Sobre la serie fotográfica Los caminantes, de Felipe Jácome*

Por Daniela Game / @DaniGameB

“…en la espera el tiempo se convierte siempre en algo palpable”

Andrea Köhler, El Tiempo regalado.

Venezuela espera que esta guerra que no es guerra, pero que daña como si fuera una, acabe de una buena vez, que Maduro y su séquito enquistado se vayan, que regresen los jóvenes, los niños y los viejos. Una capacidad que tiene el poder es la de someternos a la espera, de hacernos sentir nada a merced de las decisiones de otros. Pero la espera de los venezolanos no es silenciosa ni impávida, se hace en la resistencia y en el éxodo. Mientras llega ese momento que devuelva la ilusión del porvenir, la gente se inventa otra vida.

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Pedro Martínez migró hacia Perú a principios de 2018 y regresó a Venezuela para traer a su esposa e hijo. Antes de partir de Venezuela otra vez, sus 8 sobrinos decidieron juntarse en el viaje a Perú en busca de una mejor vida. Imagen: Felipe Jácome.

Arianny, la buena estrella

Arianny tiene ocho años. Llega con toda su familia a la estación de buses de Carcelén, al norte de Quito. Tiene frío, abraza a su abuela, está acostumbrada al calor. Los vientos andinos llenan las carpas del albergue improvisado y su cabecita de niña quizá repare sobre todo lo que dejó atrás: un país que creía suyo, pero que ahora es un recuerdo desdibujado, una casa vieja y vacía, sin comida, sin luz, con la mala hierba creciendo donde no debe crecer. Venezuela se va quedando sin niños, sin ella.

Arianny espera. No sabe muy bien a dónde irán o si las cosas terminarán funcionando para ella y su familia en Ecuador. En su bolsillo quedan billetes doblados. Es una niña con una colección de bolívares que ya no compran nada. Recuerdos de una historia que alguien contará para ella. Arianny sabe del arte de hacer origami desde hace tiempo, pero como ya no podía comprar papel, empezó a doblar la cara de Bolívar.

Antes de salir de Venezuela, Arianny ya sabía cómo enfrentar las dificultades que dan la forma rectangular de los billetes. Ahora, con todo lo que ha tenido que caminar y esperar, domina los dobleces que distorsionan las palabras “República Bolivariana de Venezuela”. Entre sus dedos, el rostro de Miranda se confunde y la mirada de Luisa Cáceres de Arismendi queda como abandonada, sin frente ni nariz. Estos billetes ya no valen, ya no compran, pero se vale usarlos para contar otra historia.

Arianny hace una estrella de varios origamis y decide regalársela a un grupo de fotógrafos que ha estado en el albergue ayudando con algunas cosas. Pone una de estas piezas en las manos de Felipe Jácome. Él observa con atención el regalo de Arianny. Estos billetes, llamados hoy irónicamente “bolívares fuertes”, son materia prima para las manufacturas del camino, el tránsito y la espera. La estación está llena de carteras, muñecos, cisnes hechos de bolívares. Para algunos, esto de usar así los billetes resulta un insulto. Un hombre casi llorando dice “…ese es un símbolo nuestro, pana, están jugando con la patria…”. Para otros, es la única forma de que los bolívares no mueran del todo.

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Jairo (18) y Julia (15) descansan después de caminar 20 kilómetros entre Cúcuta y Bucaramanga, el primer tramo en la ruta de los migrantes saliendo de Venezuela. Imagen: Felipe Jácome.

De Cúcuta a Bucaramanga

¿Cómo es esto de salir así, sin camino programado y esperar que tus pasos se encuentren con tu deseo?  Al escuchar sobre las vías del éxodo venezolano, Felipe decide unirse a las caravanas de migrantes que toman la ruta Cúcuta-Bucaramanga; 200 kilómetros que cruzan de Venezuela a Colombia, con varias cuestas que atraviesan el frío del páramo y se hacen sobre todo a pie.

