Por Damián De la Torre Ayora / @damiandelator

Muchas veces no es necesario alzar la mirada para saber cuánto ha llovido. Las formas de las nubes o los colores del cielo pueden ser un indicio, pero, quizás, basta con mirar hacia abajo y darse cuenta los charcos que mojan nuestros pies. Y, probablemente, haya más respuestas en cómo esas cochas terminan empapando nuestros pasos y, pese al agua, las huellas no se borran porque son las que terminan marcando hondamente nuestro camino.

Sandra Araya
Araya, una de las más reconocidas novelistas de la actualidad, compila sus cuentos por primera vez.

Sandra Araya (Quito, 1980) en su nuevo libro fluye sobre los caudales de la miseria humana, se embarra con el lodo de la desdicha, se empapa en medio de la lluvia que a la sociedad ahoga; pero también saca a flote aquella invención a la que conocemos como amor, sobre todo cuando habla de una de sus formas: el materno, aquel sentimiento cargado de belleza gracias a la irracionalidad que encierra.

A través de diez cuentos, sin afán de moralejas, su escritura se bambolea entre lo que concebimos como el bien y el mal, es decir, devela ese péndulo que se mueve constantemente, irónicamente con equilibrio, adentro del ser humano, ese animal racional que no se aleja de lo instintivo, lo cual lo consolida como un ser salvaje.

Salvajes (del día después), publicado por la Casa de la Cultura Ecuatoriana en su colección Exósfera, justamente se titula esta primera compilación de cuentos propuestos por Sandra, donde se encuentra a una autora más visceral que cerebral, sin que eso la aleje de su carácter incisivo al momento de cuidar el lenguaje, algo que ha sido un factor común en sus novelas y que la convierten en una de las escritoras clave de la actualidad.

Sus personajes no son exóticos. Son personas de carne y hueso como quien escribe esta reseña y ahora quien la lee. Son animales salvajes que no se encuentran en un zoológico, sino que son aquellos seres que demuestran que aún no logramos ser domesticados. Sandra esboza una fauna donde, lamentablemente o no, termina uno reconociéndose.

Así aparece Cabeza, que tan bien lo ha ilustrado David Kattán para la portada, donde un descabezado se cuestiona sobre cuántos hombres pueden estar huérfanos de su cuerpo en medio de un estallido social, además de reflexionar sobre la importancia del verbo, el accionar de la palabra. Después está Hermanas, un relato donde el canibalismo juega en vía doble: el comerse carnalmente tanto de manera incestuosa como de manera literal.

Tras lograr que se pierda la cabeza como su hombre desmembrado y luego de las imágenes de entre caníbales, se presenta Mater, un cuento kafkiano donde no es necesario transformarse en un insecto para sentirse como un bicho. Observar a las hormigas será suficiente para entender la relación de colonia que viven una madre, una tía y una hija, quienes con esa materia prima (‘mater’) llamada amor son capaces de inventar un hijo con el objetivo de cuidarlo.

Sandra Araya
La escritora Sandra Araya junto al editor Fausto Rivera durante la presentación de Salvajes.

Y para no perder el hilo filial, le sigue Déjà vu, una historia donde sí vale la pena correr a una terraza y admirar los colores del cielo, mucho más si se lo hace junto al hijo, mucho más si es durante el encierro -y por qué no fuera de él- al comprender que, como diría Calamaro, “la verdadera libertad es eso que conoce el preso, o es una forma de practicar la verdad salvaje”. En esta historia Sandra construye una de las imágenes más potentes cuando madre e hijo son una misma voz.

En Mamut, una periodista se adentra a las entrañas de la tierra, ahí donde todo se perfora para que cruce el metro hasta quedar atrapada en los túneles de lo prehistórico, pero todo es la metáfora del peso que se carga cuando se habita en una sociedad en la cual no se encaja. Una sociedad donde la rutina es mucho más letal para una pareja que la puñalada mortal que recibe el esposo al caminar en una ciudad donde ya es común matar a pobres corazones; y la mujer, en agradecimiento y venganza, convertida en una especie de Dr. Jekyll y Mr. Hyde acuchilla a Un hombre cualquiera.

La viudez, la ausencia del amor, el encender una llama así los cuerpos no saquen chispas rondan en El encargado del paraíso; mientras que en Un amor mal resulto, al evocar al trío troyano Menelao-Helena-Paris, todo se consume en el fuego desde un juego mítico para preguntarse, entre las cenizas, en qué posición se está mejor.

Sandra cierra con dos intensos y enérgicos cuentos. Historias donde la catarsis purifica frente a la tragedia. Narraciones donde se expulsa la rabia que dejan las mordidas de la vida. Relatos cargados de una fuerza emotiva, donde más que recordar se busca hacer memoria. En La loca de las flores en el pelo, una joven bisexual decide suicidarse y una de sus amantes comprenderá aquello que escribió Marguerite Duras: “Los besos en el cuerpo hacen llorar. Diríase que consuelan”. Mientras que en Los ronquidos de una pequeña ballena azul un acosador es asesinado y, aunque se sospecha la persona que pudo haberlo matado, hay tantos que lo desearían muerto que los dardos difícilmente pueden asegurar dar en el blanco.

En definitiva, un libro donde la autora vuela los sesos del lector, quien no deja de comerse cada página que puede representar la peor de las pesadillas: vivir la realidad.

Sandra Araya
El libro es una propuesta de Exósfera, una colección de la CCE bajo la lupa de Diego Chamorro.
Sandra Araya
Portada: imagen original de la autora captada por Fabián Patinho. Archivo personal.


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