Por Ana María Crespo/ @laana_mary

Hablar de un recurso inagotable, que se alimenta del ingenio humano para generar riqueza, puede sonar un tanto utópico, pero este sector existe y se conoce como economías creativas. La pandemia ha tenido un doble impacto en este campo: por un lado nos ha mostrado la vulnerabilidad de los artistas y proyectos culturales, pero por el otro, ha dejado claro que el arte es vital para nuestro bienestar. Ante esta aparente contradicción nos queda preguntarnos cómo desde la elaboración de políticas públicas el estado tiene una responsabilidad urgente con los creadores y la sociedad, y de qué manera lo creativo puede articularse con otros sectores para multiplicar su efecto transformador en lo social.

La Unesco ha declarado al 2021 como el Año Internacional de la Economía Creativa para el Desarrollo Sostenible. De acuerdo a su sitio web, el 3 % del PIB mundial depende de la creación de películas, libros, obras de teatro, canciones, entre otras producciones relacionadas a lo artístico, es más, afirman que $ 2,25 billones son generados anualmente por las industrias culturales y que 30 millones de personas tienen un empleo en este medio. Sin embargo, es necesario contrastar estas cifras, que presentan un panorama bastante alentador, con lo que ocurre en el Ecuador y que el Observatorio de Economía y Política de la Cultura del Instituto Latinoamericano de Investigación en Artes (ILIA), de la Universidad de las Artes, presentó a manera de resultados preliminares de su segunda encuesta de condiciones laborales. Llama la atención en especial el que exista una tendencia marcada hacia el pluriempleo: un 33 % de los encuestados afirma ejercer dos trabajos culturales al mismo tiempo y un 15 % hasta más de tres actividades. Y es aún más difícil de entender que de estas actividades que se ejercen, un 18 % no recibe remuneración alguna, mientras que un 54 % afirma que solo una de las actividades que realiza es remunerada.

El especialista argentino en políticas culturales Andrés Gribnicow delineaba las posibilidades de las Economías Creativas en el segundo día del Encuentro de Políticas y Economía de la Cultura, desarrollado entre el 21 y el 25 de junio de 2021. En un diálogo con Pablo Cardoso, director del Instituto Latinoamericano de Investigación en Artes (ILIA), Gribnicow, quien entre 2017 y 2019 ocupó el cargo de Secretario de Cultura y Creatividad (2017-2019) de Argentina, comentaba cómo desde una perspectiva gubernamental el sector cultural puede atravesar otros estamentos para potenciar su impacto, pese a haber “sido tratado como cosmético, de adorno…”. 

Andrés Gribnicow
Gribnicow es especialista en políticas culturales y entre 2017 y 2019 fue secretario de Cultura y Creatividad de Argentina. Foto: Twitter de Andres Gribnicow

Pensar la gestión de lo cultural como una actividad que solo puede proporcionar experiencias de ocio a los ciudadanos es una forma muy limitada de entender los distintos potenciales del arte en diálogo con la medicina, lo urbano o lo educativo. Gribnicow mencionaba a Insitus, una convocatoria exitosa que tuvo lugar en Puebla, México, donde urbanistas y artistas urbanos intervinieron con color zonas peatonales para lograr que los conductores disminuyan la velocidad y así reducir el número de siniestros viales.

Gribnicow también identifica la urgencia de plantear políticas públicas que no solo respondan a las necesidades de los artistas y creadores sino también del público, pues el arte tiene un impacto social y en ese sentido, los ciudadanos deberían tener una mayor participación en estos debates. Los creadores deben poder identificar cuáles son las necesidades de su público y a su vez deben conocer qué es lo que pueden ofrecer. Caben aquí algunas interrogantes: ¿Cómo lograr, por ejemplo, que el público local que es un ávido consumidor de producciones vía streeming como Netflix consuman producciones locales? ¿Es posible competir? Y más allá de remitirnos al cine, uno de los sectores con mayor número de organizaciones, la cuestión se asienta en cómo poner en circulación los bienes y servicios culturales y fomentar su consumo, y por qué no exportarlos.

Algo que el tiempo de pandemia nos ha enseñado es que el arte ha sido un pilar de nuestra salud mental durante el confinamiento. En este escenario, las economías creativas se presentan como un potencial paliativo para la crisis tanto emocional como económica que hemos atravesado. “¿Pueden las personas que consumen productos culturales tener una menor disposición a la enfermedad; y, en esa vía, ¿representar un menor gasto del Estado en este rubro?”, se pregunta Gribnicow y dice de inmediato que hacen falta más estudios para entender la relación entre el arte y la salud, y por supuesto indagar más sobre cómo el arte puede sanar nuestras ciudades, sanarnos.

El ponente argentino cerró su participación con un discurso bastante optimista, que nos alienta a pensar no solo en las múltiples dificultades que los artistas deben vivir en Latinoamérica, sino a creer en el arte y su “capacidad para solucionar problemas”.

Andrés Gribnicow
Inaugurado en mayo de 2021, el Fab Lab es un laboratorio para el diseño y la fabricación de prototipos que aporten a la producción del conocimiento. Instalado en MZ14 (UArtes), es parte del Hub58, convenio entre 6 universidades para promover la investigación, la creatividad y la innovación. Foto: Archivo UArtes

Si bien en Ecuador existe un respaldo económico por parte del Estado, mediante la asignación de fondos para proyectos artísticos, líneas de créditos y ciertos beneficios tributarios como el IVA cero para la prestación de servicios culturales/artísticos, una verdadera apuesta por las economías creativas sería posible si se las considerara como un sector estratégico. Este enfoque exigiría, como señala Gribnicow, crear una agenda transversal entre ministerios, es decir que se elaboren proyectos colaborativos con los ministerios de Educación, Salud o Transporte; pues si nos proyectamos a que las economías creativas aporten un 3 % al PIB del Ecuador durante el 2021, este tendrá que ser un esfuerzo de los actores culturales, la empresa privada y el Estado.


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Tanlly Vera

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