Mientras el viaje sucede, una parte del origami que Arianny le regaló se transporta en el bolsillo de Felipe, como una cábala, una buena estrella. Como material que revela lo que la economía explica en términos de desastre y lo que los venezolanos ya no pueden explicar en términos de una vida que ya no es vida; antes podían comer y hoy sienten hambre.

Los migrantes se llevan algo de Venezuela consigo mientras caminan, así saben que ella no ha desaparecido. La camiseta vino tinto como bufanda, la bandera abierta sobre la espalda, conteniendo las cobijas que apenas abrigan. La gorra absorbiendo el sudor de la frente que moja el amarillo, el azul y el rojo; colores que podrían ser ecuatorianos o colombianos, pero son venezolanos, son ellos ahora los que migran, los que huyen, pero tienen ocho estrellas que los acompañan. Esta espera solo es posible si te has llevado un pedazo de la patria.

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Retrato de un caminante cruzando el páramo de Berín, el punto más alto y frío en el tramo entre Cúcuta y Bucaramanga. Muchos migrantes han muerto de hipotermia desde el inicio del éxodo. Imagen: Felipe Jácome.

Los caminantes

Después de comprar –a precio de nada y en dólares– un sobre con mil billetes venezolanos, Felipe decide imprimir los rostros de los migrantes sobre bolívares. En el cuarto oscuro que ha improvisado en casa de sus padres hace experimentos, los pega uno junto a otro, espera a que se sellen, les pone luz encima, los sumerge en el químico. Sabe que en ese papel fotográfico que ha inventado, la imagen está latente, entonces espera y Venezuela se revela.

Fernando Ruiz, de 25 años, se encuentra con Simón Bolívar. La historia de los próceres se mezcla con el cansancio. La mirada heroica de Bolívar resulta ingenua al cruzarse con los ojos profundos y ojerosos de Fernando. Es como si el paso del tiempo y la historia no importaran y ambos se estuvieran viendo por última vez, esperando la alegría, hoy lejana, de volverse a encontrar.  

Diana María Gonzales lleva a sus tres hijos sobre el rostro de Josefa Camejo. Resulta ahora que las dos saben lo que es viajar con criaturas en medio de la guerra. Josefa luchaba por la independencia, Diana María lucha por sobrevivir. Ahora se encuentran sin conocerse. Josefa pensó de vieja que dejaba una República hecha, pero Diana huye porque el legado de la patria le ha fallado.

Jairo y Julia, Ender, Arlenis, Lissette, José Miguel, Luis, Andreina y su bebé son también los protagonistas de este camino hacia otra vida. La historia de Venezuela se cuenta hoy en las imágenes del exilio. Sus fotos podrán perderse en el universo de las publicaciones instantáneas, pero el origami hecho de bolívares, la buena estrella que Felipe recibió de Arianny, se convierte ahora en materialidad, telón de fondo del encuentro entre nuestra mirada y la de ellos, los que se van, los que ya no pueden esperar, Los caminantes.

Diana María Gonzáles y sus hijos viajan al Ecuador a encontrarse con su marido que migró hace 5 meses. “Nos mandaba dinero regularmente, pero una vez convertidos a Bolívares no es suficiente para comprar comida para la”, explica. Imagen: Felipe Jácome.

*Felipe Jácome es un fotógrafo documental ecuatoriano. Después de haber terminado sus estudios en la Universidad de Johns Hopkins y la London School of Economics, su trabajo se ha enfocado en temas de movilidad humana y derechos humanos. En 2010 ganó el Premio de Joven Reportero del Comité Internacional de la Cruz Roja (CICR). Sus fotos han sido publicadas en medio tales como National Geographic, Washington Post, Foreing Policy Magazine, The Guardian, Vice Magazine y CNN. Su trabajo ha sido exhibido en Londres, Ginebra, Beirut, Amsterdam, Quito, y Washington DC.