sino de seguir impulsando políticas concretas y oportunas en el tiempo que preserven y regeneren regiones de altísimo valor ecosistémico y cultural, como es la Amazonía, y que se evidencien acciones concretas que puedan exigir a sus contrapartes en el resto de la región y del planeta.

*Juan Manuel Crespo es coordinador de Investigación y Métricas y Natalia Greene es coordinadora de Comisión Global y consultora para Incidencia y Métricas de la Iniciativa Cuencas Sagradas Amazónicas



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