Por Malena Bedoya

En un pequeño pueblo había una pequeña llave de agua que surtía del líquido vital a todos sus habitantes. Los servicios públicos eran deficientes, pero ellos tenían, casi por suerte, acceso a este pequeño surtidor. Un día, la conexión principal se dañó y el agua dejó de salir. Intentaron arreglarla muchas veces sin éxito. Y de pronto empezaron las quejas por lo que había pasado. Unos dijeron que fue la última persona que había reparado el sistema, otros se quejaron por el continuo uso que tuvo, y los más vivos dijeron que posiblemente fue culpa de quienes instalaron la manguera. Pasaron los meses y la gente no tuvo servicio y aparecían muchos expertos que creían poder solucionarlo. Nada ayudó a resolver el problema.

Traigo esta historia ficticia, como metáfora, para examinar la institución cultural. Pienso en los museos y la actual “crisis mediática” surgida en torno a la gratuidad. Para quienes hemos dedicado gran parte de nuestra vida a trabajar con, al lado, dentro, desde, para y por los museos, esta noticia en el contexto local fue, quizás, un mal menor. Más allá de esta idea de accesibilidad que algunas de las voces reclaman urgentemente para los museos, creo que hay otras problemáticas que necesitan ser discutidas.

Conceptos como privatización, usados en esta discusión mediática, no ayudan a develar las complejidades de la realidad del trabajo en los museos; de hecho, la proyección de estos ‘conceptos’ en la esfera pública digital deja de lado procesos de mediana y larga duración que se han venido dando en estos espacios. Un museo en el contexto local no se enriquece ni se ha enriquecido por la entrada que pagan sus usuarios; no es como Andreas Huyssen lo discute en museos de contextos europeos o anglosajones donde existe una “museomanía” persistente que ha caminado de lado del desarrollo del turismo global y, en muchos casos, de procesos de gentrificación urbana.

Los museos locales han sobrevivido en condiciones muy precarias y de manera casi autónoma o autogestionada, situación que se ha empeorado por la pandemia. En el país ha persistido un modus operandi de desmantelamiento institucional del ámbito museístico desde inicios del 2000 y ha continuado con las distintas decisiones políticas en el ámbito de cultura, muchas marcadas por aperturas y cierres de los espacios y el posicionamiento de cuotas políticas sin experiencia en el sector en cargos de toma de decisiones. A todo esto, debemos sumar la continua precarización y tercerización de las actividades mínimas que un museo debería tener, como las de conservación de sus colecciones, equipos de investigación y equipos de mediación educativa.

El último informe de Unesco sobre la situación de los museos en la pandemia arroja cifras bastante desalentadoras sobre la situación de los museos a escala global, pues señala que el 90% de ellos, es decir, más de 85 000 instituciones, han sufrido periodos de cierre debido al Covid. En este contexto, el sostenimiento de procesos educativos en los museos ha sido complicado, especialmente por la poca relación que las comunidades diversas han tenido con el mundo de lo digital.

Antes de la pandemia, el trabajo museístico ha estado marcado por la constante puesta del hombro de las personas que laboran en sus espacios, incluso en horarios fuera del tiempo ‘obligatorio’. Hace décadas que vivimos entre prácticas neoliberales de desmantelamiento de la institución museística que han minado la labor de nuestros museos con la ciudadanía como centros de educación no formal. Hace poco me reuní con colegas del ámbito museístico para conversar sobre todos los desafíos que nos ha traído la pandemia. Cómo llegar a los públicos, cómo los recortes de presupuestos son la constante en el quehacer museístico, cómo los equipos se ven reducidos cada vez más, cómo no existe una real protección del Estado a estos espacios culturales, cómo desde nuestros pequeños lugares de acción podemos seguir caminando.

Plantear una discusión sobre la gratuidad en torno a un decreto de un ministro saliente es un despropósito completo y diría yo una ‘vanidad mediática’ en medio de la peor crisis del ámbito museal y en medio de los efectos de la pandemia por el Covid. Parece una suerte de populismo cultural que no está interesando en entender los problemas de fondo y de larga duración que ya atraviesan los museos locales.

No queremos hablar de una llave de agua que se ha dañado. Queremos saber el porqué de toda la conexión que no funciona, quiénes fueron los responsables de esta situación actual, por qué no se fortaleció la institucionalidad cultural, cuáles son las prácticas que han sostenido esta neoliberalización y por qué no se pusieron los fondos públicos en el sostenimiento de programas y equipos educativos y de investigación en los museos. Queremos hablar desde y con la gente que trabaja en los museos a diario.

Al terminar de escribir esta columna, estoy por abrir un taller virtual con mis colegas de los museos, a quienes ni siquiera se les ha llamado a opinar sobre la crisis de sus espacios de trabajo. Ojalá ya pensemos en organizarnos para parar la fiebre mediática de querer resolverlo todo en el universo de lo virtual, allí en donde surgen expertos de la nada. Ojalá esto por fin termine. Hay una vida real detrás de las cortinas de humo digitales.


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María Elena Bedoya Hidalgo es historiadora, docente universitaria y curadora. PhD. por la Universidad de Barcelona, en el Programa de Sociedad y Cultura, y Magíster en Estudios Latinoamericanos de la UASB, Quito. Miembro de la Federación Internacional de Historia Pública y del colectivo La-scolaris.org.

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