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El lenguaje de las paredes

Las políticas urbanas no son compatibles con las prácticas de sus comunidades. El graffiti, desde que en la década de los ochenta se tomó las estaciones de ferrocarriles y los vagones de tren de grandes ciudades, como muestras de protesta social, ha sido perseguido o atrapado por las autoridades. Sin su cualidad de irreverencia, sin su lugar al margen de la legalidad, el graffiti solo demuestra el triunfo del poder oficial. Estas imágenes muestran los rasgos del graffiti en Quito.

Por Daniela Garzón

Las paredes de Quito –como las de la mayoría de ciudades modernas– lucen llenas de letras, muchas veces mayúsculas, pintadas con colores intensos. Las grafías resaltan frente al gris cotidiano de la urbe. Todas estas pintas nos quieren decir algo.

En Quito, durante los últimos años, “el graffiti ilegal ha crecido de manera considerable –dice el artista Joins Back–, debido a la ordenanza municipal que prohíbe este tipo de arte callejero. Ahora, la gente ya no te permite utilizar sus muros”.

Foto: Johis Alarcón

La ordenanza 332 registra la pintada de fachadas como contravención de segunda clase.  También está la Ordenanza Municipal 282, que castiga con una multa “equivalente al 30% de un salario básico unificado” a los propietarios que no presenten la autorización para realizar graffitis en sus predios a su administración zonal.

Sin embargo, vivimos dentro de un espacio público que nos bombardea de imágenes publicitarias, propaganda política y basura visual. Todas legales.

“El graffiti emerge como una apropiación de estos espacios en donde los artistas buscan crear una falla para que la gente salga de su linealidad”, dice el reconocido artista HTM. Para los artistas de la calle, los muros son un canal inmediato de comunicación y el graffiti es una expresión irreductible.

Las marcas de graffiti están en constante cambio y movimiento: se pintan y se borran las paredes. Jamás permanecen estáticas. El éxito del graffiti y la ilusión que genera en sus autores radica, precisamente, en que se trata de un acto marginal que se practica al margen de la sociedad normada.

Un graffiti puede ser leído por todos quienes habitan una ciudad. “Las paredes son el único medio independiente y atemporal en donde se puede transmitir un mensaje –dice Daniel Guayasamín aka IZREAL–. Para mí, el graffiti nació como una forma de contar algo, y lo más inmediato que tengo para eso son los muros, el espacio público”.

Las letras representan identidad, estilo, y poseen un lenguaje propio. Existen códigos que son utilizados por la mayoría de grafiteros/as, que expresan ideas concretas, apoyo a algún otro grafitero y hasta rechazo. Pero estos sentimientos se expresan de una manera que ha sido creada para entenderse entre los artistas de la calle. La mayoría de grafiteros crea alias. Estos tags que vemos por las calles tienen su propio lenguaje.